Thursday, May 25, 2023

Tina Turner: Music legend dies at 83

The legendary singer Tina Turner  died peacefully on Wednesday, May 24, 2023 at the age of 83, after a long ilness, leaving behind a legacy defined by her unequivocal influence. Turner had suffered a number of health issues in recent years including cancer, a stroke and kidney failure. She rose to fame alongside husband Ike in the 1960s with songs including Proud Mary and River Deep, Mountain High.She went on to find even greater success as a solo artist in the 1980s. Dubbed the Queen of Rock 'n' Roll, Tina Turner was famed for her raunchy and energetic stage performances and husky, powerful vocals. Turner won eight Grammy Awards and was inducted into the Rock 'n' Roll Hall of Fame in 2021 as a solo artist, having first been inducted alongside Ike Turner in 1991. Tina Turner died from natural causes at her home in Küsnach near Zurich in Switzerland



Friday, May 12, 2023

Tosca en Houston

Foto: Lynn Lane

Ramón Jacques

Tosca de Puccini es un tan popular que desde 1970 a la fecha se ha mantenido entre los diez títulos más representados por los teatros estadounidenses (de acuerdo a datos de la asociación Opera América que agrupa a los teatros norteamericanos) de una lista encabezada por La Traviata de Verdi y Carmen de Bizet.  Por ello no debe sorprende que en la actual temporada yo la haya presenciado en tres distintos teatros (San Diego, Los Ángeles) y ahora en la Houston Gran Opera. Al igual que Salome de Strauss, que se escenificó de manera alterna a esta producción, Tosca es otros de los títulos que la compañía ofreció en su temporada inaugural de 1956-1957. Una razón para reponerla fue que la soprano Tamara Wilson, cantante con una carrera internacional consolidada, formada en el estudio de este teatro, eligió este escenario para asumir por primera vez en su carrera a Floria Tosca.  Wilson satisfizo y se llució, demostrando que, a pesar de poseer una voz amplia y opulenta, la sabe gestionar con sentido en todos los registros, que lo hace no solo potencia y brío si no alcanzando conmovedores y emocionantes pianos, casi susurrados, como los que regaló en su interpretación del aria Vissi d'arte. Su desempeño actoral fue natural y fluido en escena, sobretodo porque ofreció una aproximación diferente con garbo y elegancia, incluso delicadeza, despojada de la sobreactuación que frecuentemente se acostumbra ver y que exacerba el carácter celoso, pasional e impulsivo del personaje. El papel de Mario Cavaradossi fue interpretado muy bien por Jonathan Tetelman, a quien el público local escuchó hace pocos meses cuando cantó en el Réquiem de Verdi con la Houston Symphony.  Su Cavaradossi sobresalió por una voz lirica-spinto de buenas cualidades en el fraseo, en el color y en la dicción, sobretodo en la proyección. Metido en la piel del papel se mostró compenetrado en escena y en sintonía con Wilson.  Como el Baron Scarpia se presentó el experimentado y veterano barítono Rod Gilfry, quien logro sacarlo adelante de manera satisfactoria, aunque si el carácter malvado y despiadado del personaje está ya indicado en el libreto, no se entiende porque su necesidad de desplegar excesiva y desmedida fuerza vocal. Ameno y seguro se vio al bajo-barítono Nicholas Newton como el Sacristan, y al bajo mexicano Daniel Noyola como Angelotti. El resto de los papeles, cantando por competentes miembros del estudio del teatro incluyó al tenor Matthew Grills (Spoletta) y al barítono Luke Sutcliff (Sciarrone). Desde el nombramiento de Patrick Summers, titular de la orquesta, como director artístico del teatro, paulatinamente ha ido cediendo su lugar a la nueva generación de directores estadounidenses como: Benjamin Manis, joven director que mostró oficio y buenas cualidades al frente de la orquesta de la que obtuvo un óptimo resultado para el desarrollo del espectáculo. Bien también estuvo el coro en su participación. Por último, el teatro recurrió de nueva cuenta a la producción del director inglés John Caird, coproducida con los teatros de Chicago y Los Ángeles (donde se vio en diciembre pasado) situada en una época cercana a la segunda guerra mundial, con diseños y vestuarios de Bunny Christie e iluminación de Bunny Christie. El montaje no logra convencer del todo, por la idea de mostrar excesiva y grafica violencia en escena, sangre por todos lados, lo que parecería un campo de concentración con un cuerpo colgando (se entiende es el de Angelotti como lo pide Scarpia), la bodega llena de arte sacro robado en el segundo acto, o la escena final donde Tosca, cae de lo alto después de haberse degollarse en el cuello, y sin ninguna referencia que haga pensar que la historia es en Roma como indica el libreto. Este montaje ha sido visto ya dos veces en Houston, dos en Los Ángeles, donde se estrenó en el 2017, así como en Chicago, por lo que una futura reposición del título en cualquiera de estos escenarios será seguramente con una nueva producción escénica. 


 

El Rapto en el Serrallo en San Pablo

Fotos: Heloísa Bortz

Fabiana Crepaldi

“El Rapto’ está precedido por una pequeña obertura en do mayor, extremadamente ingenua y que produce poca sensación porque el público difícilmente prestó atención. Es decir, no se debe tomar mal, es un halago al público, ya que, de hecho, si se me permite hablar sinceramente, el padre Leopoldo Mozart, en lugar de llorar de admiración, como era habitual, ante esta obertura de su hijo, hubiera hecho mejor si lo hubiera quemado y dicho al joven compositor: 'Mi joven, acabas de producir una obertura bastante ridícula (...)'”. Así escribía, el 19 de mayo de 1859, el irreverente Héctor Berlioz al comentar el singspiel Die Entführung aus dem Serail (El rapto del serrallo) de Mozart. A Berlioz le habría incomodado la música “turca” de la apertura o, quizás, la cita de la primera aria de Belmonte, Hier sol ich dich denn sehen, que aparece en ella y que sigue a la obertura sin interrupción alguna. Cualesquiera que hayan sido los motivos de Berlioz, me acordé de él cuando asistí a la hermosa representación de la obra, los días 28 y 30 de abril pasados en el Theatro São Pedro: se habría divertido con la entrada con una banda (que, tras los gritos, identificaremos como paparazzi) corriendo y gritando, convirtiendo la música en una banda sonora de acción, tan pronto como la obertura retomó el agitado tema “turco”. Me uno al coro de los que piensan que los gritos fueron innecesarios, también porque el público se sintió libre de comentar en voz alta la escena. En la producción firmada por Jorge Takla y Ronaldo Zero que se mostró en el São Pedro, la acción transcurría en nuestros días. Como explicó Takla en las redes sociales del teatro, no se trataba de modernizar, sino de inmortalizar: “Los temas que plantean los diálogos de Mozart y su libretista son sumamente actuales. Hablamos de acoso moral y sexual, machismo, represión a la mujer, son temas que todavía están muy de actualidad”, dijo. Takla transportó la acción a un hotel icónico de París: el Ritz. Es allí donde Konstanze, miembro de la alta sociedad española, es retenida como prisionero por Selim Pasha, propietario del hotel. París es uno de los símbolos del iluminismo, que dejó fuertes huellas en la obra de Mozart. Y no es en vano ese sentimiento de atemporalidad, ese deseo de eternizar señalado por Takla: como afirma Charles C. Ford en Music, Sexuality and the Enlightenment in Mozart’s Figaro, Don Giovanni and Così fan tutte [Música, sexualidad y la Ilustración en Fígaro, Don Giovanni y Così fan tutte] de Mozart, fue precisamente en el Periodo de la Ilustración que estableció, “por medio de debates científicos y filosóficos, los axiomas y supuestos, la lógica y los prejuicios del 'sentido común' actual”, ese “cuerpo de conocimiento aparentemente tan inmediato y primario que no merece atención crítica” . La actualidad de la obra va, pues, más allá del tema relacionado con la mujer.

Debo confesar que este cambio en el tiempo y el espacio me produjo un gran alivio: me sentí liberada de esos estereotipados “turcos”, los trajes kitsch que a menudo me privan del placer y la fluidez de la obra de Mozart. En cambio, tuvimos el vestuario de buen gusto de Fábio Namatame y el excelente visagismo de Tiça Camargo. En la época de Mozart, cuando el Imperio Otomano era tanto una amenaza como un fetiche, estos estereotipos tenían sentido; Ahora no más. Escénicamente, este desplazamiento también tuvo un impacto: la risa fácil, basada precisamente en estereotipos superados, en la burla de otras culturas -otra cosa que muchas veces me aleja de la obra- fue sustituida por un teatro que, aunque un poco caricaturizado, no cayó en exageraciones de mal gusto. El tono caricaturesco del teatro a veces me molestaba, sin embargo, si la opción era ser fiel al libreto, traduciendo los diálogos sin cambiarlos (los diálogos estaban todos en portugués), cómo llevar a escena de forma natural, no una caricatura, por ejemplo, la primera línea de Konstanze, “¡Hombre magnánimo! Ah, ¿si tan solo pudiera pagar…”? Así que cierto tono de comedia televisiva en las partes habladas era casi inevitable. Los diálogos también trajeron otra grata sorpresa: bien dirigidos, todos los cantantes lograron hablar muy bien, con fluidez, con una voz bien proyectada, buena dicción, de una manera muy comprensible. No fue el tipo de espectáculo en el que lamentamos la ausencia de subtítulos a veces con texto en portugués. En el hermoso e impecable escenario de Nicolás Boni, un verdadero artista, cuyo trabajo nos complace descubrir desde su debut en São Paulo, en 2013, en el São Pedro, en Otra vuelta de tuerca [The turn of the Screw], y que cada vez gana más proyección. internacional–, a veces vemos la recepción del Ritz, a veces la habitación de Konstanze y, a través de las ventanas, la Place Vendôme, una de las postales de París, esa capital de la Ilustración.

