Massimo Viazzo
Después del aclamado estreno
italiano de The Tempest en la Scala
de Milán, el Teatro Regio de Turín propuso en su temporada otra obra maestra
operística de Thomas Adès, Powder Her
Face, que nunca antes había sido representada en la capital piamontesa, la
ópera escandalosa, la ópera escabrosa, la ópera irreverente que al día de hoy
ha conquistado al público de todo el mundo.
De hecho, las dos obras de Adès están entrando de manera estable en el repertorio,
un poco por todas partes, en un caso más único que raro entre los títulos
operísticos compuestos en las últimas décadas.
La música de Adès gusta, la música de Adès cautiva y convence. Algo que parecería increíble cuando se habla
de compositores contemporáneos que parecerían estar más ocupados en una especie
de autocomplacencia intelectualista en vez de interesarse a involucrar más al
público de una manera musicalmente inmediata. Adès tiene la rara capacidad de
saber utilizar materiales antiguos haciéndolos parecer nuevos, empleando al
mismo tiempo también materiales contemporáneos como si fueran clásicos. El secreto está todo ahí. El innato sentido teatral, heredado de un
coterráneo con quien a menudo se le compara, Benjamín Britten, hace el resto en
cuanto a comunicación y afiance dramático.
Es así como al final, surge el deseo de sumergirse en su música,
atraídos como abejas por una flor, fascinados por melodías, timbres y ritmos
nunca predecibles y banales que, a pesar de sonar modernos, sorprendentemente
forman parte de nuestra experiencia musical. Powder Her Face es una ópera de
cámara compuesta hace alrededor de treinta años, cuyo libreto irónico y
sarcástico, pero con un regusto melancólico, nos cuenta sobra la venturosa vida
de Ethel Margaret Whigman, sobre todo por sus desprejuiciadas practicas
eróticas con decenas de hombres debido a su nunca inactivo apetito sexual. Una lista de hombres digna de un Don Giovanni
con falda aderezado en la sede del juicio con las famosas y licenciosas tomas
fotográficas realizadas con la gloriosa Polaroid. El tormentoso divorcio del
segundo marido, Ian Douglas Cambell, décimo primer duque de Argyll, y su
consecuente proceso desató un grande clamor en Inglaterra en 1963. Para esta
nueva producción fue reabierta la sala del Piccolo Regio Puccini y el público
(entre el que se vieron a muchos jóvenes) mostró haber apreciado la propuesta
del teatro turinés. La baqueta le fue
confiada al joven y talentoso director de orquesta Riccardo Bisatti, y se puede afirmar que esta elección no pudo ser
más acertada. Bisatti concertó una
complicadísima partitura con gran lucidez y seguridad mostrando una madurez
fuera de lo común, logrando estimular a la orquesta del Teatro Regio, poco
habituada al repertorio contemporáneo y aquí en formación de cámara, con un
gesto preciso e incisivo, sin perder nunca de vista la relación con el
escenario y los cantantes. El paso
cinematográfico indicado por el director se unía muy bien a la visión escénica
de Paolo Vettori quien se ha
ajustado a un espectáculo ágil, dinámico, y nunca vulgar, a pesar del tema
picante, ambientando la historia en la recamara de la Duquesa, con una gran
cama que dominaba el centro del escenario y pocos elementos escénicos que
hacían de corolario. Interesante fue la idea de Vettori de agregar en escena a
un personaje mudo, un mimo con la cara vendada (el poliédrico Marco Caudera) que marcaba
temporalmente los hechos como si fuera una especie de memoria antigua de los
hechos mismos, y que, relacionándose con la protagonista, parecía casi su alter ego interior y onírico. El elenco pareció muy equilibrado comenzando
con Irina Bogdanova, una duquesa
cantada con timbre aterciopelado, encanto y pulido fraseo. Emocionante fue su despedida al final de la
ópera, quizás el clímax de la partitura de Adès. Amélie Hois impresionó por la facilidad de la coloratura y la
emisión de las notas agudas. Su
interpretación en el papel de la camarera (además de cinco otros personajes
agradó por su desenvoltura y malicia, mientras que Thomas Cilluffo cantó sus cinco papeles con timbre sano,
comunicación y contagiosa simpatía. Voz
potente y robusta fue la del bajo Lorenzo
Mazzucchelli que supo hacerse apreciar en su diatriba acusadora cuando
vistió el papel del Juez en la fundamental sexta escena de la ópera. Naturalmente
que Mazzucchelli cantó más papeles, como está previsto en el libreto de Philip Henscher que ha querido asi
despersonalizar a cualquiera que interactuara con la duquesa, la única,
verdadera y autentica protagonistas. ¡Al final fue un éxito merecido!