Thursday, October 14, 2010

El Elixir de Amor de Donizetti en la Scala de Milán

Foto: Marco Brescia & Rudy Amisano, archivo Fotografico del Teatro alla Scala

Massimo Viazzo
Llegó también a la Scala la dichosa producción escénica de Elixir de Amor firmado por Laurent Pelly (repuesta en esta ocasión por Hans Christian Räth). Pelly ambientó esta obra maestra donizettiana en Italia en el periodo posterior a la segunda guerra con referencias explicitas de la cinematografía neorrealista de aquel periodo y la escena se realizo entre: pacas de heno, tractores agrícolas, veloces bicicletas por los caminos del campo, en un tierno cuadro modelado sobre largas extensiones de trigo. La mano ligera del regista francés, siempre a sus anchas en el repertorio cómico-sentimental, encontró una correspondencia directa con la vocalidad del protagonista, el joven tenor sardo Francesco Demuro, un Nemorino soñador, delicado, etéreo y de óptima dicción. A pesar de no tener una voz de gran peso especifico, Demuro supo proyectarla correctamente y gracias también a un timbre cargado de inocencia y pureza, su personaje resultó ser muy creíble. Nino Machaidze, nos dio una Adina mejor definida en la parte escénica que en la vocal. A la soprano georgiana se le vio muy desenvuelta en escena, y cantó con corrección aunque su línea musical no resultó ser siempre expresiva. Desbordante estuvo el Dulcamara del barítono lombardo Ambrogio Maestri, quien supo darle al personaje del amable embaucador un reflejo melancólico, nostálgico, quizás apegándose al modelo (muy bien conocido por el mismo) del Falstaff verdiano. Por lo tanto, se trató de un Dulcamara que aturdió a los transeúntes con un volumen considerable, pero con una expresión en la cara que no lo hacia parecer tan sinvergüenza como frecuentemente se ha acostumbrado a representarlo. La prestación de Gabriele Viviani fue en crescendo, como un simpático Belcore de timbre franco y directo, y con una entonación no perfectamente a fuego en su aria de salida. Donato Renzetti guió al optimo conjunto scaligero (¡el coro ha estado esplendido en esta ocasión!) sin particular fantasía, remarcando principalmente la brillantez de la partitura, pero en perjuicio de su alma mas intima y elegiaca.

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