Wednesday, April 7, 2010

Lady Macbeth de Mtsensk en el Teatro Argentino de La Plata

Fotos: Teatro Argentino de La Plata / Fotografías de Guillermo Genitti
Ernesto Castagnino
Con agradecimiento a Tiempo de Musica -de Buenos Aires, Argentina.
Los dos años que la ópera Lady Macbeth de Mtsensk se mantuvo en escena hasta ser condenada por la censura estalinista, fueron, según él mismo lo expresó, los años más felices en la vida de Dimitri Shostakovich. Una afortunada “distracción” de la censura permitió que durante dos años la obra fuera apreciada por el público desde su estreno en Leningrado el 22 de enero de 1934. Pero la noche en la que Stalin asistió a la ópera se levantó indignado y se retiró del teatro antes de finalizar la función, acto que marcó la caída en desgracia del compositor. Al día siguiente del episodio, apareció una nota en el diario titulada “Caos en vez de música” en la que se criticaba duramente la obra de Shostakovich, tildándola de antimusical, nota que señaló el fin de los años más felices del compositor y la prohibición de la obra durante 26 años.

El argumento de Lady Macbeth de Mtsensk fue tomado del relato homónimo de Nicolai Leskov publicado en 1865, que narra la truculenta historia de Katerina, una mujer hastiada e insatisfecha, que experimenta el despertar de sus pasiones al convertirse en amante de Serguei, un empleado de su marido. En su empeño y desesperación por que nada interfiera en su relación, asesina a su suegro, su esposo y un sobrino —este último crimen es omitido en la ópera deliberadamente, ya que el compositor buscaba lograr que el público justificara a la protagonista, convertida así en una víctima de la opresión de las convenciones y costumbres pequeño burguesas de la Rusia zarista, una especie de Emma Bovary a la que no le queda otra salida que el asesinato. Descubiertos los crímenes, Katerina es condenada junto a Serguei y, en el camino a Siberia, el amante comienza a despreciarla mientras seduce a otra presidiaria. Katerina, humillada y desesperada, se arroja al río, arrastrando consigo a la rival.

La corriente estética que prosperó en el período estalinista fue el realismo socialista, esfuerzo didáctico por transmitir, del modo más claro y directo, las bondades del proletario y su lucha revolucionaria. En este contexto, los elementos veristas y expresionistas de la obra, su forma de abordar el erotismo y las pasiones descarnadas, chocaron con la intención didáctica y edificante que la producción artística debía tener según la preceptiva del Partido, y convirtieron a Shostakovich en blanco de la Gran Purga. Lejos de resultar un caos, la música creada por el compositor ruso fluye de manera extraordinaria, delimitando con claridad la variedad e intensidad de las situaciones y las características de cada personaje. Así crea interesantísimas escenas en las que música y acción dramática se funden con enorme eficacia teatral, como la escena última del primer acto en el encuentro erótico-amoroso entre Katerina y Serguei o el asesinato de Zinovi, el marido, por parte de los dos amantes.

Esta producción firmada en lo escénico por Marcelo Lombardero fue estrenada en la temporada 2009 del Teatro Municipal de Santiago de Chile y se repone en esta apertura de la temporada 2010 del Argentino de La Plata con algunos de los principales cantantes de aquel estreno en Chile. Es indudable la afinidad de Lombardero con el repertorio del siglo XX, tal como hemos visto en sus recientes producciones de Jonny spielt auf de Krenek (Teatro Colón, 2006), The turn of the screw de Britten (Teatro Municipal de Santiago de Chile, 2006), Wozzeck de Berg (Teatro Colón, 2007), La historia del soldado de Stravinsky (XII° Ciclo de Música contemporánea, 2008), El castillo de Barbazul de Bartók (Teatro Municipal de Santiago de Chile, 2008) o The Rake’s Progress de Stravinsky (Buenos Aires Lírica, 2009). Y esta afinidad hace que su talento como director de escena se consagre definitivamente en un terreno en el que se mueve como pez en el agua.
Lombardero nos cuenta la cruenta historia de los crímenes de Katerina Ismailova sin caer nunca en recursos fáciles o efectistas. Ambientó la acción en un matadero en lugar de la pequeña hacienda del libreto original, lo que le otorgó a la historia un marco de brutalidad adicional del que afortunadamente no se abusó. El director de escena intentó poner en evidencia los complejos vericuetos de las motivaciones del accionar de los personajes dándoles volumen y verosimilitud. Sus marcaciones fueron tan sutiles como efectivas, con gestos y acciones pensados orgánicamente con la música y buscando además un continuum dramático que evitara la interrupción del flujo musical en sintonía con las intenciones expresadas por el compositor.