Cuando pienso en el Ritz, inmediatamente recuerdo a las grandes personalidades, los grandes artistas, que se quedaron allí o incluso vivieron allí durante algún tiempo. La presencia de los paparazzi nos hace pensar en la princesa Diana y su novio Dodi, hijo de Mohamed Al-Fayed, dueño del hotel, quien murió durante la fuga de los paparazzi, poco después de cenar en la suite imperial, pero no puedo resistirme. pensando en otra invitada célebre del Ritz: Maria Callas, la divina Callas, que se había entregado en cuerpo y alma a Aristóteles Onassis, al mismo tiempo idolatrada y víctima de un modelo social que presiona a la mujer, que se dejaba seducir, secuestrar, aniquilar. A diferencia de Konstanze, esa hermosa creación de Mozart, Maria Callas no dominó sus sentimientos: fue dominada por ellos. Es como si Konstanze estuviera atrapada en el Ritz para volver a visitar y purgar las heridas de Callas. A esta referencia, a la memoria de la gran diva de la historia de la ópera, contribuye el hecho de que la Konstanze del Ritz paolista la vivió una verdadera diva: Ludmilla Bauerfeldt. Con una voz capaz de asustar a los oídos nacionales, poco expuestos a grandes voces, gran técnica, presencia escénica elegante e impactante, Bauerfeldt fue una Konstanze digna del genio de Mozart. La soprano tiene formación en teatro, pasó tres años en la academia de La Scala, donde se graduó hace una década, y acaba de ser invitada a protagonizar una ópera en un teatro de São Paulo. La primera vez que la vi fue en 2019, en un concierto con la Orquesta Sinfónica de São Paulo (OSESP) en una transcripción para soprano y orquesta de unos Lieder de Brahms hecha por la compositora brasileña Flo Menezes. Recuerdo que me llamó la atención aquella soprano que no conocía, de la que nunca había oído hablar, y que no sabía que era brasileña. El tamaño de su voz, capaz de ganarle a una orquesta (que era bastante alta), su dicción, su seguridad, su musicalidad. Ella fue, para mí, un descubrimiento. ¿Tiene Bauerfeldt una voz pesada para Konstanze? Creo que, más probablemente, tiene una voz pesada para el estándar de Konstanze que hemos construido a lo largo de los años, gracias a grandes sopranos de coloratura (Edita Gruberova, Diana Damrau…) que pasaron a interpretar el papel, pero no para la Konstanze que creó Mozart -fuerte, decidida, constante-, que desde el principio ataca a Ach ich liebte con un trazo serio (que, a finales del siglo XVIII, por la afinación, era aún más grave que hoy).

Catarina Cavalieri, la creadora de Konstanze nació en 1755. En 1782, por lo tanto, cuando se estrenó la obra solo tenía 27 años. En 1788 (a la edad de 33 años) interpretó a Donna Elvira en el estreno vienés de Don Giovanni, un papel que hoy en día suelen interpretar las mezzosopranos. Al año siguiente, fue condesa en Le Nozze di Figaro. Así que tenemos a la misma soprano cantando Konstanze, Donna Elvira y la condesa, todos los roles menores de 35 años; resulta que no tuvo hijos, lo que podría cambiar radicalmente su voz. En su interesante tesis The Arias Composed for Catarina Cavalieri: A Pedagogical Examination, defendida en 2016 en la Universidad de Georgia, Chery Brendel argumenta, basándose en dos arias de Mozart cantadas por Cavalieri (como Elvira y la condesa, citadas anteriormente), que probablemente su voz era la de una soprano lírica, no coloratura. Llega incluso a comparar las arias de Cavalieri con las de Aloysia Weber Lange, la venerada cuñada de Mozart, ella si soprano coloratura. Según Brendel, hay pocas descripciones de la voz de Cavalieri, pero nos proporciona algunas. En 1775 y 1778, hubo críticas que apuntaban a una cantante extraordinaria, con notas agudas y graves, y una “fuerte de pecho pequeño”. Brendel explica que “la expresión 'voz de pecho', en el siglo XVIII, generalmente se refería al registro por debajo de la voz de cabeza, que podría abarcar la mayor parte, si no la totalidad, de lo que se denomina en el lenguaje pedagógico moderno como 'registro medio”. En 1781, el año anterior al estreno de Rapto, un crítico describió la voz de Cavalieri como fuerte, pero "muy peculiar en cualidad". En 1785, un crítico se quejó de que, en una interpretación de Giulio Sabino de Sarti, durante el dúo, el castrato Luigi Marchesi no se podía escuchar debido a los "gritos" de Cavalieri. “Con base en la poca información disponible y de la lectura de arias como 'Martern aller Arten' ('Die Entführung aus dem Serail', Mozart, 1782) y 'Staremo in pace' ('La scuola de'gelosi', Salieri, 1783), podemos concluir que, como mínimo, tenía una voz de tamaño y resistencia considerables” concluyó Brendel. La agilidad de Cavalieri ya es bien conocida por todo mozartiano: “Sacrifiqué un poco el aria de Konstanze a la ágil garganta de Madame Cavalieri, escribió Mozart. 'Trennung war', traté de expresar como un aria de bravura italiana se presta a ello". El hecho de que Mozart compusiera a la medida para su intérprete no es nada nuevo, es una característica del compositor que lo acompañó toda su vida. Así fue como Mozart subrayó no sólo las cualidades de sus intérpretes, sino el carácter dramático de las arias. En el pasaje anterior, se refería a Ach ich liebte, la primera aria de Konstanze, que comienza con un adagio, en estilo alemán, pero pronto se convierte en un allegro en estilo italiano. ¿Y cómo es el intérprete? Afortunadamente, Bauerfeldt también tiene peso en la “voz de pecho”, en el sentido utilizado en el siglo XVIII lo que le permitió un buen apoyo en el corto adagio, en el que, fiel al estilo, imprimía un color más oscuro a la voz. Fue, sin embargo, en el allegro italiano, hecho a la medida de Cavalieri, donde se valorizó su voz y supo dar rienda suelta a la brillantez de su timbre. Su interpretación, intensa, precisa, se adecuaba perfectamente a una aria de bravura, cuya gran coloratura describe el desamor que yace en el pecho por las penas del amor.

Siguiendo con Konstanze, la primera gran heroína de Mozart; antecesora de la Condesa, de Donna Anna, de Donna Elvira, de Fiordiligi; la mayor atracción del Rapto paulistano. En el segundo acto, su gran acto, tiene dos arias, ambas enormes, prácticamente de manera consecutiva. En el primero, en realidad tenemos recitativo (Welcher Wechsel herrscht in meiner Seele) y aria (Traurigkeit ward mir zum Lose) inmersos en un ensueño de angustia, de lamentación. Después de un breve diálogo viene Martern aller Arten, un virtuoso allegro que contrasta fuertemente con el aria precedente. Tomando las arias en conjuntoi, esta gran “escena” fue el principal triunfo del Rapto en el São Pedro. Fue allí donde Ludmilla Bauerfeldt demostró, de forma inequívoca, la excelente cantante que es: su musicalidad, su maestría técnica, su cuidado con el texto y la partitura. En Traurigkeit llamó la atención la precisión de sus ataques en los agudos, el crescendo en Traurigkeit, las varias veces que logró sostener el legato, la riqueza de la dinámica. Mi deseo era detenerme en esta aria y analizarla en detalle, pero me abstendré de la parte donde Konstanze dice que ni la brisa puede hablar del dolor de su alma, porque, sin querer quitárselos, sopla todo. los lamentos de vuelta a tu corazón. En la musica, escuchamos la brisa que sopla alle meine (todos los mios), con pares de semicorcheas en movimiento ondulatorio, y un largo Klagen (lamento) sostenido durante casi tres compases. Bauerfeldt transmitió perfectamente este efecto y nos dio otro consistente legato en Klagen. Cuando este texto reaparece al final del aria, con derecho a una coloratura en línea descendente, finalizándola con un armes Herz en la región grave, Bauerfeldt, sin omitir el trino final, lo hace todo de forma sensible, delicada, controlada, mozartiana.

