Thursday, August 25, 2022

Cecchina suonatrice di ghironda en Pesaro

Fotos: Luigi Angelucci

Roberta Pedrotti

Teatro Rossini de Pesaro. Parece que con la última fecha del Rossini Opera Festival el belcanto se fue de vacaciones en Pesaro para volver a hablar de ello dentro de unos meses, con las reincidencias de la muerte y nacimiento del genio. Pero no: la Orchestra Sinfonica G. Rossini impulsó una idea que el Rof lanzó a principios de los 2000, Il mondo delle farse [El mundo de las farsas], y que lamentablemente solo duró unos años dentro del festival Rossini. Lástima, porque el repertorio a redescubrir es inmenso y si en su momento, aunque sea por razones prácticas, se centraron en las farsas en un acto de las primeras décadas del siglo XIX. En realidad, entre los compositores contemporáneos de Rossini y que fueron opacados por su fama también hay mucho más en lo que trabajar.  De hecho, basta recorrer la programación del festival iL Belcanto Ritrovato, que tras una anticipación el verano pasado ahora se estrena oficialmente, para encontrarse con los más diversos títulos, quizás estrambóticos, serios o divertidos, históricos o literarios, o imaginativos, representados con arias, dúos, tríos o piezas instrumentales en varios conciertos en teatros aún menos conocidos de la región de las marcas. Sin embargo, la inauguración fue con una ópera. Una farsa, es decir un melodrama no necesariamente cómico, de duración limitada, necesidades escénicas moderadas y una compañía estándar (normalmente seis personajes, con un primero y segundo personaje femenino, una pareja de barítonos divertidos o geniales, un tenor amoroso, un posible bajo o segundo tenor). En estos términos parece una producción rutinaria, elegida precisamente por la relativa practicidad del montaje; en cambio, la Cecchina sounatrice di ghironda de Pietro Generali (edición crítica de Marco Beghelli con Lorenzo Nencini) es algo más complejo e interesante. Primero que nada, el libreto. En el mismo 1810 Gaetano Rossi lo escribió para Generali, mientras que al debutante Rossini le dio el de La cambiale di matrimonio, al que le siguieron colaboraciones para Tancredi y Semiramide. Treinta y dos años después, sin embargo, compondriá el libreto de Linda di Chamounix de Donizetti y, a primera vista, la asociación fue evidente: Cecchina es una montañesa que va a París, llega a un estado de riqueza y está enamorada de un joven de origen noble que desconoce, en ambas óperas se toca la ghironda [wheel fiddle o violín de rueda] instrumento de los montañeses migrantes en la ciudad. Salvo que el ghironda era también el instumento que utilizaban las prostitutas para atraer clientes y está claro que, bajo los velos de los versos, que el ascenso económico de la Cecchina se debe a tal actividad. Hay un aire de La Traviata, pero el vago aroma se convierte en una presencia innegable cuando se anuncia a un señor desconocido (el tío del tenor supuestamente pobre) que revindica el honor de la familia y al que Cecchina le indica con firmeza que: “No se acuerda más quien está en su casa”, o cuando la acusa de haber seducido al joven para robarle dinero, y revela haber preparado todo para cederle sus posesiones. Paralelismos realmente impresionantes, antes de que nacieran el hijo de Dumas y el propio Verdi. También hay un indicio de Manon Lescaut, en la redada de la policía para detener a la mujer acusada de ser una prostituta estafadora. En cambio, el final, viene de Goldoni: el topos dell’agnizione que es tan antiguo como el teatro, pero no puede escapar el reconocimiento de ser hija de un marqués de Cecchina que es una calca de la baronesa de la homónima Buona Figliola musicalizada por Duni y Piccinni. Y ojo, si Goldoni se refiere a la Pamela de Richardson es precisamente en este punto en el que se aparta de la novela inglesa, al no poder admitir -como expresa explícitamente en el prefacio del libreto- que un noble conviva con un burgués. En definitiva, Cecchina representa un modelo narrativo que viene de lejos, y refleja una actualidad escabrosa, que da lugar al desarrollo de diversos temas individuales. En el arte nada se crea y nada se destruye, pero se reconoce como genio a quien logra captar los materiales existentes e iluminarlos con nueva una nueva luz. Esto discurso también es válido en la música, como también lo muestran las piezas que abren la velada: la sinfonía de la Testa meravigliosa nos muestra que Pietro Generali ya conocía y usaba la técnica del crescendo, aunque sin poseer la incisividad que hacía parecer a Rossini como un revolucionario. El aria de la Pamela nubile (casualmente...) también de Generali nos devuelve al clima larmoyant o lloroso que, precisamente, en la ópera italiana emerge en la Cecchina de Piccinni y llega también a través de La gazza ladra, Linda di Chamounix y de La sonnambula a Luisa. Miller y a La traviata. Al final, se escucha la romanza de Pierotto da Linda di Chamounix  “Cari luoghi ov'io passai” con la mezzosoprano Nutsa Zakaidze acompañada por la ghironda de Francesco Giusta.  