El planteo escenográfico de Diego Siliano y el diseño de iluminación de José Luis Fiorruccio fueron simplemente extraordinarios. Una serie de paneles verticales y horizontales al desplazarse delimitaban planos escénicos y focalizaban la acción, recurso inteligente para resolver los numerosos cambios de escena sin interrupciones. Siliano creó una superposición, subordinación y yuxtaposición de planos visuales en sentido vertical, horizontal y en la profundidad del escenario que iba conformando un laberinto que reflejaba la confusión mental de la protagonista en su caída al abismo. El espectador debía transitar por él para acompañar a Katerina hasta su último acto, en el que mata a su rival y a la vez se suicida arrojándose al río. La utilización de proyecciones contribuyó a ese clima, siendo particularmente acertada la proyección en ruso del editorial “Caos en vez de música” de la que sólo al final aparece la traducción y el espectador, que pensaba tal vez que se trataba de una noticia del diario sobre los crímenes de Katerina, es “sacado” por un instante de la trama y confrontado con lo que está viendo y escuchando, empujado a pensar en el contexto en el que esa obra fue creada y a formar su propio juicio acerca de ese hecho artístico. Una brillante manera de poner sobre la mesa el complicado problema de las relaciones entre arte y política, y del más complejo problema del rol de la crítica.
Pero el mejor resultado se obtuvo en el cuarto acto —en mi opinión el más logrado e inspirado musicalmente— en el que el coro de los prisioneros canta su dolor al arrastrar sus cadenas camino a Siberia. Las proyecciones del desierto y alambrados carcelarios creaban un efecto opresivo y contundente ayudando a establecer esa empatía con la protagonista a la que Shostakovich aspiraba. El vestuario de Luciana Gutman, atemporal y neutro, apuntó a subrayar la universalidad de una historia y unos caracteres que pueden pertenecer a cualquier espacio y época. El equipo vocal fue compacto y de buen nivel. La voz de soprano dramática de Natalia Kreslina, en el rol de Katerina, arrasaba todo a su paso como una topadora. La zona central y grave de su voz posee una proyección y calidad de emisión destacables, además de mantenerse sólida y vigorosa hasta el aria final del “Lago oscuro” que cantó con expresividad y sentimiento. A su lado, el tenor Enrique Folger fue un correcto e interesante Serguei, acentuando esa intensa y potente virilidad que despierta a Katerina del letargo de vivir junto a un hombre que no la desea. Su voz no mantuvo a lo largo de la obra una calidad homogénea, pero el resultado final fue igualmente satisfactorio.

El bajo-barítono Hernán Iturralde en el rol de Boris, el suegro de Katerina, demostró una vez más su enorme talento vocal y actoral en un rol que le quedaba muy cómodo y del que supo extraer todos los matices negativos que Shostakovich le adjudica: autoritario con sus empleados, machista y lascivo con su nuera, resentido con su hijo que no le da herederos. Iturralde transmite todo eso cantando en forma impecable su escena solista del segundo acto “Esto es lo que pasa cuando se envejece”. Muy sólidos y parejos resultaron también el tenor Pedro Espinoza como Zinovi, Carlos Bengolea como el trabajador ebrio, Alejandra Malvino como Sonyetka y Gustavo Gibert como el jefe de policía, quien lideró una divertida pero tal vez demasiado larga escena en la que Shostakovich ridiculiza a la policía —otra de las cosas que no deben haber sido del gusto de Josef Stalin aquella noche de 1936. Una mención aparte merece el bajo Ariel Cazes en el doble cometido del Pope y de un Viejo convicto. En este último rol le tocó liderar la escena más conmovedora de la obra: “Qué largas son las millas que siguen una tras otra” que abre el cuarto acto, junto al coro de prisioneros. Su voz de bajo, aplomada y de vasto colorido, supo transmitir el profundo dolor del prisionero que sabe que al final del camino sólo lo espera la desolación y la muerte.

Indudablemente la entrega de todo el equipo de solistas y del coro a un proyecto en el que creen, posibilitó a los directores musical y escénico extraer lo mejor de todos ellos. Impecables las intervenciones del coro y la interpretación musical de la orquesta a cargo de Alejo Pérez, quien nos acercó una intensa versión de la partitura, sin ahorrarnos los filos a veces lacerantes de la gigantesca orquestación y las complejas variaciones rítmicas que hacen de Shostakovich uno de los compositores ineludibles del siglo XX. Asistimos, en suma, a una excelente versión musical y escénica de esta ópera rusa, con diferentes niveles de lectura que permitieron apreciar tanto la universalidad del drama y sus personajes como la dimensión histórico-política en que el artista y su obra se inscriben, problema filosófico cuyo planteo es siempre bienvenido. La enorme convocatoria de público —tres funciones a sala llena a la que se agregó una cuarta, con la participación de Eugenia Fuente en el rol titular— hace pensar que las estrategias de difusión de la actual gestión del teatro y el interés del público por disfrutar del talento de un equipo de prestigio, confluyeron para que este comienzo de temporada marque un estándar altísimo que nos llena de entusiasmo y optimismo.





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