Si Traurigkeit es un monólogo, un lamento introvertido, con líneas entrecruzadas como un sentido de llanto, y predominantemente dirigido hacia la región grave, Martern aller Arten es un discurso inflamado e incisivo dirigido a Selim. ¿Y qué hizo Mozart en Marten aller Arten? Un concertino para voz, flauta, oboe, violín y violonchelo. Es el aria musicalmente más elaborada y, como el lector puede imaginar, un inmenso desafío para la cantante. Hay de todo. En primer lugar, el libretista Gottlieb Stephanie no facilitó la vida ni a Mozart ni al intérprete: introdujo ideas relativamente opuestas. Konstanze no solo desafía a Selim: también le ruega que se deje conmover, que será recompensado con la clemencia del Cielo (Laß dich bewegen, verschone mich; / Des Himmels Segen belohne dich!). Y es precisamente en esta parte donde no faltan saltos, melismas, notas largas y sostenidas e incluso una línea descendente, cayendo hasta un si grave, mientras los demás instrumentos solistas hacen el movimiento contrario. Bauerfeldt, además de haberlo enfrentado todo con sólida técnica y extrema competencia, se dejó guiar por Mozart, y supo resaltar estas ideas y sentimientos contrastantes presentes en el aria. A Berlioz, quien, como el lector habrá adivinado por la cita al comienzo de este texto, no era un entusiasta de la obra, le gustó al menos un número: el dúo final entre Konstanze y Belmonte, cuando ambos creen que van a morir. Para él, fue lo mejor de la obra: “el sentimiento es muy bonito, el estilo es muy superior a todo lo que le precedió, la forma es mejor y las ideas están magistralmente desarrolladas”. Es, en efecto, un momento precioso: al hermoso lamento introducido por Belmonte en el recitativo, Konstanze responde: “¿Qué es la muerte? Un camino para descansar”. Incluso en el momento más dramático, Konstanze no se defrauda, ​​reacciona de manera altiva (sentida pero altiva). También en São Paulo, el dúo, protagonizado por Ludmilla Bauerfeldt y Daniel Umbelino, fue un momento muy especial, en el que tanto los cantantes como la dirección escénica tuvieron una gran actuación. El dúo comienza con Belmonte postrado y Konstanze de pie. Poco después, ella acude a él para apoyarlo. Con su voz potente, de proyección y resonancia envidiables, Bauerfeldt supo compensar cierta falta de peso en los graves, y se notó sobre todo en los verdaderos saltos mortales con los que Mozart llenaba su parte. Umbelino confirmó la afinidad que tiene con el canto mozartiano. Umbelino y Bauerfeldt tienen estilos vocales muy diferentes, lo que marca una cierta diferencia entre Konstanze y Belmonte que se nota tanto en el libreto como en la música. Konstanze se mantiene fuerte; Belmonte también, el realmente estaba empeñado en salvarla, pero en el fondo no hacía nada, y su presencia sólo servía por mero golpe casualidad. En otras palabras, Belmonte nada tiene de héroe. La voz suave, clara y limpia de Daniel Umbelino se prestaba muy bien a este papel. Belmonte era un tanto frágil, como tiene que ser, delicado, esperanzado. Una hermosa actuación.

Una palabra sobre lo mencionado en el párrafo anterior. El libreto de Stephanie se basa en otro libreto de Christoph Friederich Bretzner, cuyo resultado es algo diferente. En Bretzner, Selim descubre que Belmonte era su hijo, y no el hijo de su peor enemigo, como en el singspiel de Mozart. La feliz idea de la dirección escénica me recordó esto: cuando Belmonte dice su nombre y Selim, el gran actor Fred Silveira, se ríe, Belmonte se acerca a él y lo abraza. Solo más tarde, Selim explica que el padre de Belmonte es, de hecho, su peor enemigo. Esta ambigüedad inicial nos lleva directamente al final original de la historia. Otra marcada diferencia entre el libreto de Bretzner y el Rapto de Mozart está en el personaje de Osmin. En Bretzner era prácticamente un actor, con apenas una aria. En Mozart ganó más música, más densidad y, en O wie will ich triunfoieren, en el tercer acto, la nota que sería, durante muchos años, la nota más grave escrita en una ópera: un re grave – re1 (D2 en el estándar americano). Es la misma nota que, más de un siglo después, colocaría Richard Strauss en el papel del barón Ochs, en Der Rosenkavalier, cuando se despide de la Mariscala y se inclina ante ella. A diferencia de lo que sucedió en el Rosenkavalier del Theatro Municipal de São Paulo el año pasado, en el São Pedro hubo un bajo capaz de emitir y soportar el re: Luiz-Ottavio Faria. Además del re,Faria tuvo una óptima actuación, tanto escénica como vocal. Si Belmonte, Konstanze y Selim son personajes serios, incluso trágicos, el humor viene por cuenta de Osmin, Pedrillo y Rubio. Como Pedrillo, Jean William demostró sus habilidades humorísticas y una voz consistente. Fue, por tanto, una pena que su romanza del tercer acto, Im Mohrenland gefangen war, fuera cortada. Raquel Paulin y Ana Carolina Coutinho se alternaron en el papel de Blonde. Pude ver a Paulin el 28 y el 30 de abril a Coutinho. Blonde ganó con interpretes tan diferentes. Si Coutinho tiene un timbre hermoso, redondo, bien colocado, el de Paulin es más metálico, a veces un poco duro; si Paulin consigue alcanzar al dificiles graves que Mozart no pudo resistir insertar en su parte, especialmente en el dúo con Osmin (¡un la bemol grave!), Coutinho no los tiene; si Coutinho tuvo una bella interpretación musical, sobre todo en su primera aria, la que más valorizó su voz, Paulin, con su experiencia en el teatro musical, se destacó en los diálogos y escénicamente. Ana Carolina Coutinho, esa joven que estudia e inicia su carrera en Alemania, es alguien a quien prestar atención. La conducción de Claudio Cruz, de la Orquesta del Theatro São Pedro dejó un poco que desear. Si bien la interpretación del conjunto fue satisfactoria, hubo cierta imprecisión, falta de cohesión principalmente en las cuerdas, que parecían no timbrar, o no estar perfectamente afinadas. La actuación del coro de 12 integrantes, especialmente creado para la obra, también fue bastante satisfactoria. Con buena dirección escénica, competente dirección musical, buenos cantantes, escenografía muy superior a la que estamos acostumbrados a ver en la ciudad, exquisita iluminación (a cargo de Ney Bonfante) y una diva en el escenario, el Theatro São Pedro logró presentar un espectáculo digno y de calidad. El resultado obtenido fue muy superior al de otro Mozart que vimos recientemente en la ciudad: el problemático Così Fan Tutte del Theatro Municipal de San Pablo. Por eso mismo, la nueva regla en São Pedro que permite la entrada en medio del espectáculo, con derecho a que la gente pase por en medio del público y cambie de lugar, es muy desagradable. Y no hablo de poca tolerancia, sino de gente que entra con más de 40 minutos de retraso. ¿Qué tal seria reservar la última fila del segundo balcón para los rezagados?

