Fotos: Patricio Melo
Joel Poblete
Tras ocho años de ausencia, la
siempre popular y conmovedora Madama Butterfly de Puccini
regresó al Teatro Municipal de Santiago, donde se presentó con dos repartos
entre el 22 de junio y el 4 de julio, con tal éxito de audiencia que las
localidades se habían agotado con semanas de anticipación y fue necesario
agregar dos funciones. Aunque su trama y desenlace sean ampliamente conocidos,
la belleza expresiva de la música y la triste historia de la joven geisha
nunca dejan de emocionar al público; y Chile no ha sido la excepción: desde su
debut local en 1907, el principal escenario lírico del país la ha presentado en
más de 50 temporadas.
Antes que los aspectos musicales, lo
más llamativo del retorno de la obra maestra pucciniana fue la puesta en
escena, una producción de Hugo de Ana estrenada originalmente el año pasado en
el Colón de Buenos Aires. Indudablemente uno de los régisseurs y diseñadores
más prestigiosos y experimentados surgidos de Latinoamérica, a lo largo de más
de tres décadas De Ana ha estado previamente al frente de los montajes de 11
óperas distintas en el Municipal, y algunas de ellas figuran entre lo más
memorable que ha presentado el teatro chileno. Con tales pergaminos, era de
entender que hubiera curiosidad por la visión de De Ana sobre este popular y
querido clásico, aún más considerando que en su estreno en Buenos Aires algunos
de los críticos especializados lo habían calificado de "discutible",
incluso usando adjetivos como "kitsch" y "recargado".
Separando los tres actos en dos partes con sólo un intermedio, el montaje puede
ser en verdad discutible, sobre todo considerando las expectativas que muchos
pueden hacerse guiados por las convenciones escénicas que el público se ha
acostumbrado a esperar en esta obra. Pero es imposible negar que una vez más De
Ana demuestra su oficio y talento al encargarse tanto de la dirección teatral
como de la escenografía, vestuario e iluminación.
Minimalista y desplegando diversos
símbolos, el espectáculo no carece de momentos evocadores y de sugestiva
belleza, en especial gracias a la iluminación de algunas escenas, a la
presencia del mar en el fondo del escenario y al uso de efectivas proyecciones
de imágenes como mariposas y flores, y también un video que acompaña el
interludio que separa los actos segundo y tercero, momento en el que para
ilustrar el sueño de la protagonista incluye también la llamativa y alegórica
aparición de diversas figuras y personajes. Como suele ocurrir con De Ana, el
vestuario fue uno de los elementos más lucidos. Pero también en el estreno se
hizo notoria y a lo menos curiosa la aparición de "ninjas" en
distintos momentos, o detalles de dudoso gusto, como las "guirnaldas"
de flores que aparecen durante el bello dúo entre Butterfly y Suzuki, elementos
que le quitaron a ese instante su magia y encanto. El uso del espacio escénico
tampoco convenció por completo, y por momentos pareció muy recargado, afectando
el desplazamiento de los cantantes, como en el primer acto, en particular en la
llegada de la protagonista.
En lo musical, en el elenco
internacional, el titular de la Orquesta Filarmónica de Santiago, el ruso
Konstantin Chudovsky, realizó una lectura correcta, aunque pudo ser aún más
incisivo al destacar las decenas de detalles de una partitura tan rica, emotiva
y fascinante; como comentamos en anteriores óperas que han contado con su
batuta, debe cuidar más el equilibrio sonoro entre el foso y los cantantes, ya
que éstos a menudo son cubiertos más de la cuenta por la orquesta. Y el coro
del teatro, dirigido por el uruguayo Jorge Klastornik, destacó especialmente
por el delicado cortejo femenino que acompaña la entrada de la protagonista en
el primer acto, y estuvo tan sólido como de costumbre.
Es bien sabido que por su
complejidad vocal y actoral Cio-Cio San, la protagonista, es uno de los roles
más intensos y exigentes del repertorio para soprano. En el elenco
internacional, fue encarnada por la soprano estadounidense Keri Alkema, quien
ya había demostrado su talento y sólidas condiciones con dos roles de Verdi en
el Municipal: en 2011 como Amelia en Simón Boccanegra, y el año
pasado como una excelente Desdémona enOtello, en su debut en el rol.
Este año aborda dos nuevos desafíos en el escenario chileno, al cantar por
primera vez en su carrera dos papeles tan diversos como la dramática Butterfly,
y en agosto Fiorilla en la comedia de Rossini El turco en Italia.
