Fotos: Mathew Imaging / LA Philharmonic
Ramón
Jacques
En 1995 la Ópera de Los Ángeles presentó la enigmática
ópera de Debussy, Pelléas et Mélisande en un ingenioso y moderno montaje de Peter Sellars quien situó la acción en una época actual, dentro
de una casa de playa en Malibu, California. En aquella ocasión, Esa Pekka Salonen entonces titular de la Filarmónica
de Los Ángeles (LA Philarmonic) dirigió a la orquesta desde el foso. Veintiún
años después, ahora en calidad de director emérito de la orquesta, Salonen incluyó
la obra como el espectáculo principal del festival de la orquesta “City of Lights” dedicado a la exploración
e interpretación de obras de compositores franceses contemporáneos, de los
cuales el director finlandés es un ferviente propulsor e intérprete. El resultado
musical fue muy satisfactorio, con una Filarmónica de Los Angeles que bajo la
mano de Salonen ejecutó su parte con brillante lirismo e intensidad, recreando
la atmosfera de simbolismo, misterio y colorido impresionismo que se desprende
de la rica orquestación. En la velada, se escuchó una agrupación homogénea en
sus líneas, pero cuya fortaleza reside principalmente en su renovada sección de
cuerdas. La ejecución fue fortalecida por un buen elenco de cantantes
encabezado por el bajo-barítono Laurent
Naouri quien dio vida a un enérgico, sonoro y emocionalmente conflictuado Golaud, personaje que conoce muy bien y que
lo canta y lo frasea con claridad.
La soprano Camilla Tilling personificó una delicada y sensible Mélisande que cantó con timbre platinado
y armonioso; y el barítono Stéphan
Degout demostró buenos recursos vocales como Pelléas pero como intérprete se vio inexpresivo y mecánico. Todo lo
contrario fue la soprano Chloé Briot que
aporto viveza y chispa en sus intervenciones como Yniold, con su voz ágil,
transparente y reluciente. Un lujo fue contar con la presencia y la aportación de dos legendarios como Willard White en el papel de Arkel y de Felicity Palmer como Geneviève.
Aunque el concierto se realizó en versión semi-escenica
encomendada a David Edwards, con
la orquesta situada en el centro del escenario y los solistas sentados en las
butacas traseras, desplazándose con movimientos lentos hacia el frente del
escenario en sus intervenciones y de regreso, sin vestuarios y sin actuación, hace
a uno preguntarse, sin obtener una respuesta ¿Qué es lo que se pretendió
aportar al desarrollo de la trama o comunicar al público? Es encomiable que la Filarmónica
de Los Ángeles, incluya en sus temporadas títulos operísticos, pero por
experiencias pasadas queda claro que la sala de conciertos Walt Disney Hall no
es apta para montajes escénicos, y por ello, en como este caso, sería mejor dejar
que la música y el canto hablasen por sí solos.
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