Massimo Viazzo
La sexta cita de la temporada de Lingotto Música de Turín proporcionó pocas emociones. La Orquesta de la Suisse Romande, fundada en 1918 por Ernest Ansermet y con sede entre las ciudades de Ginebra y Lausana, Suiza, pareció en esta ocasión un conjunto privado de una preponderante identidad, y en la que todas las secciones supieran ganarse ampliamente la suficiencia, pero ninguna al nivel de de dejar un sello indeleble, o una impronta decisiva. Tampoco Marek Janowski, director musical de la agrupación suiza desde hace cinco años, pareció preferir un sendero tranquilo que lo llevara sin sobresaltos al término de la velada. Honesto profesionalismo, sólida conducción, pero no hubo nada más. Es inútil buscar una movilidad agógica, una fantasía de fraseo, o una finura timbrica. De hecho, el riesgo de estancarse en zonas pantanosas (y a la vez, aburridas, no permitieron florecer, por ejemplo en la sesión de desarrollo de la sinfonía brahmsiana. Tampoco la gestión de las dinámicas, constantemente proyectadas del medio fuerte hacia abajo, contribuyó a lograr hacer variada una ejecución poco caracterizada. En la primera parte del concierto, la emergente violinista japonesa-alemana Arabella Steinbacher no convenció plenamente. Muy tímido fue el resultado de la frase musical, como en el inicio del Andante del Concierto para violín de Mendelssohn que pareció verdaderamente descolorido, inseguro en la entonación, haciendo cortante el resultado del cantabile. Con una orquesta tan apacigua y monótona, la dimensión auroral de la obra (como bien señaló Giorgio Pestelli en el interior del programa de mano) resultó irremediablemente redimensionaba.
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