Foto: Lynn Lane
Ramón
Jacques
Tosca de Puccini es un tan popular que desde 1970 a la fecha se ha mantenido entre los diez títulos más representados por los teatros estadounidenses (de acuerdo a datos de la asociación Opera América que agrupa a los teatros norteamericanos) de una lista encabezada por La Traviata de Verdi y Carmen de Bizet. Por ello no debe sorprende que en la actual temporada yo la haya presenciado en tres distintos teatros (San Diego, Los Ángeles) y ahora en la Houston Gran Opera. Al igual que Salome de Strauss, que se escenificó de manera alterna a esta producción, Tosca es otros de los títulos que la compañía ofreció en su temporada inaugural de 1956-1957. Una razón para reponerla fue que la soprano Tamara Wilson, cantante con una carrera internacional consolidada, formada en el estudio de este teatro, eligió este escenario para asumir por primera vez en su carrera a Floria Tosca. Wilson satisfizo y se llució, demostrando que, a pesar de poseer una voz amplia y opulenta, la sabe gestionar con sentido en todos los registros, que lo hace no solo potencia y brío si no alcanzando conmovedores y emocionantes pianos, casi susurrados, como los que regaló en su interpretación del aria Vissi d'arte. Su desempeño actoral fue natural y fluido en escena, sobretodo porque ofreció una aproximación diferente con garbo y elegancia, incluso delicadeza, despojada de la sobreactuación que frecuentemente se acostumbra ver y que exacerba el carácter celoso, pasional e impulsivo del personaje. El papel de Mario Cavaradossi fue interpretado muy bien por Jonathan Tetelman, a quien el público local escuchó hace pocos meses cuando cantó en el Réquiem de Verdi con la Houston Symphony. Su Cavaradossi sobresalió por una voz lirica-spinto de buenas cualidades en el fraseo, en el color y en la dicción, sobretodo en la proyección. Metido en la piel del papel se mostró compenetrado en escena y en sintonía con Wilson. Como el Baron Scarpia se presentó el experimentado y veterano barítono Rod Gilfry, quien logro sacarlo adelante de manera satisfactoria, aunque si el carácter malvado y despiadado del personaje está ya indicado en el libreto, no se entiende porque su necesidad de desplegar excesiva y desmedida fuerza vocal. Ameno y seguro se vio al bajo-barítono Nicholas Newton como el Sacristan, y al bajo mexicano Daniel Noyola como Angelotti. El resto de los papeles, cantando por competentes miembros del estudio del teatro incluyó al tenor Matthew Grills (Spoletta) y al barítono Luke Sutcliff (Sciarrone). Desde el nombramiento de Patrick Summers, titular de la orquesta, como director artístico del teatro, paulatinamente ha ido cediendo su lugar a la nueva generación de directores estadounidenses como: Benjamin Manis, joven director que mostró oficio y buenas cualidades al frente de la orquesta de la que obtuvo un óptimo resultado para el desarrollo del espectáculo. Bien también estuvo el coro en su participación. Por último, el teatro recurrió de nueva cuenta a la producción del director inglés John Caird, coproducida con los teatros de Chicago y Los Ángeles (donde se vio en diciembre pasado) situada en una época cercana a la segunda guerra mundial, con diseños y vestuarios de Bunny Christie e iluminación de Bunny Christie. El montaje no logra convencer del todo, por la idea de mostrar excesiva y grafica violencia en escena, sangre por todos lados, lo que parecería un campo de concentración con un cuerpo colgando (se entiende es el de Angelotti como lo pide Scarpia), la bodega llena de arte sacro robado en el segundo acto, o la escena final donde Tosca, cae de lo alto después de haberse degollarse en el cuello, y sin ninguna referencia que haga pensar que la historia es en Roma como indica el libreto. Este montaje ha sido visto ya dos veces en Houston, dos en Los Ángeles, donde se estrenó en el 2017, así como en Chicago, por lo que una futura reposición del título en cualquiera de estos escenarios será seguramente con una nueva producción escénica.
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