Thursday, July 18, 2013

LA MUJER SIN SOMBRA EN EL TEATRO COLÓN DE BUENOS AIRES

 
Foto: Teatro Colón de Buenos Aires
 
Joel Poblete
LA MUJER SIN SOMBRA (Die Frau ohne Schatten), de Richard Strauss. Teatro Colón de Buenos Aires (Argentina), funciones entre el 11 y 18 de junio. Intérpretes: Manuela Uhl (Emperatriz), Elena Pankratova (Mujer del tintorero), Iris Vermillion (Nodriza), Barak (Jukka Rasilainen), Stephen Gould (Emperador), Jochen Kupfer (Mensajero), Marisú Pavón (Guardián del templo), Pablo Sánchez (Aparición de un joven), Victoria Gaeta (Voz del halcón), Mario De Salvo (Hermano tuerto), Emiliano Bulacios (Hermano manco), Sergio Spina (Hermano jorobado), Alejandra Malvino (Voz de lo alto). Orquesta Estable del Teatro Colón, dirigida por Ira Levin. Coro Estable del Teatro Colón, dirigido por Miguel Martínez. Coro de Niños del Teatro Colón, dirigido por César Bustamante. Director de escena: Andreas Homoki. Escenografía y vestuario: Wolfgang Gussmann. Iluminación: Frank Evin. 
 
Por la enigmática naturaleza de su historia -llena de símbolos y alegorías- y las enormes exigencias para la orquesta y los cantantes, y aunque cada vez más melómanos y críticos reconocen su enorme importancia en la trayectoria de Richard Strauss, la ópera La mujer sin sombra no aparece tan a menudo como debiera en los teatros líricos, al menos no con la frecuencia de otras obras del autor. Basta con pensar, por ejemplo, que en noviembre próximo este título regresará al MET de Nueva York, recién luego de diez años de ausencia. 
 
Considerando especialmente las demandas musicales de la partitura, las funciones que acaba de ofrecer el Teatro Colón de Buenos Aires fueron en verdad memorables y merecen entusiastas elogios, incluso tratándose de un escenario que desde el estreno local de la obra en 1949, dirigido por Erich Kleiber, la volvió a programar en otras tres ocasiones -1965, 1970 y 1979- contando con intérpretes tan prestigiosos como Ingrid Bjoner, Ludwig Suthaus, Grace Hoffman, Donald McIntyre, Birgit Nilsson, Eva Marton, Sigmund Nimsgern y Jess Thomas, entre otros. 34 años después de la última vez que se presentara en el coliseo porteño, por más que algunos miembros del público que alcanzaron a ver esas representaciones del pasado pudieran apelar a la nostalgia haciendo las ineludibles comparaciones, es indudable que el reparto reunido en la versión 2013 estuvo al nivel de cualquier escenario europeo. 
 
Por su notable y atemorizadora presencia escénica y la espléndida y pareja entrega vocal incluyendo los extremos agudos y graves del registro, la mefistofélica Nodriza de la mezzosoprano Iris Vermillion brilló por encima de todos los demás, obteniendo una merecida ovación del público. Muy destacadas en lo teatral y musical estuvieron además las sopranos a cargo de los dos roles femeninos principales: Manuela Uhl fue una delicada Emperatriz, de bella voz, sensible estilo de canto y acertados agudos, mientras Elena Pankratova marcó un logrado contraste como la mujer del tintorero, tosca y ruda en un principio, pero finalmente llena de humanidad y emoción, cantando con arrojo, potencia y un material generoso. 
 
Los protagonistas masculinos estuvieron algunos peldaños más abajo, pero de todos modos se lucieron: el recio Barak del barítono Jukka Rasilainen exhibió una voz robusta y fue convincente en su transición conyugal, mientras el Emperador del tenor Stephen Gould mostró un canto más irregular y de cierta tirantez en las demandantes notas agudas, pero teniendo en cuenta que este rol es tan ingrato como casi todos los personajes straussianos para tenor, su desempeño fue más que aceptable (y que el mismo artista cante el papel en la versión del Festival de Salzburgo editada en dvd y blu-ray, confirma que quizás en la actualidad no son muchos los colegas que pueden abordarlo sin dificultades). Por su parte, en el breve pero contundente rol del Mensajero, el barítono Jochen Kupfer causó una positiva impresión con su voz cálida y sonora. Muy bien estuvieron en los desempeños secundarios un grupo de adecuados cantantes argentinos, destacando particularmente los tres hermanos de Barak que interpretaron Mario De Salvo, Emiliano Bulacios y Sergio Spina, muy divertidos en sus alocadas y casi infantiles personificaciones. 
 
Dirigir una obra tan compleja como La mujer sin sombra no es tarea menor, y es por eso que la labor de Ira Levin al frente de la Orquesta Estable del Teatro Colón fue totalmente digna de elogios: equilibrando los balances sonoros, su batuta consiguió acentuar los numerosos matices y sutilezas que ofrece la partitura, que va del desborde orquestal y la intensidad y agitación al lirismo más exacerbado y conmovedor, incluyendo atmósferas de misterio y ensoñación. Los variados detalles sonoros estuvieron muy bien balanceados por Levin y una orquesta en estado de gracia, de expresiva riqueza timbrística, lo que sumado a la siempre espléndida acústica del Colón permitió momentos ciertamente inolvidables, como el final del segundo acto, los maravillosos momentos solistas para el chelo y el violín o el sublime desenlace de la ópera. Tampoco puede dejar de destacarse el excelente desempeño del Coro Estable dirigido por Miguel Martínez, y el Coro de Niños a cargo de César Bustamante. Eso sí, para acentuar teatralmente algunos pasajes, la producción requirió el uso de amplificación sonora, un recurso que al parecer en la función de estreno molestó a varios espectadores y críticos, pero al menos en las dos veladas a las que pudimos asistir funcionó bastante bien (tal vez dependía del lugar del teatro en el que se encontrara el público).
 
Considerando la particular e inclasificable naturaleza de esta obra y su carácter de cuento para adultos lleno de símbolos y elementos fantásticos que permiten diversas interpretaciones, incluyendo alcances filosóficos y sicológicos, es siempre muy delicado abordarla desde el punto de vista teatral, especialmente si se busca mantener el diálogo entre los mundos que deben convivir en la trama, alternando y mezclando lo terrenal con lo fabuloso y onírico. Es por ello que aunque no convenza a todos por igual, creemos que fue muy acertado el montaje del actual director de la Ópera de Zúrich, Andreas Homoki, proveniente de la Ópera Holandesa de Ámsterdam, estrenado originalmente hace dos décadas y que se ha presentado en escenarios como el Liceu de Barcelona. 
 
Minimalista y jugando con la abstracción, la puesta en escena de Homoki cuenta con una interesante propuesta de escenografía y vestuario a cargo de Wolfgang Gussmann, en base a pocos elementos que sugieren la ambientación y al uso de una reducida pero muy efectiva gama de colores que adquieren connotaciones simbólicas muy adecuadas a la trama, como el amarillo, el azul y el rojo, además del blanco y el negro, todo acentuado por la expresiva iluminación de Frank Ervin. Un estilo de producción que tal vez no habría funcionado bien en otro tipo de ópera, pero siendo La mujer sin sombra un trabajo tan atípico, enmarcado en un contexto atemporal y de leyenda, la labor de Homoki es espléndida, destacando por la dirección de actores, el sugerente uso del espacio y el ritmo y fluidez de los desplazamientos y cambios de escena. Realmente, ver y escuchar una versión como la del Colón, fue un privilegio excepcional.


 
 

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