Foto: Javier del Real
Alicia Perris
Opera en cuatro actos y nueve cuadros en lengua rusa. Libreto de Alexander Preys y Dmitri Shostakóvich basado en el relato de Nikolái Leskov. Nueva producción en el Teatro Real procedente de la Nederlandse Opera de Ámsterdam. 15 de diciembre. Ficha artística: Director Musical: Hartmut Haenchen. Director de escena: Martin Kusej. Director del coro: Andrés Maspéro. Boris Timfeyevich: Vladimir Vaneev. Zinovi: Ludovit Ludha. Katerina Ismailova: Eva-Maria Westbroek. Serguéi: Michael König y elenco. Coro y orquesta titulares del Teatro Real. La función fue retransmitida en directo por Radio Clásica, de Radio Nacional de España.
Con la sala al completo se escucha esta noche la ópera estrenada en el Teatro Bolshoi de Moscú el 26 de enero de 1936 por su autor, Shostakóvich, que tenía sus dudas sobre la recepción de la obra por parte de las autoridades soviéticas. Y no era para menos: se trata de un cuadro demoledor sobre la condición humana donde tan solo es posible que conserve la pureza la perrita que aparece en el primer cuadro donde se recrea la dacha y las instalaciones de los ricos burgueses rusos que tienen dinero pero a quienes se les escapa la felicidad y la paz de espíritu por entre los dedos. Un suegro libidinoso que cuida en principio los intereses de su hijo y heredero, pero no quita ojo a los encantos de su nuera, un primitivo propietario sin muchos más alicientes que vigilar su herencia, mientras abandona al aburrimiento a su mujer, una lejana evocación rusa de Emma Bovary con menos “charme” y más arrojo para conseguir lo que quiere. En su casa campestre, una especie de cárcel claustrofóbica, se va tejiendo la tela que engarza a uno tras otro a todos los personajes: primero el suegro es asesinado por Katerina, luego el marido. La boda posterior con el nuevo amante objeto de sus desvelos no trae la calma a las posesiones rurales de unos ricos infelices que representan el desasosiego de un microcosmos que tiene su correlato en la dictadura stalinista sin consuelo ni esperanza para nadie. El diario Pravda, comentando la obra de Shostakóvich escribió: la fuerza de la música, que puede llegar a arrebatar al oyente, se pierde utilizando los recursos más triviales en intentos formalistas de carácter pequeñoburgués y siempre estériles o en pretenciosos ensayos de originalidad. Pero este juego puede terminar muy mal”. Está claro que el régimen totalitario se dio cuenta del calado del mensaje del compositor y su texto, que transpira sordidez, miseria humana y falta de moralidad cívica y personal por todas partes. Difícil ópera ésta, verdadero desafío para un teatro y sus intérpretes, aunque salen muy bien parados los cantantes, el coro y la dirección orquestal, con un grupo de metales en medio del escenario en los dos primeros actos que completa y refuerza el dramatismo de la acción.Un paso más en el rastreo de la modernidad y la música contemporánea, el Real ha ofrecido la posibilidad de acercarse, como expresaba Gerard Mortier en sus planteamientos de llegada a la dirección del Teatro. El acercamiento y el descubrimiento difícil, a veces duro pero indispensable, revelador, a la estética contemporánea. La función se vio premiada con muchos aplausos, recompensa merecida para el gran esfuerzo de estos cantantes –actores cuya partitura no deja mucho lugar para tomarse un respiro. La perrita miembro del elenco, por su parte, se portó muy bien. Como se esperaba de ella.
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