Quid pro quo: Las
caras ocultas de Ramón Vargas
El
responsable de las actividades operísticas del país, el tenor Ramón Vargas,
prefirió aclarar su situación con las figuras mediáticas que con la gente que
sí sabe del tema…
Por
José Noé Mercado
La digna metáfora, periodismo cultural
Número 13, 20 de julio de 2015
La mañana del sábado 30 de mayo de 2015
topé con un encabezado que me hizo despertar por completo: “Tenor Ramón Vargas
gana más que el presidente”.
El escrito, firmado por Alida Piñón, se publicó
en la versión electrónica de El Universal
e informó que durante 2015 Vargas obtendría un pago de 850 mil dólares —que con
un tipo de cambio fijado a 17 pesos daba un total de 14 millones 450 mil pesos—
por la dirección artística de la Ópera de Bellas Artes —OBA—. Esa cifra,
explicaba la nota, representaría un incremento del 2 mil 178 por ciento
respecto de lo que había cobrado en 2014.
En el contexto de OBA, esos números eran
escandalosos. Increíbles. Pero la utilizada por Piñón era una fuente oficial
que podía constatarse online: el
Portal de Obligaciones de Transparencia del Instituto Nacional de Bellas Artes
—INBA.
Antes de concluida la mañana, la
información se esparció en redes sociales con variaciones de la frase “Funcionarios
millonarios en instituciones empobrecidas”.
¿Podía resumirse la situación de otra
manera si días antes se conoció la afectación de la de por sí raquítica
temporada de la OBA a causa de los recortes presupuestales? ¿Podía un nota así no
despertar indignación si Juliana Faesler, directora de escena de La traviata, producción que se ensayaba
en ese entonces en Bellas Artes, había declarado que el proyecto sobrevivió a
tres cancelaciones y que echaría mano del reciclaje?
Esa pepena daría por resultado “una de las
puestas en escena más horrorosas que me ha tocado presenciar en los 50 años que
llevo viendo funciones de ópera”, consignaría el crítico Manuel Yrízar.
Para el mediodía, las reacciones en redes
sociales sobre el sueldo de Ramón Vargas podían contarse en centenas. La irritación
y el descrédito que produjo la nota aumentó.
La reacción oficial no tardó en llegar. O
sí: la imagen de OBA y del tenor que la dirige estaba manchada en la opinión
pública. Había anochecido cuando Roberto Perea, director de Difusión y Relaciones
Públicas del INBA, se comunicó con Alida Piñón. Le dijo que la información del
Portal de Transparencia era incorrecta debido a “un error humano” que puso en
dólares una cifra que iba en pesos y que Ramón Vargas recibía un pago de 5 mil
dólares mensuales como director artístico de OBA.
La periodista publicó la aclaración al día
siguiente. Pero dudas y suspicacias crecieron entre la comunidad operística
porque las cuentas no cuadraban. ¿Un error de dedo puede alterar de forma tan
contrastada el tipo de cambio de referencia para el dólar, la moneda en que se realizará
el pago, y la suma total que bajó de 14 millones 450 mil pesos a 700 mil con un
tipo de cambio de 14 pesos por dólar y luego, con al menos cuatro
modificaciones del Portal de Transparencia, subió a 749 mil, con un tipo de
cambio de referencia de 14.98 por dólar?
Ese manoseo del Portal y la carencia de
candados para modificar su información a conveniencia fue documentado en
diversas capturas de pantalla. El alboroto podía maquillarse, pero no se borró.
Las contrarréplicas tampoco lo harán a estas alturas ni siquiera si muestran el
contrato íntegro celebrado por Vargas y la Subdirección General del INBA,
puesto de Sergio Ramírez Cárdenas. Quizás sólo el Órgano de Control Interno de
la dependencia podría aclarar el affaire.
O instancias como la Función Pública. El crítico Luis Gutiérrez fue lapidario: “Supongamos
que la información fuente no es correcta. Eso sí es un escándalo pues pulveriza
cualquier rastro de confianza que aún nos quedase a los mexicanos en lo
referente al manejo de los egresos del gobierno”.
La cara oculta de Ramón Vargas para
enfrentar ésta y otras crisis en OBA no fue menos discreta o indignante.
Fue hasta junio que Vargas apareció en un
reducido número de medios de comunicación. Sobre sus próximos compromisos como
cantante; con la consigna de que Papá
Gobierno —él, en otra de sus caras ocultas— no está en condición de ofrecer
la ópera que se quisiera por lo que la sociedad debe apoyar con recursos de sus
bolsillos, y con risitas y tímidos sarcasmos sobre ganar más que el presidente
o sus motivaciones para seguir en OBA, conversó ante los micrófonos con Joaquín
López Dóriga, Carlos Loret de Mola, Brozo o Maxine Woodside, entre otro selecto
grupo de comunicadores.
Como Vargas no habló de temas sustantivos
de OBA ni de la problemática en su sistema de producción que mantiene bajo
tierra la calidad artística, el 22 de junio le solicité por escrito una entrevista
que abordara las inquietudes centrales que mantiene el sector operístico
mexicano.
La respuesta del tenor a mi petición fue
negativa. Dos días después, me escribió: “Efectivamente, como usted lo
menciona, en las últimas semanas he brindado numerosas entrevistas a
comunicadores de la prensa, radio, televisión y otros medios electrónicos.
Pienso con ello haber ofrecido amplia información sobre las actividades
desarrolladas en la Ópera de Bellas Artes desde el inicio de mi gestión como
director artístico de la misma; información que debe de haber llegado a la
opinión pública en general, así como a las personas más especialmente
interesadas en las actividades líricas que se presentan en nuestro país”.
Agradecí su pronta respuesta, aunque
repliqué: “Lamento, desde luego, que no se haya podido construir el camino de
la comunicación para entablar un diálogo transparente como en otras ocasiones,
al considerar que diversas temáticas estructurales de tu gestión se quedan sin
ser abordadas en esta entrevista que no fue, ni en otras que sí fueron”.
Sí me envió, en cambio, un artículo en el
que enumera los que considera principales logros de su gestión, comenzando por
la labor formativa de jóvenes talentos, a través del Estudio de la OBA. El
texto —publicado con anterioridad, el 5 de junio, en El Universal, como una colaboración que lleva su firma aunque las
Propiedades del archivo que lo contiene delatan que en realidad fue autoría de
un tal Urbano y luego manipulado por el subdirector del INBA, Sergio Ramírez
Cárdenas— concluye:
“Ópera de Bellas Artes ha logrado mantener
una presencia constante de la ópera, tanto en el Palacio de Bellas Artes como
en otros foros del país, con muy buena asistencia de público (…) Por nuestra
parte, seguiremos construyendo una oferta operística de excelencia, como
corresponde a un teatro del prestigio e importancia como es la Ópera de Bellas
Artes”.
Sin oportunidad para plantear preguntas,
concluyo con una paráfrasis sobre una anécdota de sastres que solía contar el
periodista, recientemente fallecido, Jacobo Zabludovsky: Ramón Vargas optó por
hablar con los comunicadores más famosos. Con las estrellas del rating de los medios nacionales. Pero no
tuvo cara para conversar para las figuras de su misma calle. Para las celebridades
del barrio en el que ronda. Quid pro quo.
Pues no es ante la audiencia de La reina
de la radio o El payaso tenebroso
el desgaste de su imagen, su descrédito. Sin duda, se equivocó de target.
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