Monday, November 18, 2019

Orfeo y Eurídice en el Teatro Colón de Buenos Aires


Fotos: Prensa Teatro Colón / Arnaldo Colombaroli

Gustavo Gabriel Otero
Twitter: @GazetaLyrica

Buenos Aires, 08/11/2019. Teatro Colón. Christoph Willibald Gluck: Orfeo y Euridice. Ópera en 3 actos (en esta versión: en 2 actos). Libreto de Raniero de Calzabigi. Carlos Trunsky, dirección escénica y coreografía. Carmen Auzmendi, escenografía. Jorge López, vestuario. Rubén Conde, iluminación. Daniel Taylor (Orfeo), Marisú Pavón, (Eurídice), Ellen Mc Ateer (Amor). Emanuel Ludueña, Mauro S. Cacciatore, Matías Viera Falero, Juan D. Camargo, Federico Amprino, Julián I. Toledo, Gerardo Merlo, Federico Cáceres, José Benitez, Germán Haro, Emilio Bidegain y Teresa Marcaida, bailarines invitados. Orquesta y Coro Estables del Teatro Colón. Director del Coro Estable: Miguel Martínez. Dirección Musical: Manuel Coves.

Con nueva puesta en escena regresó al escenario del Teatro Colón ‘Orfeo y Eurídice’ de Gluck en una versión sin nada para destacar. Desde su estreno en el Colón, en 1924, la obra subió a escena en otras diez oportunidades. El rol de Orfeo fue cantado en ocho temporadas por mezzosopranos, una por un barítono y la última, en 2009, por el gran contratenor Franco Fagioli. Siempre se ofreció la Versión de Viena de 1762 con algún agregado de la Versión de París. Nunca se ofreció la versión completa de París de 1774. A juzgar por lo endeble de la prestación de actual protagonista, una pregunta se impone: ¿No era preferible ofrecer al público del Colón la versión en francés y para haut-contre (o sea tenor de registro muy agudo) que constituiría toda una novedad? Como ya se esbozó el contratenor Daniel Taylor como Orfeo mostró un volumen pequeño, falta de graves, poca expresividad y fraseo rutinario. En una prestación en la que tuvo algún rasgo de calidad sólo su momento solista más importante (Che farò senza Euridice) cantado casi al borde del foso orquestal. Marisú Pavón fue una Eurídice que sin descollar cumplió con los requerimientos de la parte; mientras que la soprano canadiense Ellen Mc Atter fue un correcto Amor. Manuel Coves en la dirección musical no pasó de la discreta medianía obteniendo una respuesta profesional por parte de la Orquesta Estable. El Coro -relegado y escondido en el foso- cumplió su cometido con dignidad. Carlos Trusnky remarcó en su puesta las partes coreográficas por sobre la actuación y el canto, por lo que la obra se presentó casi como un ballet cantado. 
Trunsky enfatiza con los bailarines una visión del histórico homoerotismo de la Grecia antigua, sólo hay una bailarina que hace las veces de Perséfone, mientras que el Amor tiene características femeninas aunque viste pantalones lo que hace ambigua su figura. Los cuerpos masculinos desnudos en la segunda parte enfatizan esta visión centrada en lo masculino y en lo homoerótico. Orfeo no es aquí el decidido cantor sino un dubitativo y perturbado personaje, a su vez se cambia deliberadamente el final de la obra: Eurídice elige y decide dejar a Orfeo retirándose hacia atrás con Perséfone y con uno de los bailarines, quedando Orfeo solo delante del telón mientras este se cierra. Naturalmente el coreógrafo y director escénico hace cortar la última intervención cantada de Eurídice para arribar a este final no deseado por los autores de la obra; éste no es el único cambio musical ya que se suprimen, cambian o adicionan fragmentos, se junta la primera escena del segundo acto con el primero y la segunda escena del segundo acto con el tercero; sin que quede claro qué versión se utiliza en esta puesta en escena. El vestuario de Jorge López es ecléctico con toques contemporáneos. La escenografía de Carmen Auzmendi presenta a la ruidosa plataforma giratoria con escaleras y muros que no conducen a ningún lado, telones negros y líneas geométricas. La primaria iluminación de Rubén Conde solo sirvió para acentuar el tedio producido por una escenografía negra y sin matices.



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