Wednesday, November 18, 2015

Cavalleria rusticana y Pagliacci en el Teatro Municipal de Santiago‏

Foto: Patricio Melo. 

Joel Poblete

Como los últimos títulos de ópera presentados mientras aún es su director general Andrés Rodríguez (quien a fines de este año dejará su cargo tras más de tres décadas de histórica gestión, para ser sucedido por el francés Frédéric Chambert, actual director del Capitole de Toulouse), el más tradicional y famoso "programa doble" regresó al Teatro Municipal de Santiago, donde no habían vuelto a presentarse juntas desde hace ya 25 años: la última vez fue en 1990, y si bien en 2010 abrieron la temporada lírica, las funciones debieron realizarse en otro escenario, a raíz de los daños causados en el Municipal por el terremoto de ese año en Chile. En esa ocasión, la producción estuvo a cargo del director teatral italiano Fabio Sparvoli, contando con escenografía de su compatriota Giorgio Ricchelli, quienes convencieron mucho más en Pagliacci que en Cavalleria: en esta última la escenografía era pesada y funcional y la dirección escénica, que ambientaba la obra en los años 40 del siglo XX, no permitía disfrutar de la belleza del preludio orquestal por culpa de distractores movimientos de los campesinos, y no solucionó de manera satisfactoria la procesión de Pascua. Quedó la impresión de que los resultados se habían visto afectados por el cambio de escenario a un recinto más pequeño y reducido, idea que se acentuó cuando Pagliacci estuvo mucho mejor, con una sencilla escenografía más adecuada a las dimensiones de la escena, y una dirección teatral más dinámica, detallista y estimulante, con momentos muy logrados, como en la representación de la commedia del segundo acto.

Curiosamente, ahora que Cavalleria Pagliacci estuvieron vuelta en el Municipal con funciones entre el 29 de octubre y el 8 de noviembre, como cierre de su temporada lírica 2015 y en la misma producción de Sparvoli y Ricchelli, la impresión de la puesta en escena fue prácticamente la misma en ambas obras, por lo que al parecer su efectividad no dependía en definitiva del tamaño del escenario. Se reiteraron las falencias y debilidades de la primera (en particular la plana escenografía de Cavalleria), mientras la segunda consiguió convencer más a los espectadores por sus resultados generales. Ambos artistas italianos han presentado excelentes espectáculos en previas incursiones en el teatro santiaguino, como su brillante y divertido Barbero de Sevilla en 2008 -que volvió a presentarse en 2013-, pero en conjunto su propuesta para Cavalleria rusticana Pagliacci es decepcionante y de escaso vuelo.

La iluminación estuvo a cargo del prestigioso director y diseñador teatral chileno Ramón López, quien habitualmente destaca por su sutileza, pero en esta ocasión, tal vez por directa indicación de Sparvoli, las luces ofrecieron cambios muy bruscos y acentuados, por momentos exagerados y a veces en una misma escena, particularmente en Cavalleria. Al menos el vestuario del chileno Germán Droghetti fue muy acertado. 

La Orquesta Filarmónica de Santiago estuvo dirigida una vez más por su titular, el maestro ruso Konstantin Chudovsky, muy presente en la temporada lírica de este año, al dirigir el estreno en Chile de Rusalka, y regresar para Madama Butterfly e I due Foscari. En las dos primeras lamentamos su tendencia a tapar a los cantantes con el sonido orquestal, pero en la última había desarrollado un mejor equilibrio entre las voces y el foso; desafortunadamente en Cavalleria otra vez la masa sonora tendió a cubrir a los intérpretes, y a menudo se hicieron notorios desajustes e imprecisiones de ritmo entre éstos y la agrupación, aunque de todos modos el lirismo y la pasión de la partitura estuvieron presentes, y la Filarmónica ofreció una buena versión del inmortal "Intermezzo". Mucho mejor fue el resultado musical en Pagliacci, donde se manejaron más adecuadamente los matices y contrastes orquestales. 

En Cavalleria tampoco ayudó mucho que los dos protagonistas, interpretados por cantantes debutantes en Chile, estuvieran notoriamente por debajo de lo esperado en este título. Por look, encarnando a Santuzza la soprano rumana Cellia Costea en verdad parecía una sufrida mujer siciliana, pero su actuación fue distante y en lo vocal, si bien exhibió un volumen generoso, su afinación fue imprecisa, o al menos la emisión de algunas notas no pareció adecuarse a la partitura. El tenor ruso-armenio Khachatur Badalyan, quien en un principio cantó una buena "Siciliana" fuera de escena, no estuvo a la misma altura el resto de la ópera: tiene buena presencia escénica y una voz de grato timbre, pero muy reducida en volumen y algo justa en las notas agudas, por momentos su canto también pareció limitado en el fiato, y como actor tuvo un desempeño rígido y discreto, que no consiguió la esperada emoción en la efusiva despedida de su madre. 


Pero el resto del elenco funcionó mucho mejor. Al igual que en las funciones de 2010, cuando debutara en Chile, el barítono ruso Roman Burdenko interpretó los principales personajes para su registro de ambas óperas, y nuevamente el resultado fue muy positivo: en esta primera obra fue un recio y adecuado Alfio, pero fue en Pagliacci donde en verdad se lució, como el payaso Tonio, de acertada actuación y canto, buena proyección vocal y seguridad en sus atenoradas notas agudas; su excelente interpretación del bello y conmovedor "Prólogo", cantado delante del telón del escenario y presentando a los protagonistas de la obra, fue muy aplaudida por los espectadores. Y quienes también cantaron muy bien en Cavalleria fueron las intérpretes chilenas de dos roles secundarios, pero importantes en la trama: la mezzosoprano Gloria Rojas como una coqueta Lola, y la contralto Claudia Lepe como una Mamma Lucia de sonoro y rotundo canto y creíble caracterización teatral. 

