Foto: Brescia&Amisano - Teatro alla Scala
Massimo Viazzo
Die Tote Stadt
de Erich Wolfgang Korngold, que era un título que nunca se había presentado en
las temporadas scaligeras es ya ¡un gran éxito! Así continua el proyecto de la superintendencia
de llevar a escena importantes óperas que no habían sido representadas en la
sala del Piermarini. Die Tote Stadt es una obra maestra de refinamiento musical,
una alegre unión entre la música de Puccini, Berg, Richard Strauss e incluso un
poco de cabaret, compuesto por un musico que después de
mudarse a California se convirtió en autor de bandas sonoras Hollywoodenses. La evidente figura de Jugendstil de su música, fue retomada por el director de escena Graham Vick
en la reconstrucción del departamento de Paul, el protagonista que, entre la
realidad y el sueño, vive una experiencia psicoanalítica de fuerte impacto dramático.
Especialmente, en el segundo y en el tercer
acto, Vick pudo exaltar con opulencia de medios, esa condición onírica que a
menudo se desborda hacia una verdadera pesadilla en los limites de la necrofilia.
El proceso del duelo tendría su resolución solo cuando Paul lograra estrangular
a su fantasma con la trenza de su mujer muerta, que conservaba en una caja de
cristal. Asmik Grigorian tuvo un
gran éxito personal en el papel de Marietta. La soprano lituana, de menos de
cuarenta años, quien apenas fuera premiada en los Opera Awards, y que el verano
pasado saltara a los titulares con Salome en el Festival de Salzburgo, hizo que la
curiosidad de poder escucharla en vivo fuera evidente. Así, ¡Grigorian hechizó
a todos! Mientras tanto, su figura en el escenario, su aplomo, su actuación
natural (a menudo medio desnuda, entre otras cosas) parecieron ser las de una
actriz consumada. Sobre todo, su voz de grato
timbre, penetrante, con segura emisión y un fraseo siempre musical y
comunicativo, contribuyeron a crear un personaje fascinante, seductor; en una
palabra: irresistible, que permanecerá grabado en la memoria de los que asistieron
a este espectáculo. Klaus Florian Vogt
dio a Paul la imagen del soñador visionario, con su voz elegiaca de color
claro. Hacia las notas agudas, el timbre
tendió un poco a blanquearse, pero el control general de una parta tan ardua y exigente
es de elogiarse. Mas poesía que squillo para
el tenor de Holstein, que al final recibió aplausos de convencimiento. En el doble papel de Franz y Fritz, Markus
Werba, cantó con elegancia y suavidad cincelando su estupendo solo del
segundo acto, uno de los vértices emocionales de la partitura. Por su parte, Cristina Damian, fue una
segura y convincente Brigitta, la ama de llaves de Paul. Adecuados estuvieron
los comprimarios, algunos de ellos provenientes de la Accademia. Finalmente, la dirección de Alan
Gilbert pareció muy funcional y eficiente, pero careció de un poco de fantasía
en el color como también de un poco de transporte.
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