Vivaldi sacro, arte y música en Ferrara

Foto: Marco Caselli Nirmal per il Teatro Comunale "Claudio Abbado" di Ferrara

Athos Tromboni 

Este domingo de abril por la tarde, la ciudad celebró al santo patrón San Giorgio, el que protege a los pobres e indefensos, el caballero de Cristo que mata al dragón y se convierte en símbolo de la lucha del bien contra el mal. En la zona verde del interior de las murallas del Este, cerca del barrio homónimo de la ciudad donde se encuentra la antigua basílica del santo, antigua catedral de Ferrara en la Edad Media, la gente celebra subiéndose a las atracciones y saboreando los dulces-expreso de los puestos callejeros (almendras, turrones, azúcar hilado, bombones de chocolate aún calientes). La antigua basílica acoge ritos religiosos, oraciones y homilías que dan sentido al día de la patrona. En cambio, en el teatro, sobre el escenario del Comunale "Claudio Abbado", se escenifica un ritual que se repite por segundo año consecutivo: "Arte y Música" o Sacro Vivaldi, o sea Vittorio Sgarbi que le dice al público que llena el palcos y plateas, los llamativos conjuntos y los detalles menos llamativos -pero no banales- de cuadros famosos de Giovanni Bellini, Carracci, Guercino, Rembrandt, Van Rijn, Francisco de Zurbaran, Sironi. Los temas mostrados y narrados son la Virgen niña, la Virgen joven, la Virgen madre, las piadosas orantes (también estas eran jóvenes, adultas, ancianas), en definitiva, algunos topoi pictóricos del universo femenino, desde el Renacimiento hasta el siglo XX. Sgarbi interviene entre una actuación musical y otra, intercalando piezas de Vivaldi; habla, habla y habla; y con su sabiduría, además de lo que el histrionismo, entretiene al público que permanece concentrado en silencio, mientras respeta también en silencio respeta las actuaciones musicales y el canto del Sacro Vivaldi. Sobre el escenario toco la Orchestra Barocca Città di Ferrara dirigida por el maestro violinista Antonio Aiello en el papel de Konzertmeister. También estuvo el Coro Accademia dello Spirito Santo guiado por Francesco Pinamonti, un conjunto que una vez más demuestra ser la realidad musical ferraresa más hermosa que ha madurado en los últimos diez años. «... continúa la empresa ferrarese de diálogo con la gran música, en particular con la de Antonio Vivaldi, como se hizo con dos obras inéditas el año pasado - explicó Vittorio Sgarbi en los días anteriores a la prensa de la ciudad – y yo participaré con la orchestra barocca di Ferrara en el encuentro con un Vivaldi perenne, un Vivaldi sagrado, aunque en realidad nunca es sagrado, como nunca es profano. Lo que emerge es el alma del hombre, que el músico veneciano interpreta con su música y que contaré con algunas pinturas y esculturas.»  El concierto comenzó con el Concierto para violín a dos coros para la Santísima Asunción de la Virgen María RV 582 [Concerto per violino in due cori per la Santissima Assunzione di Maria Vergine RV 582] seguido del Domine ad adjuvandum me, Festina RV 593; y del Kyrie RV 587, posteriormente el Concierto para cuerdas en sol menor RV 156 [Concerto per archi in sol minore RV 156] y finalmente el Magnificat RV 611; también en escena estuvieron las voces solistas de la soprano Carlotta Colombo y la contralto Chiara Brunello, quienes cantaron muy bien. Desde el punto de vista musical, el Vivaldi interpretado por el director Aiello convenció plenamente al público, pues más allá de la belleza melódica y el virtuosismo inherentes a las partituras del Cura Rojo, la habilidad con la que el Konzertmeister supo combinar los planos sonoros y los tempos de instrumentos y voces, incluyendo solistas y coro. En definitiva, fue un espectáculo cultural y musical en conjunto, con un impacto efervescente. La dirección del video también está bien pensada, curada por Domenico Giovannini. El espectáculo, como se puede intuir, nació y fue propuesto como una producción original de la Fondazione Teatro Comunale de Ferrara.



Tuesday, May 9, 2023

Salome di Strauss - Houston Grand Opera


Foto: Michael Bishop

Ramón Jacques

Salome, opera in un atto di Richard Strauss, con la quale si conclude un'altra stagione della Houston Grand Opera, ha un significato speciale per la compagnia essendo stato il primo titolo messo in scena nella serata inaugurale del 19 gennaio 1956. Anche se da allora non viene rappresentato frequentemente, quando è stato allestito ha avuto interpreti rappresentativi del personaggio come Grace Bumbry, Josephine Barstow o Hildegard Behrens. Per questa nuova produzione è stato inizialmente annunciato il soprano Amanda Majeski, ma il suo inaspettato ritiro ha permesso di assistere al debutto nel ruolo del soprano americano Laura Wilde, che l’ha interpretato in maniera molto soddisfacente. La e Wilde si è avvicinata allo psicodramma erotico con presenza e sicurezza in ciascuna delle diverse sfaccettature del personaggio, dalla dolcezza e candore alla capricciosità e alla follia sfrenata. É riuscita a irradiare sensualità e vulnerabilità con facilità e freschezza. La sua performance vocale è stata notevole con la sua voce calda ed espressiva, che ha fornito colore e drammaticità di pari passo con la musica, espandendola e proiettandola con facilità quando richiesto, emettendo note acute e penetranti che bucavano la densa orchestrazione. Questo teatro è noto per trovare e lanciare talenti, quindi non sarebbe sorprendente sentire il suo nome in seguito in altri importanti progetti e su altri palcoscenici. La presenza del soprano finlandese Karita Mattila è stata un piacere nel ruolo di Erodiade. Il suo canto pieno di vigore e sostanza insieme a un'esecuzione plausibile non sorprendevano provenendo da un grande nome dell'opera. Il basso- baritono Ryan Mckinny ha dato carattere e una voce profonda e ben sfumata al ruolo di Jochanaan, e il tenore Chad Shelton è stato un Erode eccitato, quasi squilibrato, ma senza troppi eccessi, dando sostanza e vitalità al suo canto attraverso le qualità della sua voce. Del resto, dei solisti che hanno completato bene il cast, vanno menzionati il tenore Eric Taylor come Narraboth e il mezzosoprano Erin Wagner come paggio di Erodiade. La direzione di Keri-Lynn Wilson nonostante sia stata disomogenea nella scelta dei tempi, dei timbri e nella forza orchestrale, soprattutto nei passaggi più drammatici, ha comunque ottenuto una buon risultato da parte dei musicisti dell'orchestra. La proposta scenica portata dal Palau de les Arts Reina Sofía di Valencia Spagna, dallo scenografo e costumista Louis Désiré, con la regia del messicano Francisco Negrin, entrambi esordienti in questo teatro, non ha lasciato indifferenti. Attualizzato per i personaggi principali, con il resto degli artisti sul palco che assistevano, guardando, con costumi di diverse epoche storiche, lo spettacolo si svolgeva su una pedana circolare, circondata da un enorme muro al centro del palco, e nella cui parte posteriore c'era un'enorme sfera, che simboleggiava il globo terrestre, dove si incontrava Jochanaan. Di fronte al pubblico, la sfera si apriva rivelando all’interno uno spazio con specchi, in cui entrava ed usciva Salome, e dove venivano proiettate le immagini variegate e variopinte di Joan Rondón, che, con le luci di Joan Rondón,, creavano effetti visivamente suggestivi. La regia di Negrin si è concentrata su un lavoro più palpabile con gli artisti e più vicino agli spettatori di oggi, allontanandosi dalla concezione che solitamente abbiamo della trama; così, per esempio, la danza dei sette veli sembrava più una audace danza da discoteca con Salomè circondata da sensuali prostitute; e nella scena finale gli viene consegnato il corpo completo di Jochanaan assassinato e decapitato. Alcune idee sembravano assurde e vicine al regietheater, ma la verità è che lo spettacolo ha funzionato bene. Al di là di esprimere giudizi su quanto visto, sarebbe opportuno parlare dell'effetto che questa Salomè ha avuto sul pubblico, che come raramente accade in questo teatro, al di là dei relativi applausi finali, ha avuto una sincera e clamorosa reazione al termine della recita. L'opera è anche uno spettacolo per gli occhi, e da quella prospettiva, sia per il teatro che per i presenti in questa prima di cinque rappresentazioni, il compito è stato assolto. Intanto sono stati annunciati i titoli della prossima stagione, che prevede la prima mondiale di due opere: Intelligence di Jake Heggie (creatore dell'opera Dear Man Walking) e The Big Swin della compositrice Melina Tuin, oltre ad altri titoli interessanti come Parsifal di Wagner e Tutti insieme appassionatamente [The Sound of Music] di Rodgers e Hammerstein, tra gli altri.






