Thursday, April 29, 2010

Lulu de Alban Berg en el Teatro alla Scala de Milán

Fotografias de Marco Brescia, Archivo Fotografico del Teatro alla Scala


Massimo Viazzo

«O Freiheit! Herr Gott im Himmel!» la profunda melodía que acompaña el regreso de Lulu a casa, al final del segundo acto, y después de tantas vicisitudes ligadas a su encarcelamiento y a su laboriosa liberación, resultó ser un emblema de la opera. La libertad tan esperada y en realidad tan sofocada por la protagonista permanece como la seña de un personaje que corrompe y seduce al mismo tiempo. También el público que resistió la fascinación del personaje, no puede mas que sentir piedad y compasión por la kleine Lulu, una mujer desorientada, prostituta, asesina, que no tiene un pasado, no sabe o no puede consentir el presente y sobretodo no conoce el futuro. La obra maestra de Alban Berg se presentó en la Scala después de más de treinta años, en la producción escenica creada en Lyon Francia la temporada pasada. Con relación a aquella edición no se vieron cambios sustanciales en lo que respecta la impostación de la dirección actoral. El espectáculo de Peter Stein, es simple, pero muy eficaz para hacer captar el corte cinematográfico latente en la dramaturgia de la obra, y conducir al espectador de la mano, un espectador que si no esta adecuadamente siempre listo, receptivo o activo (auditivamente hablando), corre el riesgo de salir trastornado cuando se enfrenta a una partitura que se agiganta por densidad de escritura orquestal y por exuberancia melódica. La escena estuvo cubierta de decorados estilo art déco, que fueron preparados por Ferdinand Wögerbauer y conservó una cierta elegancia, y también los vestuarios fueron correctos.

En lo que toca a la parte musical hubo pocas pero relevantes variaciones, comenzando con la muy inspirada baqueta de Daniele Gatti. El director milanés buscó compactar la estructura trabajando mucho (casi de manera wagneriana) en la intersección y la unión de los Leitmotiv, siempre perfectamente insertados en un tejido musical incandescente. En los momentos más «mahlerianos» (como la Verwandlung entre la segunda y la tercera escena del primer acto) Gatti obtuvo de una orquesta del teatro, en gran forma, un sonido calido y corpóreo, que supo des timbrarse oportunamente durante los extraños episodios del inicio del tercer acto.

La nueva entrada respeto a la producción de Lyon fue Natascha Petrinsky en el papel de la amante lésbica, que con una más que adecuada presencia, destacó por su cautivante presencia escénica. El resto del elenco no desilusionó, comenzando por el conmovedor Schigolch de Franz Mazura (aun cantando sobre los escenarios a los 86 años de edad) y terminando con el temperamental pero frágil Alwa de Thomas Pifka. Sin embargo, la verdadera triunfadora de la velada fue Laura Aikin Si, ya que Aikin es Lulu por: técnica, carácter, iniciativa escénica, y todo pareció metabolizado en ella, en una opera de identificación total con el personaje, con corte de pelo a la Louise Brooks incluido. El publico que permaneció en la sala (desafortunadamente un poco disminuido al final de la representación, después de algunas inevitables, pero injustificadas deserciones al termino del acto precedente) le tributó un meritorio aplauso.

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