Alicia Perris
Elektra de Richard Strauss. Tragedia en un acto en lengua alemana. Libreto de Hugo von Hofmannsthal. Nueva producción en el Teatro Real, procedente del Teatro San Carlo de Nápoles. Del 30 de septiembre al 15 de octubre. Ficha artística: Director musical: Semyon Bychkov. Director de escena: Klaus Michael Grüber, Realizadora: Ellen Hammer, Escenógrafo y figurinista Anselm Kiefer, Director del Coro: Andrés Máspero. Clitemnestra: Jane Henschel/Rosalind Plowright. Elektra: Christine Goerke/Deborah Polaski. Chrysotemis: Manuela Uhl/Riccarda Merbeth. Egisto: Chris Merrit. Orestes: Samuel Youn y elenco. Coro y orquesta Titulares del Teatro Real.
Una obra viril, masculina, falócrata. Es el ámbito del hombre, de Agamenón, el poderoso Átrida que va a la guerra de Troya y a la vuelta de diez años, al regresar, es asesinado por su esposa Clitemnestra y su amante, Egisto. Una nube de sangre enturbia las paredes del palacio real. Antes, el rey y padre de Elektra, había asesinado a su hija Ifigenia, como obligado tributo a los dioses. Elektra sin embargo, reclama la venganza para poder limpiar, como si se tratara de un Hamlet femenino, al que recuerda, la muerte de su progenitor. Desaparecido Orestes de la escena, la hermana trata de convencer a Chrysotemis, dulce y tierno exponente de su condición de mujer que solo quiere ser amada y tener hijos “aunque sea con un pastor” de asesinar al padrastro y a la madre impía y este objetivo se convierte en la gran aspiración de su vida, una existencia rota por la pérdida, la falta de deseo vital y el peso inconmensurable de la ausencia paterna. La escenografía y el vestuario son en esta ocasión digno exponente de la austeridad y la conventual apariencia de los actores del drama. Una especie de cárcel blanquecina contextualiza la acción y da sí cabe aún más dramatismo a los acontecimientos del hecho teatral. Los cantantes realizan un trabajo fundamental en esta ópera, dura, descarnada, donde la propia aridez visual es la demostración del exceso emocional y psíquico. Hay dos tríos femeninos que engrandecen la ópera y se esfuerzan durante la hora y cincuenta minutos (no hay descansos) en que se desarrolla la trama: Christine Goerke (Elektra), Jane Henschel ( Clitemnestra) y Manuela Uhl (Chrysotemis) y en otro elenco Deborah Polaski, Rosalind Plowright y Ricarda Merbeth. Todas ellas avezadas intérpretes de ópera alemana, (Wagner y Strauss) renombradas en el ámbito internacional, algunas conocidas con anterioridad por sus colaboraciones con el Teatro Real, como Jane Henschel (en Mahagony) o Manuela Uhl en el rol de Marie en Die tote Stadt. El director musical, Semyon Bychkov, de origen ruso, persigue con ahínco la excelencia y tiene una trayectoria notable, vivió en muchos lugares y viaja por muchos sitios haciendo de esa trashumancia la riqueza multicultural de su calidad interpretativa. Como explica muy bien Erika Bornay, el personaje de Elektra, como muchos otros de la antigüedad griega, básicos y fundacionales en la consecución de la cultura que tiene su origen en Grecia y Roma y todas sus constelaciones, ha sido estudiado y recordado por numerosos autores, cada uno de los cuales le concedió un perfil y unas características propias: O´Neill, Sartre, Giraudoux, Pérez Galdós y el Hugo von Hofmannsthal (Viena 1874-1929), que firma el libreto de esta ópera de Strauss, teniendo como inspiración la obra homónima de Sófocles. Psicoanalítica donde las haya ésta es una historia que estudió también Sigmund Freud porque aparece como la quintaesencia de los vínculos afectivos entre padres e hijos, más concretamente en este caso, la relación filial padre-hija. No está lejos de la recreación de la ópera, la propia relación que mantuvo Strauss con su madre, una mujer con enfermedad mental, que tuvo que ser recluida en una clínica psiquiátrica cerca de Munich, justo en el momento en que el compositor empieza a esbozar su ópera y las casualidades, no existen, más bien las causalidades. Hay también en el argumento un perfume reconcentrado de toda la obra de Nietzsche, Karl Kraus e incluso Jung y una reverberación de los fuegos fatuos que jalonan el declive irrevocable del Imperio Austro-Húngaro con sus miserias y oropeles. Tiempos de descomposición social, la Elektra que se presenta ahora en el Teatro Real, acompaña la decadencia de una monarquía dual que reinó durante siglos, arrastrando todo un universo de ideas, sentimientos, filosofías, arte y política con ella. Es la vigencia plena de la literatura y el zeitgeist de los griegos, en la envoltura carnal y moribunda de la Viena fin de siglo y sus enfermedades. Elektra no es sensual y cautivadora como Salomé, el otro gran personaje de Strauss. Mujer que ha perdido sus atributos solo puede realizarse paradójicamente en el ejercicio del sacrificio y la muerte. Theodor W. Adorno lo explicó de esta manera: “Ha recogido Richard Strauss todo el brillo de la época, reflejándolo en el espejo de su música: ha perfeccionado el aspecto exterior de la música y la ha hecho transparente como el cristal…” (1924). Un hallazgo.
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