Salome en Houston

Foto: Michael Bishop

Ramón Jacques

Salome, ópera en un acto de Richard Strauss, con la que concluye una temporada más de la Houston Grand Opera, tiene un significado especial para la compañía ya que fue el primer título que escenificó, estrenándose el 19 de enero de 1956. Aunque desde aquel momento no ha sido una obra que se reponga con frecuencia, las ocasiones que aquí se ha hecho, ha tenido intérpretes representativas del personaje como fueon: Grace Bumbry, Josephine Barstow o Hildegard Behrens. Para esta nueva producción se anunció inicialmente a la soprano Amanda Majeski, pero su imprevisto retiro permitió presenciar el debut en el papel de la soprano estadounidense Laura Wilde, quien lo interpretó de manera ampliamente satisfactoria. Wilde abordó el psicodrama erótico con presencia y seguridad en cada una de las diferentes facetas del personaje desde la dulzura y el candor hasta el capricho y la desenfrenada locura. Logró irradiar sensualidad y vulnerabilidad con desenvoltura y frescura. Su desempeño vocal fue notable con su cálida y expresiva voz, que dotó de color y dramatismo acorde a la música, expandiéndola y proyectándola con facilidad cuando fue requerido, emitiendo puntiagudos y penetrantes agudos que atravesaban la densa orquestación. Este teatro se ha caracterizado por encontrar y lanzar talento, por lo que no sorprendería escuchar su nombre más adelante en otros proyectos y escenarios importantes. La presencia de la soprano finlandesa Karita Mattila fue un deleite en el papel de Herodías. Su canto pleno de vigor y enjundia junto a una verosímil y apetecible actuación no sorprendieron viniendo de un gran nombre de la ópera. El bajo-barítono Ryan Mckinny dio carácter y una voz profunda y bien matizada al papel de Jokanaán, y el tenor Chad Shelton, fue un animado casi desquiciado Herodes, sin sobreactuar, dando substancia y vitalidad a su canto por las cualidades de su voz. Del resto de solistas que redondearon bien el elenco se debe mencionar al tenor Eric Taylor como Narraboth y a la mezzosoprano Erin Wagner como el paje de Herodías. La conducción musical de Keri-Lynn Wilson, fue accidentada en la elección de tiempos, timbres y la fuerza orquestal, sobre todo en los pasajes de mayor dramatismo, pero mientras fue calibrándola y adentrándose en la partitura obtuvo un buen trabajo de los músicos de la orquesta. La propuesta escénica traída del Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia España, del diseñador y vestuarista Louis Désiré, con dirección escénica de Francisco Negrin, ambos debutantes en este teatro, no dejó indiferente a nadie. Situada en la actualidad para los personajes principales, y el resto de los artistas en escena observando, con vestuarios de diferentes épocas históricas, fue transcurriendo la función sobre una plataforma circular, rodeada de un enorme muro sobre el centro del escenario, y en cuya parte posterior había una enorme esfera, simbolizando un globo terráqueo, donde se encontraba Jokanaán. Al quedar frente al público, la esfera se abría mostrando en su interior un espacio con espejos, al que entraba y salía Salome, donde se proyectaban abigarrados y coloridas imágenes, de Joan Rondón, que, con la iluminación, de Bruno Poet, se crearon efectos visualmente sugestivos. La dirección escénica Negrin, se enfocó en un trabajo con los artistas más palpable y cercano al espectador de hoy, alejándose de la concepción que ya se tiene de la trama, así, por ejemplo: el baile de los siete velos parecía más un atrevido baile de discoteca con Salome rodeada de sensuales prostitutas; y en la escena final se le entrega el cuerpo completo del asesinado y degollado Jokanaán. La propuesta por algunas ideas parecería absurda y cercana al regietheater lo cierto es que funcionó bien. Más allá de entrar en juicios sobre lo visto en el espectáculo, convendría hablar sobre el efecto que esta Salome, suscitó en el público asistente, que como pocas veces ocurre en este teatro, más allá de los respectivos aplausos finales, tuvo una sincera e impresionante reacción explosiva al término de la función. La ópera es también un espectáculo visual, y desde esa perspectiva, tanto para el teatro como para los presentes en esta primera, de cinco funciones, el cometido se cumplió. Mientras tanto, se anunciaron los títulos para la próxima temporada que incluye el estreno absoluto de dos operas: Intelligence de Jake Heggie (creador de la ópera Dear Man Walking) y The Big Swin de la compositora Melina Tuin, además de otros títulos interesantes como Parsifal de Wagner y The Sound of Music de Rodgers y Hammerstein, entre otras.



Monday, May 8, 2023

Grace Bumbry a trailblazing Black opera singer, Dies at 86

Mezzo-soprano Grace Bumbry (1937-2023), a Black opera singer has died. She was 86. The artist died on May 7, 2023 at a hospital in Vienna, having suffered a stroke in October.  The singer made her operatic debut in Paris in 1960, playing Amneris in Aida.  Over a nearly four-decade career, Bumbry received great acclaim for her performances in roles that showcased her wide vocal range and singular star power. Grace-Melzia Bumbry was born in St. Louis on January 4, 1937, to parents hailing from Mississippi. A unique talent in the church choir, she grew up in an era of profound racial segregation and was barred from entering the local music conservatory. She studied at Boston University and Northwestern University on scholarships, later going with her instructor Lotte Lehmann to the Music Academy of the West in California.  Following fellow Black artists Marian Anderson and Leontyne Price, Bumbry was a major figure in breaking down racial barriers in classical music. She gained international attention in 1961 when she became the first African American to perform at Germany's Bayreuth Festival, an institution dedicated to Richard Wagner, a figure acclaimed for his music but whose antisemitism and white supremacist views have complicated his artistic legacy. She lived for years in Switzerland and later settled in Vienna, retiring from opera in 1997 after gracing the world's most prestigious stages for decades. Bumbry remained professionally active as a teacher and concert performer. 

Saturday, May 6, 2023

Les Pêcheurs de Perles en Austin

Fotos: © Erich Schlegel

Eduardo Andaluz

La amplia lista de composiciones, especialmente las operísticas, de Georges Bizet (1838-1875) parece estar limitada únicamente a Carmen, que es una de las obras más conocidos y representadas actualmente. Fuera de Francia, se puede afirmar que Les Pêcheurs de Perles es el segundo título más conocido del compositor, y esto dicho con ciertas reservas, ya que al menos en el circuito operístico estadounidense son pocas las oportunidades que se tienen de escucharla como en Los Ángeles y en Chicago (en 2017) y Dallas (en 2022) como ejemplo de recientes montajes. Para concluir su temporada 2023, la Opera de Austin eligió para su público esta ópera (en tres actos con libreto en francés de Eugène Cormon y Michel Carré, estrenada el 30 de septiembre de 1863 en el Théâtre-Lyrique du Châtelet de París) en lo que debe considerarse como una meritoria labor de rescate de títulos frecuentemente olvidados, por un teatro que a lo largo de su historia ha asumido riesgos presentando óperas poco conocidas y algunos estrenos. Debido al interés por ofrecer temas diferentes, exóticos, y para alejarse también de la censura en Europa, algunos compositores del pasado se fijaron en las culturas de oriente para situar la trama y acción de sus óperas (aunque se señala que en sus primeros borradores Bizet habría considerado como opción colocar la historia en México). El libreto se lleva a cabo en Ceilán, hoy Sri Lanka, y frente a ese ambiente colorido, luminoso, solar y mágico se encontró el público que asistió a esta primera función. Se trata de la idea que la diseñadora de moda inglesa Zandra Rhodes (atraída por la influencia del punk, el pop, y el glam) ideó y estrenó en el 2004 por encargo del teatro de San Diego. Es evidente que las escenografías (en realidad las escenas están representadas por pinturas al fondo del escenario, con pocos elementos sobre la escena, palmeras y brillantes vestuarios) denotan ya el paso del tiempo. Su funcionalidad, como el amplio espacio que permite el libre y fluido movimiento de los artistas, y la iluminación de Anshuman Bhatiaque que la complementa, creando gratas y estéticas estampas al espectador es lo que la mantiene activa y como una producción de referencia. Sobre el escenario se apreciaron también las pausadas, expresivas y elegantes coreografías de estilo hindú de Anuradha Naimpally de la compañía de baile Austin Dance India. De la dirección escénica se encargó Alison Moritz, quien realizo un detallado trabajo actoral, expresionista y en línea con la sensación de fantasía y fabula proveniente del escenario. Buen desempeño tuvo el coro, cuando fue requerido, mostrando enjundia y pasión; y la orquesta fue dirigida con imaginación y emoción por Timothy Myers, titular musical de este teatro. Musicalidad, gracia y color es lo que me hace describir la voz de la joven soprano Madison Leonard, que cantó y actuó bien el papel de Leila, en sintonía con el Nadir de David Portillo, tenor de una voz lirica de buenas condiciones y uniforme en cada registro. El elenco conto con la presencia del barítono Will Liverman como Zurga quien cantó con claridad y expresividad, y del bajo-barítono japonés Hidenori Inoue que aquí actuó a un arrogante y autoritario Nourabad de fornida y corpulenta voz.