En su primera Cio-Cio San volvió a exhibir una voz de bello color y un timbre
parejo, así como buenos agudos y potencia en la emisión cuando era necesario, y
aunque desde su aparición en escena pareció incómoda durante el primer acto, a
partir del segundo en adelante fue mostrándose más firme y convincente; más que
en la popular "Un bel dì vedremo", que resolvió sin sobresalir,
resultó particularmente conmovedora en una desgarradora entrega de "Che
tua madre dovrà prenderti in braccio", y en conjunto considerando que
era su debut en el papel, fue una aceptable Butterfly con un innegable
potencial, pero indudablemente todavía debe continuar desarrollando y
profundizando el personaje a futuro.
Junto a Alkema, el tenor Zach
Borichevsky, también estadounidense y quien en el 2013 en el Municipal ya protagonizara
el Romeo y Julieta de Gounod, regresó para encargarse del
siempre ingrato rol de Pinkerton; volvió a exhibir una voz agradable y ahora
mostró mejores notas agudas, y aunque su actuación sigue siendo convencional y
un poco rígida, su presencia física y desplante funcionaron en el rol. Otro
estadounidense, el barítono Trevor Scheunemann, debutó en Chile encarnando a un
cónsul Sharpless menos cálido que lo habitual, pero de todos modos cantado con
una voz sonora y bien timbrada; también debutó en el país la mezzosoprano
rumana Cornelia Oncioiu, quien se llevó merecidamente algunos de los aplausos
más efusivos del público por su excelente y entrañable interpretación vocal y
teatral de Suzuki.
Y aunque las comparaciones siempre
son odiosas, es necesario resaltar cómo en su conjunto, el segundo reparto que
interpretó la obra (en el llamado "elenco estelar"), realizó una
labor mucho más satisfactoria que el elenco internacional. La producción
de De Ana volvió a lucir tanto sus aciertos como sus aspectos más
discutibles, pero al menos acá los aspectos musicales dejaron una sensación
definitivamente más positiva, partiendo por la batuta del director chileno
José Luis Domínguez, en una versión que en buena medida pareció más meticulosa
y atenta a las muchas sutilezas y detalles de la maravillosa partitura, y mucho
más cuidadosa en el balance entre las voces y la orquesta.
En
este elenco, en su debut en el Municipal y al frente de un reparto de cantantes
chilenos, se lució particularmente la espléndida protagonista, la soprano
española Carmen Solís. A diferencia de su colega en el elenco internacional,
esta soprano ya había cantado previamente el rol, lo que se hizo notorio desde
su primera aparición: segura y creíble en escena, se mostró eficazmente emotiva
y sensible en su retrato de la sufrida geisha, tanto por su comprometido
desempeño teatral como por la voz, potente, de buenas notas agudas (quizás debe
trabajar más los medios y graves) y que se adapta muy bien al repertorio
pucciniano. Tan pronto dulce y lírica como apasionada, intensa y dramática,
resultó especialmente efectiva por la forma de decir sus frases y subrayar los
matices musicales de la partitura.
Junto
a ella, Suzuki fue la mezzosoprano Evelyn Ramírez, quien ya había cantado este
rol en la anterior presentación de esta obra en el Municipal, en 2007, y volvió
a interpretarla con convicción escénica y buena proyección vocal. Por su parte
el barítono Javier Arrey fue un Sharpless mucho más cálido y entrañable que su
colega internacional, y con su timbre atractivo, buena voz y una certera
emisión, volvió a demostrar el talento que le ha permitido desarrollar una
carrera internacional cada vez más ascendente con el apoyo de artistas como
Plácido Domingo y el fallecido director Lorin Maazel. Algunos peldaños más
abajo se ubicó el Pinkerton del tenor Gonzalo Tomckowiack, quien se mostró
convincente y desenvuelto en escena, aunque su voz se sintió más opaca y
reducida en volumen en comparación con anteriores actuaciones en ese escenario,
si bien sus notas agudas siguen siendo firmes y bien proyectadas. En ambos
elencos los diversos roles secundarios permitieron destacar a artistas
chilenos: el tenor Gonzalo Araya fue un eficaz y divertido Goro en los dos
repartos, y también se repitieron Matías Moncada (comisario imperial),
Felipe Ulloa (Yakusidé), María José Uribarri (madre), Francisca Cristópulos
(tía), Madelene Vásquez (prima) y Carlos Guzmán (oficial del registro). El Tío
Bonzo, cantado desde uno de los pisos superiores del teatro, estuvo bien
cantado por los barítonos Cristián Lorca en el elenco internacional y
Arturo Jiménez en el estelar, y mientras como Yamadori se alternaron el
barítono Pablo Oyanedel y el tenor Roberto Díaz, Kate Pinkerton estuvo
interpretada por las sopranos Marcela González y Pamela Flores.
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