Massimo Viazzo
Continuó en el Teatro la Scala la representación
de la Tetralogía de Richard Wagner (1813-1886), con Siegfried, después
de la puesta escénica de Das Rheingold en el otoño pasado y de Die
Walküre hace cuatro meses. Este montaje fue también, como ha sido desde su
inicio, curado por David McVicar con su equipo. McVicar y Hannah
Postlethwaite se encargaron de las escenografías; Emma Kingsbury de los
vestuarios, David Finn de la iluminación, Katy Tucker de las video
proyecciones, Gareth Mole de las coreografías, y David Greeves
como maestro de artes marciales y de los actos circenses. Por lo tanto, no se
manifestaron novedades particulares en lo que se refiere a las intenciones, los
contenidos y los significados de esta propuesta. En la nueva producción de la
Scala, como también en esta segunda jornada del Anillo, se ha permanecido un
poco al margen de todo ese sustrato histórico, sociológico, psicológico y
psicoanalítico al que nos hemos acostumbrado en años de propuestas densas de
perspectivas y estímulos, pero también a veces demasiado elucubradas o
irreverentes (e incomprensibles). Este
espectáculo pone en escena el mito tal como es imaginado, sin filtros, y con un
gusto fantástico que evoca a Tolkien, dejando al espectador libre de reflejarse
en él. El problema es que, si el espectador se adecua a una visión únicamente
de fábula de la obra maestra wagneriana, corre el riesgo de quedarse en los
márgenes, rozando solo la red de significados intrínsecos, que así, corren el
riesgo de quedar atrapados entre los pliegues de la obra. De todas maneras, el
espectáculo resultó ser disfrutable y de gran calidad, en particular por la
representación de la parte naturalista, predominante en Siegfried, cuyo clima
de cuento de hadas lo hizo adecuado para este tipo de dirección escénica. La
puesta en escena de McVicar, apreciada por el público por su claridad y
linealidad, parece no haber logrado captar plenamente la complejidad de una
obra de tal envergadura. A pesar de que el cuidado por los detalles
escenográficos fue indudablemente alto, su función resultó esencialmente
ilustrativa, limitándose a una mera representación visual. Sin embargo, es
posible que esa fuera precisamente la intención del director escocés: un
regreso a los orígenes, el redescubrimiento de una virginidad interpretativa
que borrara todas esas implicaciones ideológicas que durante años han
caracterizado la concepción dirigida de la inmensa obra maestra wagneriana. Cabe
mencionar que el estreno de Siegfried tuvo lugar en Bayreuth en agosto de 1876,
con motivo de la histórica representación del Der Ring des Nibelungen
que inauguró el Festspielhaus bajo la dirección de Hans Richter. También se
debe decir, que esta nueva Tetralogía de la Scala, debió haber sido inicialmente
dirigida musicalmente por Christian Thielemann, pero después de su
renuncia, esta le fue confiada a las cuatro manos de Simone Young y Alexander
Soddy. El director británico subió
al podio para las últimas dos funciones de Siegfried (yo presencié la última función), en la que Soddy condujo
con atención y lucidez, ofreciendo una narración tensa, electrizante, pero
también poética. Sin duda, emergió una huella personal con una extrema
naturalidad en el cuidado del fraseo. El joven director supo crear una alfombra
sonora que ayudó a los cantantes sin sobrecargar a la orquesta. Un Wagner no
enfático, por lo tanto, más ligero, siempre fluido y flexible en la gestión de
la continuidad leitmotivica. En el papel del protagonista, Klaus
Florian Vogt (quien cantó Siegmund en Die Walküre en febrero) evidenció una
refinada musicalidad y una voz adamantina, aunque con un timbre algo descolorido.
Pareció más inclinado a la expresión lírica que al canto heroico. Las escenas
más logradas fueron las íntimas, a flor de piel y emotivas, más que las
enérgicas. En ese sentido, el episodio de la Fusión de la espada que cierra el
primer acto pareció interpretado un poco a la defensiva, careciendo de vigor y
fuego (además el tenor había anunciado antes del comienzo una indisposición
que, sin embargo, no perjudicó la calidad general de su actuación). En cambio, en los momentos más íntimos del
Murmullo del bosque o del gran Dúo del tercer acto, su canto resultó conmovedor
y emocionalmente convincente. Vogt llegó aún con cierto brillo al final del dúo,
en el cual Camilla Nylund no siempre se mostró a sus anchas en las zonas
más agudas de la tesitura. Sin embargo, su interpretación fue de primer nivel,
convincente desde el punto de vista teatral y comunicativo. Su Brünnhilde
pareció generalmente sólida, tenaz, intensa y profundamente vivida. Michael
Volle delineó un Wanderer (Wotan) de gran presencia dramática: su
interpretación, caracterizada por una extraordinaria sensibilidad y atención a
las sutilezas del texto, fue a la vez imperiosa y vocalmente siempre bien
proyectada. En la escena con Mime (acto
I) mostró autoridad y también una cierta austeridad, mientras que en la escena
fundamental con Erda (acto III) expresó tormento y desgarro con una profundidad
psicológica que lo llevó a una definitiva toma de conciencia de su propio
futuro y del mundo. Wolfgang Ablinger-Sperrhacke estuvo extraordinario
en el papel de Mime, interpretado con una genialidad actoral desbordante. Cada
frase del libreto, cada palabra, fue subrayada con extroversión por un gesto o
un movimiento escénico inspirado, con nada por descontado y nunca caricaturesco.
Vocalmente resolvió todo cantando, y no es tan evidente en roles como este,
donde la tendencia a exagerar puede cruzar a lo parlato Su voz, bien
proyectada, técnicamente sólida y de timbre claro, se mostró perfecta para el
papel de tenore caratterista. Además, David McVicar ha declarado en
algunas entrevistas que Mime es su personaje favorito de todo el Anillo (¡y
también lo era para Wagner!). Y se notó por el cuidado de su actuación
escénica. De destacar, estuvo también el duro, implacable, intolerante y
maligno, pero siempre bien cantado, Alberich de Ólafur Sigurdarson; y Christa
Mayer, lo hizo con un timbre carismático, en el papel fundamental de Erda.
Completaron el elenco Ain Anger, un Fafner muy oscuro, quizás no muy
refinado, pero por una vez no tan vociferante, y sin esos gritos bestiales a
los que hemos estado demasiado habituados, y la cándida Francesca Aspromonte,
quien cantó la Stimme des Waldvogels (voz del pajarillo del bosque) de
manera ágil y brillante. Mucho éxito y aplausos del público en espera de la conclusión
de la Tetralogía con Götterdämmerung en febrero del 2026.