Friday, May 5, 2023

Lucia di Lammermoor en Milán

Foto: Brescia & Amisano

Massimo Viazzo

Riccardo Chailly estaba muy interesado en esta Lucia, que inicialmente estaba prevista para la inauguración de la temporada 2020/21 y que debió ser anulada a causa de la pandemia.  Lucia di Lammermoor de Donizetti fue finalmente recuperada y Chailly volvió al podio para firmar una Lucia, me atreveré a decir, histórica.  Chailly se refirió a la edición crítica de Gabriele Dotto y Roger Parker realizada en su totalidad con la presencia de nuevos compases y la reapertura de los cortes tradicionales que con frecuencia han colmado la partitura, a menudo privándola de continuidad dramática. Quizás la más célebre manumisión ocurrió justo en el estreno el 26 de septiembre de 1735 en el teatro San Carlo de Nápoles, cuando el intérprete de la armónica de cristal, la armónica con copas que Donizetti con genial intuición colorista había previsto para acompañar la escena de la locura, se retiró obligando al compositor de Bérgamo a recurrir al uso de la flauta.  Posteriormente fueron cortadas escenas enteras (o parte de ellas), como la de Raimondo en el segundo acto, o la llamada scena della torre entre Edgardo y Enrico en el tercer acto.  En esta ocasión en la Scala, se pudo finalmente escuchar todo como lo había previsto Donizetti.  Usualmente el nombre del director de orquesta Riccardo Chailly, no se asocia al repertorio belcantista, y, por tanto, la sorpresa fue mayor en lo que respecta al éxito musical.  El atento cuidado de los timbres orquestales y la notable capacidad para crear una atmósfera de fábula, brumosa, encantada, con un toque de romanticismo nórdico, unidos al minucioso y muy preciso trabajo de concertación, han llevado a un resultado de fuerte compacidad y sugestión, reencontrando en las memorables páginas donizettianas, aquella teatralidad que frecuentemente ha sido excluida, privilegiando sólo los valores vocales.  Chailly utilizó la orquesta como voz interior plasmando los lugares de la ópera, logrando delinear de la mejor manera las interacciones entre los personajes, sin limitarse nunca, al solo acompañamiento de las voces, sino al contrario, valorizando los valores intrínsecos de la partitura. Una gran conducción hizo descubrir una Lucia toda nueva. Yannis Kokkos, director de escena, escenógrafo y vestuarista de esta nueva producción, confeccionó un espectáculo linear y elegante, perfectamente en línea con la idea de valorizar la dramaturgia de la ópera, apuntando a la sobriedad de la actuación, haciendo respirar la música y evitando de llenar el escenario de contrasentidos o de recurrir a otros movimientos distractores. ¿Qué se puede decir al final del elenco? ¡Estuvo excepcional! Comenzando con Lisette Oropesa, una Lucia de voz emocionante, expresiva, técnicamente perfecta y muy sólida en la entonación y muy a sus anchas en la coloratura.  Como actriz, fue también una Lucia creíble. En la escena de locura, con la fundamental recuperación de la armónica de vidrio (que por deber de crónica fue ya utilizada en la Scala en el 2006 por Roberto Abbado) fue la cumbre de la interpretación que muchas veces ha entusiasmado, haciendo que vinieran a la mente las intérpretes históricas del papel. Juan Diego Flórez sacó su innata musicalidad, su clase y refinamiento, esbozando un Edgardo más heroico que romántico.  Flórez es desde hace muchos años el campeón de la música rossiniana y este legado se ha percibido en la búsqueda y meticulosidad de la emisión vocal. Aquí en Donizetti, por momentos se le ha notado una parcial carencia de peso vocal, pero el tenor peruano la compensó ampliamente valiéndose de una línea de canto sostenida de un fraseo siempre preciso, una dicción ejemplar y de la habitual valentía en el registro agudo.  El barítono ruso Boris Pinkhasovich interpretó con impulso y tormento al papel de Enrico, mostrando un timbre claro y facilidad en las notas agudas, mientras que el Raimondo de Michele Pertusi agradó por su bruñido timbre, seguridad en el acento, persuasión y presencia escénica.  Completaron el elenco de modo idóneo, Leonardo Cortelazzi (Arturo), Giorgio Misseri (Normanno) y Valentina Pluzhnikova (Alisa).  Para finalizar, el Coro del Teatro alla Scala dirigido por Alberto Malazzi supo captar muy bien los diversos estados de ánimo de los que está impregnada la partitura cantando con timbres homogéneos y precisión. 



 

 

Lucia di Lammermoor - Teatro alla Scala Milano

Foto:Brescia & Amisano

Massimo Viazzo

Riccardo Chailly ci teneva molto a questa Lucia. Inizialmente prevista per l’inaugurazione della stagione 2020/21, poi annullata a causa della pandemia, Lucia di Lammermoor di Donizetti finalmente viene recuperata e Chailly torna sul podio firmando una Lucia oserei definire storica. Chailly si rifà alla edizione critica di Gabriele Dotto e Roger Parker eseguita integralmente con la presenza di nuove battute e la riapertura dei tagli di tradizione che hanno frequentemente costellato la partitura privandola spesso di continuità drammatica. Forse la più celebre manomissione avvenne proprio alla première del 26 settembre 1735 al San Carlo di Napoli, quando il suonatore della glassarmonica, l’armonica a bicchieri che Donizetti con una geniale intuizione coloristica aveva previsto per accompagnare la scena della pazzia, diede forfait costringendo il compositore bergamasco a ripiegare sull’uso del flauto. In seguito furono tagliate intere scene (o parti di esse), come quella di Raimondo nel secondo atto, o la cosiddetta scena della torre tra Edgardo ed Enrico nel terzo. Stavolta alla Scala abbiamo potuto finalmente ascoltare tutto ciò che era stato previsto da Donizetti. Solitamente il nome del direttore d’orchestra Riccardo Chailly non viene associato al repertorio belcantistico. E quindi la sorpresa è stata ancora maggiore per quanto riguarda l'esito musicale. L’attenta cura dei timbri orchestrali e la notevole capacità nel creare atmosfere fiabesche, brumose, incantate, con un tocco di romanticismo nordico, unite al lavoro di concertazione minuzioso e precisissimo, hanno portato ad un risultato di forte compattezza e suggestione facendo ritrovare alle memorabili pagine donizettiane quella teatralità che spesso è stata tralasciata privilegiandone i soli valori vocali. Chailly ha utilizzato l’orchestra come voce interiore plasmando i luoghi dell’opera, e riuscendo a sottolineare al meglio le interazioni tra i personaggi, mai limitandosi al solo accompagnamento delle voci, ma anzi valorizzando i valori intrinsechi della partitura. Una grande direzione che ci ha fatto scoprire una Lucia del tutto nuova. Yannis Kokkos, regista, scenografo e costumista di questo nuovo allestimento, ha confezionato uno spettacolo lineare ed elegante, perfettamente in linea con l’idea di valorizzare la drammaturgia dell’opera, che ha puntato sulla sobrietà della recitazione facendo respirare la musica ed evitando di riempire il palcoscenico di controscene o di ricorrere ad altri movimenti distraenti. Che dire infine del cast? Eccezionale! A cominciare da Lisette Oropesa, una Lucia dalla voce emozionante, espressiva, tecnicamente perfetta, saldissima nell’intonazione e a proprio agio nella coloratura. Una Lucia credibile anche come attrice. La scena della pazzia, con il fondamentale recupero della glassarmonica (che per dovere di cronaca era già stata utilizzata alla Scala nel 2006 da Roberto Abbado), è stata la vetta di una interpretazione che più volte ha entusiasmato facendo venire in mente le interpreti storiche del ruolo. Juan Diego Florez ha sfoderato la sua innata musicalità, la sua classe e raffinatezza tratteggiando un Edgardo più eroico che romantico. Florez è da decenni il campione della musica rossiniana e questo retaggio lo si è percepito nella ricercatezza e meticolosità dell’emissione vocale. Qui in Donizetti a volte si è notata una parziale mancanza di peso vocale, ma il tenore peruviano l’ha ampiamente compensata avvalendosi di una linea di canto sostenuta da un fraseggio sempre accurato, una dizione esemplare e dalla solita spavalderia nel registro acuto. Il baritono russo Boris Pinkhasovich ha interpretato con slancio e tormento il ruolo di Enrico, mostrando timbrica chiara e facilità in alto, mentre il Raimondo di Michele Pertusi è piaciuto per brunitura timbrica, sicurezza d’accento, persuasività e presenza scenica. Completavano il cast in modo idoneo Michele Pertusi  (Arturo), Giorgio Misseri (Normanno) e Valentina Pluzhnikova (Alisa). Infine, il Coro del Teatro alla Scala diretto da Valentina Pluzhnikova ha saputo cogliere al meglio i diversi stati d’animo di cui è pervasa la partitura cantando con timbrica omogenea e precisione.



