Fotos: Patricio Melo
Joel Poblete
Hubo que esperar más de tres décadas, y el resultado, sin ser perfecto, de todos modos estuvo a la altura de las circunstancias. Luego de 32 años, El caballero de la rosa de Strauss volvió a presentarse en Chile. Y considerando las altas exigencias musicales y teatrales que demanda a cualquier teatro que se anime a escenificarla, es un verdadero lujo que el Municipal de Santiago -en coproducción con la Ópera de Colombia, y el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, donde esta producción debutó originalmente el año pasado, de paso marcando el debut de la obra en ese país- la haya podido ofrecer al público como segundo título de su temporada lírica no sólo en uno, sino en dos repartos distintos, uno de ellos, el llamado elenco estelar, compuesto casi por completo por intérpretes locales. En Chile recién debutó en 1937, 26 años después de su estreno mundial, pero cantada en italiano, y hubo que esperar 50 años para que en 1987 al fin el Teatro Municipal de Santiago la ofreciera en su idioma original, por lo que esta fue la tercera temporada en que se programaba en ese país, pero sólo la segunda vez en que los espectadores la pudieron apreciar en alemán.
En lo escénico, este regreso de El caballero de la rosa funcionó en términos generales, y si bien considerando las enormes exigencias eso ya debería ser bastante, de todos modos se echaron de menos más sutilezas y matices en la dirección teatral del argentino radicado en Colombia Alejandro Chacón, quien regresó a ese escenario luego de su Traviata de 1994 repuesta en 1998 y 2002, y su Ernani de 2001. Es muy complejo manejar lo teatral en esta obra, en especial en algunos momentos que requieren muchos personajes en escena -¡incluso perros!- interactuando al mismo tiempo, y ese aspecto fue bien resuelto por Chacón, pero los instantes más íntimos y sensibles no siempre tuvieron todo el relieve escénico requerido, y algunos segmentos cómicos rozaron a menudo la caricatura exagerada, un riesgo habitual en este título. La escenografía del español Sergio Loro, más sencilla de lo habitual para El caballero de la rosa, lució mejor en el primer acto, mientras la propuesta y uso del espacio del tercero fue menos convincente. El vestuario del fallecido diseñador uruguayo Adán Martínez fue efectivo sin ser particularmente atractivo ni elegante, aunque el atuendo del cantante italiano no fue demasiado afortunado. Adecuado apoyo visual ofreció la iluminación de Ricardo Castro, en especial en los momentos más íntimos.
La orquesta que aborde El caballero de la rosa requiere concentración, precisión milimétrica y ductilidad, y la Filarmónica de Santiago acometió en buena forma el desafío. En el elenco internacional, la lectura del maestro Maximiano Valdés alcanzó sus mejores momentos en los acentos de lirismo y melancolía, pero en el elenco estelar, dirigida por Pedro-Pablo Prudencio, fue más ligera y vivaz cuando era necesario y equilibró de manera más natural y fluida la transición entre los instantes cómicos y la efusión sentimental. Muy bien el coro del teatro dirigido por el uruguayo Jorge Klastornik, así como Voces Blancas, el coro de niños del Municipal que dirige Cecilia Barrientos. El elenco internacional brilló a gran altura, en especial por su trío protagónico femenino y un auténtico privilegio: contar en el rol de Octavian con la prestigiosa mezzosoprano francesa Sophie Koch en su debut en Sudamérica, no sólo porque vino reemplazando a otra colega -quien a su vez ya era el reemplazo de la anunciada originalmente el año pasado- sino además porque confirmó por qué ha sido considerada una de las mejores intérpretes actuales del personaje -se la puede apreciar también en la versión de 2009 editada comercialmente, donde dirigida por Christian Thielemann interviene junto a Renée Fleming y Diana Damrau- en el que luce creíble y sensible en escena, bien dispuesta al juego cómico y con una hermosa línea de canto.
La soprano irlandesa Celine Byrne fue una estupenda Mariscala de atractivo físico, bella voz y sutiles pianísimos, cuyo enfoque de este rol -que preparó con una auténtica experta en esta obra, la legendaria mezzosoprano alemana Christa Ludwig- de seguro irá evolucionando y madurando con el tiempo, pero ya es de un excelente nivel. La soprano kosovar Elbenita Kajtazi interpretaba por primera vez en su carrera a Sophie, y su desempeño fue en verdad espléndido por su voz, estilo de canto, volumen y la forma en que emitió y proyectó sus cristalinas notas agudas. Ambas debutaban en Chile. Entre los solistas masculinos, encarnando al barón Ochs el bajo-barítono alemán Jürgen Linn demostró ser un buen cantante, cómodo a lo largo del registro y que domina a la perfección su personaje en lo actoral, al que se retrata a ratos más vulgar de lo necesario, tal vez más por exigencias de la dirección de escena que por el intérprete mismo. El barítono chileno Patricio Sabaté fue un sólido y sonoro Faninal, mientras en su breve pero exigente intervención, el tenor coreano David Junghoon Kim participó en cada una de las funciones de ambos elencos, interpretando al cantante italiano con efusión, atractivo material y seguridad en las demandantes notas altas.
El segundo reparto, el llamado elenco estelar, contó con un logrado trío protagónico integrado por tres de las mejores cantantes chilenas de la actualidad: la soprano Paulina González como la Mariscala, la mezzosoprano Evelyn Ramírez como Octavian y la soprano radicada en Alemania Catalina Bertucci como Sophie. Muy bien las tres, en particular González, aunque las notas agudas en Ramírez siempre le exigen más que en el resto del registro. Junto a ellas, el bajo-barítono germano Johannes Stermann, de impresionante estatura, fue un efectivo Ochs, y el barítono chileno Javier Weibel un aceptable Faninal. La pareja de intrigantes italianos Annina y Valzacchi estuvo correctamente interpretada en el elenco internacional por la mezzosoprano chilena María Luisa Merino y el tenor alemán Paul Kaufmann, pero por su vivacidad y lo bien que manejan el humor y lo teatral, se lucían más en el otro reparto Francisco Huerta y Gloria Rojas. Y el personaje del ama de llaves Marianne en el segundo acto, destacó más en el elenco estelar interpretado por la soprano Paola Rodríguez con sonora voz y una buena dosis de comicidad, mientras en el internacional Marcela González se vio demasiado joven para el rol y su atractiva voz en esta ocasión se apreció y escuchó menos. Además de los ya mencionados, el extenso elenco de roles secundarios, también muy demandante incluso en aquellos personajes que aparecen brevemente en escena, estuvo muy bien cubierto por una veintena de intérpretes nacionales, algunos de ellos participando en ambos elencos.