José Noé Mercado
Tan pronto se dio a conocer que la cantante italo-mexicana Filippa Giordano se presentaría en el Teatro del Palacio de Bellas Artes, indignados y puristas líricos pusieron el grito en el Facebook. No concebían que una célebre intérprete crossover, de esencia pop pero que a su manera ha abordado piezas del repertorio clásico, pudiera presentarse en nuestro máximo escenario artístico, donde incluso figuras del canto operístico mexicano no figuran. El concierto presentaría a Giordano para festejar los 150 años de la Unidad Italiana, en una gala organizada por la Sociedad Dante Aligheri que dirige Giovanni Capirossi, en la que participaría la Orquesta de Cámara de Bellas Artes dirigida por Alfonso Ibarra y el tenor invidente Alan Pingarrón, uno de los ganadores del reality show Ópera Prima transmitido por Canal 22 en 2010. Las críticas y denuestos, por supuesto, no se enfocaron en el joven mexicano Pingarrón y en su discapacidad que en un escenario inevitablemente despierta reacciones emocionales, sino en la raíz pop de Filippa Giordano y en el por qué las instituciones culturales facilitaban Bellas Artes, sin siquiera una renta de por medio, para esta gala. No fueron pocos los insultos que en redes sociales se lanzaron contra la cantante siciliana ahora avecindada en Puerto Vallarta, por buena parte de la comunidad lírica mexicana. Incluso la que vive fuera del país. Y no faltó quien aseguró que acudiría a sabotear el concierto, abuchearía a Giordano o le arrojaría tomates en muestra de desaprobación y rechazo. No en demasía, pero algunas voces especializadas también esgrimieron argumentos a través de la prensa. En entrevista, yo expresé que la cantante no contaba con las credenciales vocales y artísticas necesarias para presentarse en lo que debería ser un recinto emblemático que presente lo más granado del arte nacional e internacional. Lo que igual no significa nada porque al parecer esas credenciales últimamente ya no son requeridas en Bellas Artes, a juzgar por algunos espectáculos albergados de mediocridad insoportable como OperAérea. Todo esta introducción para consignar que este 26 noviembre la Gala con Giordano se celebró sin novedad que interrumpiera el festejo de la comunidad italiana en nuestro país y la relación entre Italia y México. Cero abucheos, cero tomates, cero rastro de aquellos inconformes de red social que ilustran el viejo y conocido refrán del perro que ladra y que dejan al descubierto el músculo flácido de la comunidad lírico-musical para oponer discursos razonables y acciones congruentes a los designios oficiales con los que no están de acuerdo. Filippa Giordano mostró una dignidad como cantante que no puede discutirse y un respeto por el recinto y el público asistente que algunos intérpretes clásicos a veces no muestran con poco estudio, sin talento y sin saberse la partitura, fogueándose, sin entrega artística o con un canto de dudoso gusto. Giordano no hizo nada pop y se apegó al estilo de la tradición lírica, si bien su voz es diminuta, microfónica, y la técnica no le alcanza para resolver del todo las obras que decidió abordar: Ave María de Schubert. duetos de Non ti scordar di me, Don Pasquale y Traviata, además de arias de Adriana Lecouvreur, Gianni Schicchi y Suor Angelica. Giordano no es un prodigio vocal ni lo será, pero no se expuso al desfiguro y lo que cantó lo hizo con afinación y musicalidad. En cambio, Alan Pingarrón, quien llevó el peso del concierto con fragmentos de La travata, L’elisir d’amore, Tosca y Turandot, presentó un canto emotivo pero lleno de defectos, tendiente a la desafinación, al fraseo irregular y, lo que es peor, con su afán de imitación de Luciano Pavarotti. Querer sonar a Pavarotti, por cierto, no equivale a serlo y ni siquiera a parecerlo. Como tampoco es ni parece un gran chef quien sólo prepara Maruchan’s o, por su sencillez, su equivalente operístico: Toscas, Butterflies o Cavallerias y Pagliacci’s, que es lo que viene ahora en Bellas Artes.
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