Tannhäuser en Salzburgo

Fotos: © Monika Rittershaus

Fabiana Crepaldi 

Fue la noticia de Tannhäuser en el festival de Pascua de Salzburgo, que uniria a Jonas Kaufmann, Marlis Petersen, Elina Garanča y Chistian Gerhaher (los tres primeros debutando en sus respectivos roles) lo que me hizo decidir pasar la primera quincena de abril en Europa. Con algunas modificaciones, la producción, a cargo de Romeo Castellucci, fue la misma que, en 2017, se estrenó en la Bayerische Staatsoper bajo la impecable dirección de Kirill Petrenko. Con la dirección musical de Andris Nelsons, la versión elegida fue, como ya había sucedido en Múnich, la de Viena de 1875, la última que dejó Wagner. Curiosamente, la partitura de esta versión solo se revisó e imprimió en 2003, cuando Hartmut Haenchen la montó en el escenario en Ámsterdam. En términos generales, hay algunas características que ayudan a reconocer la versión vienesa: el preludio no retoma el tema inicial de los peregrinos, como ocurre tanto en el primero, de Dresde, como en el de París, sino que, al contrario, va derecho, sin interrupción, por la bacanal; se conservan las partes de Venus incorporadas en la versión de París, con una escritura cercana a la de Tristán e Isolda; se reincorpora el aria de Walther, en el segundo acto, eliminada en la versión de París por problemas con el intérprete. Como Tannhäuser tiene como uno de sus temas principales la fuerza creativa y la no aceptación que enfrentan los individuos con capacidad de innovar en una sociedad tradicional, cerrada y sujeta a reglas, esta nueva escritura incorporada al primer acto de la revisión de París ayuda a destacar la diferencia entre esta fuente de libre inspiración, procedente del Venusberg, y el ambiente más tradicional, más cercano al de las óperas románticas italianas, que caracteriza el segundo acto, procedente del Wartburg. Fuimos recibidos, en el teatro, por una luz blanca y una flecha discreta. La flecha, ese clásico símbolo fálico, con el que nos hechiza el ciego Cupido, pero también símbolo de movimiento, vector con longitud, dirección y sentido. Y movimiento, coreografía (a cargo de Cindy Van Acker), no faltó en la producción. En el preludio, aún sonaba el tema de los peregrinos cuando entraron en escena figuras femeninas semidesnudas, un grupo de amazonas, portando arcos y flechas. Pero no eran unas amazonas cualesquiera: parecían practicantes de kuydo (El camino del arco), un arte marcial japonés. Es una mezcla de mitología griega y orientalismo, dos culturas, dos tradiciones místicas. Cuando comenzó el tema de Venusberg, al fondo del escenario, apareció una imagen esférica con parte de un rostro del que prácticamente solo se veia el ojo. Después de señalar, de manera amenazante pero reverente, las flechas en nuestra dirección, las amazonas se volvieron hacia esta imagen y comenzaron a lanzar los proyectiles sonoros para resaltar las partes más oscuras de la imagen, especialmente el ojo. Cuando el canto de las sirenas estaba a punto de sonar, la imagen proyectada cambió, se convirtió en una oreja (cubierta de flechas). Vista y oído: los dos sentidos principales que provocan la reacción de los instintos; los sentidos a través de los cuales fuimos atraídos por lo bello; los sentidos a través de los cuales interactuamos con la ópera en su totalidad: música, poesía, teatro. Tannhäuser respondió al llamado de las sirenas y un doble de acción de Jonas Kaufmann fue llevado a lo más alto, escalando la imagen como si estuviera escalando una pared, y ya no usando las flechas, como en la producción original, lo que dejo vació un poco el significado y el papel de las flechas. En la imagen proyectada, el oído ha dejado paso a una mano que sostiene una manzana. Tentación, seducción en la cultura judeocristiana, pero también el comienzo de la Guerra de Troya en Grecia.

Nada más wagneriano. Para Wagner, el mito es la materia ideal del poeta: “El mito es el poema primitivo y anónimo del pueblo, y lo encontramos, en todos los tiempos, retomado, incesantemente reformulado, por los grandes poetas. En efecto, en el mito, las relaciones humanas (…) muestran lo que la vida tiene de verdaderamente humana, de eterna comprensión (…).” Pero, como observó Baudelaire, “los fenómenos e ideas que suceden periódicamente a lo largo de los tiempos prestan siempre a cada resurrección el carácter complementario de variante y de circunstancia. La radiante Venus antigua, la Afrodita nacida de la blanca espuma, no pasó impunemente por las horribles tinieblas de la Edad Media. Ya no habita el Olimpo ni las costas de un fragante archipiélago. Se retiró al fondo de una cueva, magnífica, es cierto, pero iluminada por un fuego que no es el del benevolente Febus. Descendiendo a lo subterráneo, Venus se acerca al infierno (…)”. La Venus de Castellucci, en la producción original de Múnich, es precisamente esa habitante del fondo de la caverna, del centro de la Tierra. Viene directamente de la llamada "figura de Venus", las figurillas de la era paleolítica que representan figuras femeninas, una de las más populares es la diminuta Venus de Willendorf de 29.500 años de antigüedad, a quien conocí unos días después de la ópera en el Museo de Historia Natural de Viena (y aquí hay una foto que tomé). El origen del nombre de estas figurillas se remonta a mediados del siglo XIX, cuando el Marqués de Vibraye descubrió la primera de estas figuras y la denominó “La Vénus Impudique”. La mayoría de ellos presentan las partes relacionadas con la reproducción representadas de forma exagerada, por lo que, aunque no se sabe a ciencia cierta el significado de los mismos, muchas veces se relacionan con la fertilidad, la Diosa Madre, la Madre Tierra.

Originalmente, la Venus de Castellucci estaba unida a la tierra, al suelo. Figuras mitad humanas, mitad viscosas, mitad deformes, en las que, fluidos, cuerpos inquietos, arcilla y magma parecían fundirse, formaban, con ella, un todo. Para la intérprete, el desafío era actuar sin usar todo el cuerpo, solo la voz, las expresiones faciales y los brazos. En el re ensamblaje, el primer acto, más precisamente Venus, fue el que sufrió mayores cambios. Este era, muy probablemente, para recibir a Elina Garanča quien, sin embargo, terminó cancelando su participación alegando problemas de salud (no es la primera vez que se enferma en vísperas de debutar en un papel). La Venus de Salzburgo comenzó como la de Múnich, pero pronto se liberó de su forma de figura de Venus, se puso de pie y comenzó a actuar libremente. Las sustancias viscosas y repugnantes desaparecieron: habian sido reemplazadas por telas. Gradualmente, los tejidos cercanos a Venus se volvieron rosados, casi rojos. Todo se volvió más ligero. A mis ojos, el cambio fue muy bienvenido, la producción ganó mucho en estética, en movimiento y empezó a presentar diferentes formas de Venus. En cuanto a la puesta en escena, fue el acto mejor resuelto.

Con la cancelación de Garanča, Vênus encontró a su intérprete en la soprano inglesa Emma Bell. Su voz ciertamente no tiene el peso de la de Garanča, pero siempre me gusta una Venus soprano, más aún cuando se tiene una voz lírica y delicada en Elisabeth, como la de Marlis Petersen, y en Tannhäuser un tenor con un timbre oscuro pero sutil, como el de Jonas Kaufmann. Si la actuación de Bell no fue memorable y sus agudos sonaron un poco duros, si hubo una decepción general por la ausencia de Garanča, su timbre combinó bien con el resto del elenco y su participación fue buena. Como en la producción original, Tannhäuser aparece a partir de una hendidura en forma de figura humana realizada en circunferencia, ahora sin las proyecciones. Lo más probable es que esta grieta sea Elisabeth (el segundo acto confirmará esta sospecha). ¿Es a través de Elisabeth que Tannhäuser llega al mundo de Venus? ¿O a través de su ausencia? O, como al despertar Tannhäuser cuenta, sosteniendo la “mano” de la grieta, que creyó escuchar, en un sueño, una canción olvidada hace mucho tiempo, la grieta representa esa ausencia de Elisabeth que, aún sin que ella este consciente de ello. ¿Estás conduciendo de regreso? No tengo la respuesta y ni siquiera sé si la hay, ya que es una producción abierta, que propone una reflexión sobre la obra, los símbolos y la música, más que respuestas rápidas y finales.

Como bien decía Wagner, encontramos el mito renovado, revisitado en cada cultura. Al ver salir a Tannhäuser de la cueva de Venus, donde estuvo tanto tiempo retenido y separado de su pueblo, dejando a Elisabeth esperándolo, es imposible no recordar a Ulises, quien, durante siete años, estuvo preso en la cueva de la ninfa Calypso, la ninfa divina que quería que fuera su marido. La diferencia es que Ulises obtuvo pronto el perdón de los dioses del Olimpo, mientras que Tannhäuser no corrió con la misma suerte en el mundo cristiano: para salvarlo fue necesario, como en el Fausto de Goethe, que una mujer se sacrificara. Una vez fuera de la cueva, Tannhäuser ve pasar a los peregrinos que se dirigen a Roma para obtener el perdón. Vestidos de negro, llevan juntos un gran metal brillante. ¿El peso de vuestros pecados, por los que vais juntos a buscar el perdón? Cuando regresan, en el tercer acto, después de ser perdonados, cada uno traerá una pieza ligera de ese metal, que en la producción original era brillante, pero ahora ha perdido su brillo y se volvería algo difícil de ver desde la distancia. ¿Sus pecados, una vez perdonados, dejarían de ser una carga y se convertirían en riqueza? La última escena del primer acto, cuando los cazadores, vestidos con ropas que parecen de artes marciales orientales, regresan de cazar y encuentran a Tannhäuser, la escena está marcada por la sangre. A partir de ese momento, la producción se vuelve cada vez más enigmática y cargada de símbolos, pero afortunadamente sin perder una musicalidad cautivadora. En este punto, terminado el primer acto, ya se notaba el altísimo nivel de todo el conjunto, en especial del fantástico barítono Christian Gerhaher, intérprete de Wolfram desde el estreno de la producción en Múnich, con su enorme voz, su hermoso timbre, su fraseo natural, su dicción impecable. Fue desafortunado que su línea de canto se viera dañada por el ritmo lento de Nelson. Tenemos, como consuelo, el fluido “O du mein Holder” del vídeo de Múnich, que no está intercalado con pausas como la versión en cámara lenta presentada en Salzburgo. Georg Zeppenfeld también había interpretado a Hermann the Landgraf en la misma producción. Es un excelente bajo, y su participación le dio un brillo especial al segundo acto. Él fue quien logró manejar mejor el ritmo de Nelson.

