Foto: Anges Nantes Opera
Suzanne Daumann
La Bohème la eterna oda de alegría
de la vida, la celebración de la vida misma, aun llena los teatros de opera en
el mundo. Una de las razones de este éxito debe ser su construcción simétrica,
su yin y yan, ya que las cosas se reflejan así mismas como espejos y todo esta
entrelazado. Vida y muerte juegan en
medio de la miseria, la juventud y la vejez. Mimi es frágil y sensible, como lo
es Rodolfo su poeta; y Musetta, cuyo generoso y afectivo corazón se muestra hasta
el final, tiene a Marcello, su pintor.
El alegre grupo de jóvenes triunfa sobre los hombres viejos, aunque la
muerte se sienta con ellos a la mesa; y Mimi y Rodolfo se separarán en la
primavera, mientras que Musetta y Rodolfo discuten junto a ellos mostrando que
su separación será inminente. Todas estas ambiguas situaciones de Giuseppe
Giacosa, Luigi Illica y de Giacomo Puccini fueron perfectamente ilustradas en
esta producción del 2011 proveniente de la Nationale Reise Opera de Holanda,
que fue repuesta tanto en Angers como en Nantes Francia en abril y en mayo del
2012. El moderno y sobrio montaje de Stephen
Langridge, con diseños y vestuarios concebidos por Connor Murphy transfirieron la
acción al siglo 20, donde el miserable ático continua siendo lo que es, pero
con paredes en color azul cielo y un texto visible sobre los bohemios que es quizás
el articulo que escribe Rodolfo o el libro de Murger. Aquí, la estufa fue remplazada
por un radiado en la pared y la puerta de entrada se encontraba ladeada.
En el
Momus, también en color azul cielo, los del coro vestían chaquetas de
cocineros, y los bailarines que acompañan a Musetta se encontraban subidos en
una enorme pila de regalos de navidad.
Clara y sobria, en esta escena las cosas son más entendibles que en
otras producciones. Aun sobrio, para mas
sombrío fue la tercera escena en la parte trasera de un club nocturno donde de
un enorme agujero en la pared caían bolsas de basura. La gente que pasaba por ahí, lógicamente eran
basureros y empleados de restaurantes.
En la última escena encontramos a Marcello y a Rodolfo nuevamente en el
ático, solo que vistos desde arriba, uno
acostado en un diván y el otro en el suelo, y es en esta postura con ilusión
óptica cantaron su dueto. Cuando se bajaban de la pared entraban sus amigos. El
resto de la escena se realizó en un casi vacío escenario, con algunos elementos
de utilería que fueron descolgados de la pared; como la cama para Mimi y el
abrigo de Colline. Paul Keogan iluminó perfectamente la
acción e hizo resaltar detalles por aquí y por allá, sin ser nunca redundante
en su aportación. Un sobresaliente
elenco, habitaba este mundo, en el que cada uno ocupó su lugar y estuvo a gusto
en el canto y la actuación. La Mimi de Grazia
Doronzio fue fuerte en su fragilidad, y sus pianisimos fueron
intensamente conmovedores. Cuando
describió como renacía con los primero rayos, el público lo hizo con ella, y en
su muerte el público estuvo tan abrumado como Rodolfo, que en esta ocasión fue
personificado con ternura y convicción por Scott Piper, quien con claro
y calido timbre dio vida a una mezcla de júbilo y desesperación,
particularmente en su conmovedor final.
Julie Fuchs fue Musetta una mujer sin compromiso, que sabia lo que
valía y lo que quería. Que no tuvo miedo a ser una chica a go-go, o de vender
sus pertenencias para una amiga enferma. Con su rica y redonda voz vivió el
personaje y todos sus matices. Con
colorida y buena voz de barítono, Armando Noguera, interpretó un
adorable Marcello de fingida ligereza y verdadera sensibilidad. Finalmente,
Colline, interpretado por Gordon Bintner y Schaunard, por Igor Gnidii,
pensativos y juguetones por momentos, completaron muy bien el elenco. La Orchestre National des Pays de la
Loire, dirigida por Mark Shanahan, guió a este ensamble con densa y
discreta intensidad, con piainisimos sostenidos y llenos de suspenso (el
pequeño dialogo entre Mimi y Marcello “Musetta e tanto buona” –
“lo so” se
convirtió por si mismo en una novela completa) con fuerza y fuga en todas las
partes de tutti. Cabe señalar el
silencio del público hasta el final de la última nota, antes de los meritorios
aplausos y bravos. Fue una hermosa producción que dejó al público con música en
las mentes, meditando sobre la vida y la muerte, que al final es una misma.
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