Fotos: © Marc Vanappelghem
Joel Poblete
Como ha ocurrido
con tantos otros títulos de Handel que han sido recuperados en las últimas
décadas tras permanecer casi ignorados durante más de dos siglos, Ariodante ha
ido ganándose un importante espacio en el repertorio, en particular en
escenarios europeos, y actualmente es considerada una de las obras maestras del
compositor. Al igual que gran parte de sus obras serias, este drama de engaños,
envidias, traiciones y amores no correspondidos es convencional en su historia
y la forma en que se estructura, pero la música es irresistible en su mezcla
entre delicada sensibilidad y pirotecnia vocal, y si se cuenta con una buena
puesta en escena y solistas a la altura, el espectáculo puede entusiasmar
incluso a quienes no son fanáticos de este tipo de obras.
Afortunadamente,
la nueva producción de la Opéra de Lausanne destacó en todos los ámbitos. En su
debut en este teatro y una de sus escasas incursiones en el repertorio barroco,
el cada vez más reconocido régisseur italiano Stefano Poda tuvo a su cargo la dirección
de escena, escenografía, vestuario, iluminación e incluso la coreografía. Y los
resultados fueron formidables: a lo largo de sus tres actos y eludiendo el
estatismo que a menudo disminuye el potencial teatral de este repertorio, el
montaje no sólo ofrece distintas escenas de incuestionable belleza e impacto
visual (los desplazamientos de las imponentes murallas donde los ojos y oídos
son un elemento simbólico, así como las numerosas manos que subían y bajaban
desde las alturas e incluso se convertían en un elemento opresor), sino además
saca buen partido dramático a la escenografía e iluminación en recurrente
cambio y movimiento, apoyando la intriga cortesana y acentuando la intensidad
de los sentimientos y los personajes. A pesar de algunos detalles atemporales
en el marco escénico y el vestuario, no traicionó ni modernizó innecesariamente
la historia original ni su ambientación en tiempos antiguos, lo que no impidió
que Poda apostara por ideas propias, como el no conformarse con el "final
feliz" original y optar por un desenlace más abierto y menos
complaciente.
En afortunada
conjunción con lo escénico, garantía inmediata de calidad musical la ofrecía la
dirección de uno de los grandes especialistas internacionales en este
repertorio, Diego Fasolis, al frente de la Orquesta de Cámara de Lausanne; tal
como era de esperar, su lectura fue precisa, diáfana e incisiva, equilibrando
muy bien las fuerzas que se alternan y conviven en la partitura: el drama y las
zonas grises, el brillo y la ornamentación. Muy correcto y eficaz, en sus
esporádicas intervenciones, el Coro de la Opéra de Lausanne dirigido por Pascal
Mayer.
Estrenado el 15
de abril, este montaje contaba con un notable elenco, en el que destacaron
especialmente los dos cantantes que ya habían actuado previamente en Lausanne,
precisamente los dos contratenores del reparto, ambos sin duda entre los
mejores intérpretes de su cuerda en la actualidad. El rol titular habitualmente
ha sido asumido por voces femeninas como Dame Janet Baker, Anne Sofie von Otter
y Joyce DiDonato, pero en su estreno mundial estuvo a cargo del célebre
castrato italiano Giovanni Carestini, por lo que fue muy interesante apreciarlo
en esta versión cantado por el ruso Yuriy Mynenko, de adecuada actuación y
segura coloratura, aunque todavía puede trabajar más su pronunciación italiana
y la forma en que aborda algunas notas. Y como era de esperar, quien se
convirtió en la gran figura de estas funciones fue el villano Polinesso (otro
papel tradicionalmente asignado a cantantes femeninas): no podía ser de otra
manera al ser cantado por el siempre deslumbrante y magnético Christophe
Dumaux, a quien siempre le calzan a la perfección este tipo de personajes
astutos y malévolos, pero con una personalidad y sentido del humor que los hace
irresistibles y a menudo más carismáticos que los propios protagonistas.
También destacó
la soprano ítalo-suiza Clara Meloni como Dalinda, segura y buena cantante, excelente
en su atribulado personaje. Por su parte, el tenor español Juan Sancho supo
transmitir las emociones del también afligido Lurcanio; quizás aún tiene
detalles que pulir en emisión y estilo, pero es un intérprete promisorio y en
ascenso, que consiguió afrontar con convicción y determinación las exigencias
del rol, mostrándose tan efectivo en el abandono y tristeza como en la
aguerrida coloratura.
El barítono
noruego Johannes Weisser supo transmitir autoridad, humanidad y nobleza como el
Rey de Escocia; su voz tiene un color atractivo y que funciona bien en el
personaje, aunque las notas extremas no se proyectaron de manera tan rotunda. Y
como Odoardo, el joven tenor Jérémie Schütz causó una buena impresión como
actor y cantante, a pesar de la brevedad de su rol, el único de los siete
personajes solistas que no tiene ni al menos un aria que cantar.