Foto: Felix Sanchez / Houston
Grand Opera
Carlos Rosas Torres
La Houston Grand Opera, considerada en la actualidad
una de las cinco compañías de opera más importantes de Estados Unidos es el
teatro que mas operas ha comisionado desde su fundación, contando a la fecha
con 47 estrenos mundiales así como las primeras presentaciones estadounidenses
de seis operas. Como inicio de su temporada 2013-2014, ofreció dos
producciones, Aida y la opereta vienesa de Johann Strauss, Die Fledermaus,
que había estado ausente de este escenario por más de treinta años. La
obra fue cantada en una versión en lengua inglesa, al igual que sus diálogos, y
la producción encomendada a la directora australiana Lindy Hume, situó
el desarrollo de la trama en un apartamento estilo Art Deco de los años 30 en
un rascacielos de Manhattan. Los diseños de las escenografias fueron concebidos
como Richard Roberts y los elegantes vestuarios de época por Angus
Strathie. La idea de Hume, intentó acercar la obra a las antiguas películas
de Hollywood, aunque parecía más una serie cómicas de la televisión
estadounidense, y aunque desde el punto de vista visual la idea funciono, la
comicidad natural que se desprende de la obra y la música, aquí estuvo cargada
de innecesarios gags y sobreactuación de los artistas. La orquesta fue guiada
por el maestro austriaco Thomas Rösner quien mostró seguridad y extrajo la
efervescencia y burbujeante brillantez de la partitura en todo momento, con
buena dinámica en los tiempos. Aceptable fue estuvo el desempeño del coro así
como de las vivaces coreografías de Daniel Pelzing. El elenco compuesto
en su totalidad por cantantes estadounidenses se mostró homogéneo en sus
intervenciones. El barítono Liam Bommer fue un extrovertido Eisenstein
de elegante y cálida voz, Wendy Bryn Harmer mostró buenas cualidades en
su canto rotundo y amplio como Rosalinde, que se complementó bien en sus duetos
con Alfred, que aquí fue personificado como un apasionado seductor por el tenor
Anthony Dean Griffey, de amplia vocalidad, un poco áspera, pero solida.
La soprano Laura Claycomb fue una caprichosa y manipuladora Adele que
cantó con claridad y brillantes agudos. Un lujo fue contar con Susan Graham
en el papel del Príncipe Orlofsky, la legendaria mezzosoprano dejo constancia
de su amplia experiencia escénica y vocalmente se mostró en un nivel superior a
los demás. El resto de cantantes y artistas cumplieron de manera adecuada.
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