Massimo Viazzo
Riccardo Chailly estaba muy
interesado en esta Lucia, que inicialmente estaba prevista para la inauguración
de la temporada 2020/21 y que debió ser anulada a causa de la pandemia. Lucia di Lammermoor de Donizetti fue
finalmente recuperada y Chailly volvió al podio para firmar una Lucia, me
atreveré a decir, histórica. Chailly se
refirió a la edición crítica de Gabriele Dotto y Roger Parker realizada en su
totalidad con la presencia de nuevos compases y la reapertura de los cortes
tradicionales que con frecuencia han colmado la partitura, a menudo privándola
de continuidad dramática. Quizás la más célebre manumisión ocurrió justo en el
estreno el 26 de septiembre de 1735 en el teatro San Carlo de Nápoles, cuando
el intérprete de la armónica de cristal, la armónica con copas que Donizetti
con genial intuición colorista había previsto para acompañar la escena de la
locura, se retiró obligando al compositor de Bérgamo a recurrir al uso de la
flauta. Posteriormente fueron cortadas
escenas enteras (o parte de ellas), como la de Raimondo en el segundo acto, o
la llamada scena della torre entre Edgardo y Enrico en el tercer acto. En esta ocasión en la Scala, se pudo
finalmente escuchar todo como lo había previsto Donizetti. Usualmente el nombre del director de orquesta
Riccardo Chailly, no se asocia al repertorio belcantista, y, por tanto, la
sorpresa fue mayor en lo que respecta al éxito musical. El atento cuidado de los timbres orquestales
y la notable capacidad para crear una atmósfera de fábula, brumosa, encantada,
con un toque de romanticismo nórdico, unidos al minucioso y muy preciso trabajo
de concertación, han llevado a un resultado de fuerte compacidad y sugestión,
reencontrando en las memorables páginas donizettianas, aquella teatralidad que
frecuentemente ha sido excluida, privilegiando sólo los valores vocales. Chailly utilizó la orquesta como voz interior
plasmando los lugares de la ópera, logrando delinear de la mejor manera las
interacciones entre los personajes, sin limitarse nunca, al solo acompañamiento
de las voces, sino al contrario, valorizando los valores intrínsecos de la
partitura. Una gran conducción hizo descubrir una Lucia toda nueva. Yannis
Kokkos, director de escena, escenógrafo y vestuarista de esta nueva producción,
confeccionó un espectáculo linear y elegante, perfectamente en línea con la
idea de valorizar la dramaturgia de la ópera, apuntando a la sobriedad de la
actuación, haciendo respirar la música y evitando de llenar el escenario de
contrasentidos o de recurrir a otros movimientos distractores. ¿Qué se puede
decir al final del elenco? ¡Estuvo
excepcional! Comenzando con Lisette Oropesa, una Lucia de voz emocionante,
expresiva, técnicamente perfecta y muy sólida en la entonación y muy a sus
anchas en la coloratura. Como actriz,
fue también una Lucia creíble. En la escena de locura, con la fundamental
recuperación de la armónica de vidrio (que por deber de crónica fue ya
utilizada en la Scala en el 2006 por Roberto Abbado) fue la cumbre de la
interpretación que muchas veces ha entusiasmado, haciendo que vinieran a la
mente las intérpretes históricas del papel. Juan Diego Flórez sacó su innata
musicalidad, su clase y refinamiento, esbozando un Edgardo más heroico que
romántico. Flórez es desde hace muchos años
el campeón de la música rossiniana y este legado se ha percibido en la búsqueda
y meticulosidad de la emisión vocal. Aquí en Donizetti, por momentos se le ha
notado una parcial carencia de peso vocal, pero el tenor peruano la compensó
ampliamente valiéndose de una línea de canto sostenida de un fraseo siempre
preciso, una dicción ejemplar y de la habitual valentía en el registro
agudo. El barítono ruso Boris
Pinkhasovich interpretó con impulso y tormento al papel de Enrico, mostrando un
timbre claro y facilidad en las notas agudas, mientras que el Raimondo de
Michele Pertusi agradó por su bruñido timbre, seguridad en el acento,
persuasión y presencia escénica. Completaron el elenco de modo idóneo, Leonardo Cortelazzi
(Arturo), Giorgio Misseri (Normanno) y Valentina Pluzhnikova (Alisa). Para finalizar, el Coro del
Teatro alla Scala dirigido por Alberto Malazzi supo captar muy bien los
diversos estados de ánimo de los que está impregnada la partitura cantando con
timbres homogéneos y precisión.
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