Con la aproximación a una situación similar al aria de Cecchina, también tenemos la comparación sonora entre el verdadero instrumento y la estratagema de Generali para evocarlo: naipes (aquí trozos de papel pergamino) entre las cuerdas de los violines y las teclas de los instrumentos de viento fueron utilizadas a modo de percusiones. Los golpes de arco en Il Signor Bruschino quizás no sean un caso tan aislado y las vanguardias más recientes no surgen de la nada: una vez más, no es la originalidad absoluta de la cosa lo que importa, sino el cómo. Despues nos damos cuenta de esto de una manera muy concreta con la farsa, que todavía no conoce las formas codificadas por Rossini de allí a unos años, aunque habla un lenguaje muy cercano. Inmediato y muy difícil, si se quiere por la representación teatral de los recitativos (al fortepiano, Claudia Foresi) y declamados muy largos, o si se quiere, por la extensión de las piezas de conjunto (el final hace pensar en Le Nozze di Fígaro), o por una escritura insidiosa, plena de difíciles coloraturas (¿Quién dice todavía que fue Rossini quien las escribió íntegramente por primera vez?) o insistentes en tesituras incómodas. Daniele Agiman hizo un óptimo trabajo para hacer justicia a la teatralidad del texto y al mismo tiempo guiar a la Orchestra Sinfonica Rossini en un terreno experimental a menudo minado para apoyar en un reto que no es para todos, a los cantantes que fueron elegidos por Ernesto Palacio en colaboración con la Accademia Rossiniana Alberto Zedda y la Accademia lirica de Osimo. Sobresalió la protagonista, Iolanda Massimo, que tiene una voz teatral, timbrada y presente, pero también capaz de plegarse a complejas figuraciones de virtuosismo, de asumir un compromiso nada breve y manejar los diversos registros expresivos, incluso en la cuerda emotiva. También estuvo muy bien Paolo Ingrasciotta (el consejero, pretendiente amistoso de Cecchina), casi siempre en escena y ni siquiera premiado con una aria, pero muy ocupado en los partes en conjunto y como actor omnipresente en los recitativos (incluso con grandes partes habladas). Ramiro Maturana delineó con buen canto y eficaces intenciones a Andrea, el hermano de Cecchina, especialmente en la aria donde alaba las bondades de la vida en la montaña sorbiendo su café. Pierluigi D'Aloia ofreció como Enrico, el amante de la protagonista, una prueba in crescendo en un papel también insidioso, extensa en agudos con un aire muchas veces heroico, mostrándose cada vez más sólido en la evidente mejoría que hemos percibido. en los últimos meses, desde su participación en Il Signor Bruschino en Bolonia hasta La Cenerentola para niños de AsLiCo [Associazione Lirica e Concertistica]. La mezzosoprano Anya Pinto dio vida a la sirvienta Fiorina, convencida de irse a las montañas casándose con Andrea; el bajo Alan Starovoitov es un efectivo duque de Rosmond (alias, Germont padre, ante litteram). La dirección escénica de Davide Garattini Raimondi jugo en el meta teatro: durante la sinfonía un grupo de jóvenes decide montar la farsa de Generali con lo que tienen a su disposición, de hecho, los trajes provenían de los almacenes del Rof y Massimo, la protagonista, llevaba el vestido que una vez perteneció a Jessica Pratt en Adelaide di Borgogna. Todo fue sobre ruedas, quizás apretando un poco el botón de la comedia con respecto al larmoyant o apoyándose en el movimiento de tres figurantes bailarines, pero optimizando así recursos y tiempos, para que el resultado fuera un gran éxito, que involucra también a los alumnos de la Art School Mengaroni, quienes colaboraron en los sets y los videos. No hay nada más hermoso, para un festival recién nacido, que sacar a la luz un texto que llevaba ciento noventa y nueve años enterrado y lograr convencer al público, despertar interés, hacerle pensar que todo valió la pena. Y, por tanto, de corazón, ¡larga vida al IL Belcanto Ritrovato!

Recensione in italiano:





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