Foto: Robert Millard
La impresión que quedó en el ambiente después de la primera representación escénica local de esta opera rusa, con la que dio inicio el nuevo ciclo lírico de Los Ángeles, fue que la obra se llamaba en realidad Tatiana. Si, porque la soprano ucraniana Oksana Dyka, dando vida a este personaje, realizó su debut estadounidense mostrando una ambición y una voracidad escénica poco habitual en este teatro, con la que conquistó al publico. Con luminosa voz de brillante tonalidad e intensa pasión, recibió una estruendosa ovación después de su conmovedora escena de la carta. El barítono Dalibor Jenis, pareció guardarse la arrogancia y el ímpetu que requiere el personaje de Onegin hasta el final de la función, si bien su desempeñó fue de menos a mas y su voz es lucida y profusa, su desempeño total no paso de ser mas que discreto. El tenor Vsevolod Grivnov prestó al personaje de Lensky un elegante y grato cantó lírico, pero su frialdad y pasividad escénica llego a ser por momentos exasperante. La mezzosoprano Ekaterina Semenchuk, bordó una chispeante y juvenil Olga, muy comprometida con el papel, en un repertorio que se adapta muy bien a la aterciopelada y oscura cualidad de su voz. Correctos estuvieron el resto de los personajes, y sobresaliente el Gremin del sólido bajo James Creswell. La dirección escénica de Francesca Gilpin paso inadvertida en la elegante producción, y vestuarios, de Steven Pimlott, del Covent Garden de Londres, que creó imágenes sugestivas, como la del lago o la pista de patinaje sobre el escenario, pero cuyo reducido espacio en otras escenas entorpeció el movimiento de los bailarines y artistas. Con su mano experta y rigurosa, James Conlon extrajo la musicalidad, pero sobretodo la exuberancia contenida en la partitura. RJ
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