Afortunadamente, la velada logró encontrar un equilibrio en su segunda parte, ya que los elementos en Pagliacci se combinaron mucho mejor, convenciendo y entusiasmando al público. Acá sí hubo emoción y adecuada intensidad dramática, y lo teatral fue más fluido y efectivo, a lo que ayudó especialmente el buen desempeño de los cantantes principales, partiendo por el tenor argentino Gustavo Porta, quien debutó en el Municipal encarnando a un creíblemente dolido y humano Canio, de lograda actuación, canto apasionado y bien manejado, buenas notas altas y emisión segura, que como era de esperar tuvo un gran momento en su célebre "Vesti la giubba". A su lado, la soprano chilena Paulina González fue una vivaz Nedda, de canto dúctil y bien proyectado y un desenvuelto despliegue escénico, además de brillar en el hermoso dúo junto a su amante Silvio, encarnado con convicción juvenil por el barítono ruso Alexey Lavrov, de atractiva voz, buen volumen y proyección. Y además del ya mencionado Burdenko, el resto de la compañía de payasos contó con un simpático y bien cantado Beppe a cargo del tenor vasco Mikeldi Atxalandabaso. 

En el segundo reparto, el llamado elenco estelar, el nivel de los cantantes fue mucho más parejo y satisfactorio entre ambos títulos, lo que incidió en una Cavalleria más efectiva e incluso emotiva. Un buen aporte en lo musical fue la batuta del maestro chileno José Luis Domínguez, director residente de la Filarmónica de Santiago, quien condujo a la agrupación con acertadas cuotas de pasión e intensidad dramática, en especial en arrebatadoras versiones de los conmovedores "Intermezzos" de ambas óperas. Por momentos parecía que el volumen orquestal era demasiado arrollador, pero Domínguez logró mantener los equilibrios, sin descuidar a los cantantes ni tampoco las sutilezas y múltiples detalles de las partituras. Y en ambos elencos, a su ya buena actuación en Cavalleria, el Coro del Teatro Municipal, dirigido por Jorge Klastornik, unió un espléndido desempeño vocal enPagliacci, mucho más logrado además en lo teatral, convenciendo plenamente como alegres y entusiastas campesinos, muy bien acompañados en el escenario por un eficaz grupo de artistas circenses que realizaron vistosas acrobacias.  

Pero fueron los solistas quienes despertaron un mayor y más sostenido entusiasmo en el público. De partida, en este reparto dos cantantes asumieron el desafío de interpretar roles en ambas óperas: el tenor chileno José Azócar y el barítono argentino Fabián Veloz, los mismos que ya se lucieron el año pasado compartiendo escena con sus interpretaciones en el elenco estelar del Otello de Verdi. 

Con su habitual lucimiento vocal, el tenor cumplió muy bien, en particular como un Turiddu de impulsivo canto: si bien su "Viva il vino spumeggiante" fue más justo y discreto de lo esperado, destacó en la "Siciliana", en el dúo con Santuzza y muy especialmente en su despedida de su madre, de entrega mucho más conmovedora que su decepcionante colega en el elenco internacional; como Canio en "Pagliacci" (rol que ya había cantado en las temporadas 2003 y 2010 del Municipal), quizás cierto cansancio luego de cantar la ópera anterior hizo que estuviera menos brillante, pero de todos modos su oficio en el rol y el siempre contundente material vocal le permitieron conformar una convincente actuación. Pero quien en verdad estuvo formidable fue Veloz, quien tal vez ofreció los desempeños más completos de este segundo reparto: si el año pasado ya había llamado la atención con su Iago enOtello, ahora confirmó sus sólidos recursos vocales y actorales con su interpretación en ambas óperas, en especial en su memorable y despechado Tonio, con un "Prólogo" que le permitió lucir cómodamente su atractivo y sonoro timbre de barítono y sus espléndidas notas agudas. 

Y las protagonistas femeninas de este elenco también tenían mucho que ofrecer. Santuzza en Cavalleria fue la mezzosoprano brasileña Ana Lúcia Benedetti, quien debutó en el Municipal e interpretaba por primera vez el personaje; creíble en escena, cuenta con una voz de impresionante caudal sonoro, que reluce especialmente en las notas altas, y aunque aún debe manejarla mejor cuidando y perfeccionando algunos detalles, así como trabajar más la zona media, de todos modos es una cantante prometedora que ofreció una muy buena caracterización de su atormentado rol. Y en Pagliacci, Nedda fue la soprano española Carmen Solís, quien también cantaba por primera vez la parte y volvía al Municipal pocos meses después de debutar en ese escenario causando una excelente impresión y recibiendo merecidos aplausos con su lograda Madama Butterfly en el elenco estelar; en esta segunda incursión en el teatro, reafirmó que es una cantante expresiva y sensible, de atractiva voz muy bien administrada, así como una actriz instintiva. Junto a ella, el barítono chileno Patricio Sabaté fue un muy logrado Silvio, papel que ya abordara en 2010; y por su parte, el tenor chileno Sergio Jarlaz fue un Beppe vivaz, seguro y de agradable timbre.



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