Castellucci ambientó la gran sala del segundo acto en un ambiente espacioso con cortinas semitransparentes. Se creó un ambiente íntimo y algo misterioso. Fue esta habitación la que Elisabeth saludó después de una larga ausencia. Ataviada con una túnica blanca en la que se imprime una mujer desnuda como si la túnica fuera transparente como las cortinas, Elisabeth de Castelllucc simboliza, al mismo tiempo, la mujer pura, sagrada y el deseo carnal de Tannhäuser. En parte del dúo entre Tannhäuser y Elisabeth, la cortina los separaba. El escenario del concurso de canto estuvo lleno de rituales orientales y bailarines. Los pies sin cuerpo se ven por debajo de la cortina. En 2017, las diferentes esquinas se ilustraron con palabras escritas en un cubo central. Al volver a armar, el cubo cambió su apariencia, se volvió rosa hasta el canto de Tannhäuser. En ese momento, comenzaron a aparecer manchas, como suciedad. Cuando todo el mundo estaba horrorizado por Tannhäuser y su elogio a Venus, aparece una novedad impactante, pero, por decir lo menos, chocante: un extra vestido de negro de pies a cabeza, como envuelto en brea, una figura diabólica caricaturizada, comienza a frotarse contra Tannhäuser, dejando manchas negras en su hasta entonces inmaculada túnica blanca. Un momento hermoso de la producción es el comienzo del tercer acto, cuando Elisabeth reza a los pies de María. Castellucci es literal en este punto: sólo vemos el cubo, un pedestal, con el nombre “María” y los pies, blancos, supuestamente de María. Eso le da más fuerza a Elisabeth y a su fe, a su oración, y el efecto es especialmente alegre cuando se tiene a una actriz de la talla de Marlis Petersen como Elisabeth. Este tercer acto trata del sacrificio, de la finitud, de la oposición entre lo efímero y lo eterno, entre lo carnal y lo espiritual. Así, mientras suena la eterna música de Wagner, vemos tumbas con restos mortales descomponiéndose con el paso del tiempo y los nombres de los intérpretes: Jonas y Marlis. Sin embargo, esto le quita algo de sentido a un hermoso gesto que bien podría significar la realización del amor después de la muerte, tan querido por Wagner y por el romanticismo: los dos intérpretes vierten sus respectivas cenizas, que se mezclan, combinan, confunden convirtiéndose en un solo montón de cenizas. Siendo las cenizas de Tannhäuser y Elisabeth, la escena es extremadamente bella y simbólica de los ideales románticos; siendo de Jonas y Marlis, no hay que decir nada.

Originalmente pensada para Anja Harteros, la producción requiere de una Elisabeth que, además de ser una gran cantante, sea también una gran actriz, que tenga sutileza, profundidad. Y Marlis Petersen, que debutó no solo en el papel, sino en una ópera de Wagner, es un nombre que cumple con esos requisitos. Lo primero a destacar es que cuando un intérprete asume el papel que, anteriormente, había sido interpretado por un nombre importante como Harteros, es habitual, sobre todo cuando hay un vídeo, que el nuevo intérprete intente reproducir, al menos escénicamente el rendimiento del antecesor. Esto no sucedió con Marlis Petersen: su Elisabeth fue totalmente diferente a la de Harteros, creó un personaje completamente nuevo. Mientras que Harteros, a juzgar por el vídeo, hacía una Elisabeth introspectiva, trascendental, ya un poco ausente, para quien realmente la muerte parecía ser el único desenlace posible, la Elisabeth de Petersen era extremadamente humana: tenía sus momentos de fragilidad, que su timbre ligero le ayudó a crear, y otros de gran fuerza y ​​determinación. La rendición se vio llegó en su oración final y etérea en pianissimo en el tercer acto. En la gran escena final del segundo acto, dramáticamente más exigente, ella estuvo extraordinaria: construyó una Elisabeth herida por ese hombre por el que tanto había esperado, al que amaba incondicionalmente, pero que parece haber buscado la fuerza precisamente en ese golpe mortal, hasta el punto en que, con un sonido agudo, haber podido plantar cara a todos esos hombres. Su “Zurück von ihm!”, con canto recitado e incisivo, dio paso a un lírico “Ich fleh für ihn”, con un buen legato, que terminó con ella clavándole una flecha en la espalda a Tannhäuser (junto con el texto, recordando que el Salvador también fue inmolado por él, esta flecha nos remite directamente a la lanza de Parsifal). En el concertato, en la breve parte en la que Wagner se inspiró ciertamente en el final de la Norma de Bellini, cuando Elisabeth ofreció su vida por la de Tannhäuser, cuando sobresale la línea de la soprano, su crescendo dio fuerza a la escena.

Es cierto: la voz de Petersen no tiene las características a las que estamos acostumbrados a escuchar en este y otros papeles wagnerianos, territorio dominado, sobre todo en el siglo XX, por las sopranos dramáticas. Pero la voz, aunque siempre deseable, no lo es todo en el arte lírico. Gran intérprete, su sólida técnica la ayudó a superar los desafíos que le ofrecía su propia voz y una orquesta a veces ruidosa y lenta, lo que la perjudicó especialmente en su primera aria, “Dich, teure Halle”, al comienzo del segundo acto. He oído a cantantes decir que quien sabe pronunciar bien un texto, también sabe cantarlo. Y eso es lo que transmite Petersen, el texto está muy presente en su canto. En Tannhäuser, Marlis Petersen confirmó la fuerte impresión que ya me había causado el año pasado en el inolvidable Der Rosenkavalier de Múnich. Debutando como Tannhäuser, Jonas Kaufmann demostró, especialmente en el tercer acto, en “Hör an, Wolfram”, con su magnífico relato de la peregrinación a Roma, por qué es el mejor tenor de nuestro tiempo. Llamaba la atención la forma en que cantaba “Hast du so böse Lust geteilt”, la maldición que escuchó precisamente en el lugar donde fue a buscar la gracia. Al final de la historia, se podía visualizar al pecador, marginado, maldecido, indignado con los cantos de gracia que escuchaba a lo lejos. Fue un gran final para la ópera. En el primer acto me molestó cierta falta de vigor, de pasión, en el canto a Venus, extremadamente lento. Con cada repetición, la melodía aparecía con un tempo un poco más rápido, un efecto que alcanzó su cúspide en el segundo acto cuando, durante el concurso de canto, Tannhäuser tiene ese tipo de crisis y comienza a alabar a Venus. Eso fue muy interesante. El problema fue que para que este efecto fuera claramente evidente, la primera aparición del canto fue demasiado lenta, casi con una pausa, después de cada sílaba en  “Dir töne Lob! Die Wunder sei’n geprisen”. Sin duda, una elección de Andris Nelsons, que realizó prácticamente toda la ópera en tempo lento, llevando a los cantantes al límite. A pesar del color oscuro de su timbre, Kaufmann no es un heldentenor, categoría que parece ser la única posible y aceptada para los papeles wagnerianos, pero es un verdadero artista, un cantante en pleno dominio de su técnica, un músico meticuloso y dueño de un timbre seductor.

Todas las escenas del conjunto estuvieron marcadas por una gran actuación y, en general, se vieron menos afectadas por el tempo. Además de un elenco de tan alto nivel, el coro, formado por el Tschechischer Philharmonischer Chor Brünn y Bachchor Salzburg, también contribuyó al excelente resultado. Andris Nelsons es un maestro que cuida los detalles, capaz de entregar una interpretación trascendente —algo que, por cierto, casa bien con la producción de Castellucci— y de extraer un sonido hermoso de la gran Gewandhausorchester. Sin embargo, parece no importarle mucho el hecho de que se trata de músicos cuyos instrumentos tienen limitaciones fisiológicas: los cantantes. Si bien el resultado orquestal obtenido es interesante, haciendo que los cantantes lleguen al límite, de modo que tengan que respirar en momentos que, con un tempo un poco más favorable, no necesitarían respirar, o haciendo que parte del fraseo se perdiera con pausas y lentitud, es un precio demasiado alto, más aún cuando se tiene entre manos un elenco tan calificado. De todos modos, fue una noche memorable. El mandato de Nikolaus Bachler, el nuevo director artístico de Osterfestspiele Salzburg, comenzó con buen pie en esta edición del 2023. El próximo año, los nombres son atractivos: una vez más Jonas Kaufmann, Anna Netrebko y Antonio Pappano, quien dirigirá en el festival. Lo que desalienta es el título de la ópera elegida: La Gioconda, de Ponchielli. A partir dle 2026, el festival contará con la participación de Kirill Petrenko y la Filarmónica de Berlín, reproduciendo así en Salzburgo la exitosa asociación entre director y director que convirtió a la Bayerische Staatsoper en el mejor teatro de ópera del mundo.