Sunday, September 29, 2024

Madama Butterfly en Los Ángeles


Fotos: Cory Weaver / LA Opera'

Ramón Jacques

Cada septiembre marca el arranque de casi todas las temporadas de los teatros operísticos estadounidenses, y la Ópera de Los Ángeles, uno de los teatros más importantes del país, que propuso una interesante oferta de títulos, inauguró su propio ciclo con la ya celebré y apreciada Madama Butterfly de Giacomo Puccini (1858-1924), en el momento en el que se acerca el epilogo y la conclusión del año conmemorativo del centenario de la muerte del reconocido compositor operístico. Una pregunta que se escucha frecuentemente es ¿Por qué se sigue recurriendo a un título visto y recontra visto? Y la simple respuesta está en la música, y en la capacidad del compositor de tocar las fibras mas profundas del público, que la sigue pidiendo, sigue asistiendo y la sigue disfrutando siempre.  Allí radica la grandeza del compositor, que consciente o quizás inconscientemente, creó la manera de hacer aflorar sentimientos y comunicarlos al público en el teatro en cada repetición del título. No hay dudas de lo anterior, pero a cada función a la que asisto de la obra, aunque podría argumentarse que es ya una rutina innecesaria, me demuestra la universalidad del arte de Puccini quien siempre logra el mismo efecto en el público del teatro, país y ciudad donde sea escuchado.  Pero aquí es donde comienza el trabajo de los teatros ¿Cómo ofrecer este título con una visión renovada o un ángulo diferente?  El contenido ya se sabe cuál es, el resultado puede variar según el elenco, el director y la orquesta. El problema radica en la manera de escenificarla, la envoltura, por decirlo de una manera coloquial.   Es por ello por lo que la Ópera de Los Ángeles, busco más allá de sus fronteras hasta encontrar una producción novedosa, si bien el concepto y la idea no lo son tanto y ya han sido vistos en otras puestas, que encontró en el Teatro Real de Madrid.  Una idea hollywoodesca, que situó la acción y la trama en un set de filmación cinematográfico en la época de los años 30 del siglo pasado. Generalmente se habla del concepto del teatro dentro del teatro, este sería el del cine dentro del teatro.  La función se realizó a escenario abierto, y antes del inicio, donde el público podría observar lo que sucedía en el escenario, como las cámaras de cine, antiguas, al personal encargado de la grabación que se desplazaba por el escenario ajustando los preparativos finales - técnicos, maquillistas, comparsas y extras ataviados con vestuarios de la época.  Incluso, un detalle que me pareció simpático, antes del inicio fue ver James Conlon caminando sobre el escenario y saludando a los camarógrafos y director de escena, como si el mismo estuviera supervisando la escena. Minutos después Conlon bajo al escenario, y posterior a la interpretación del himno estadounidense por parte de la orquesta, costumbre muy común cuando inicia cualquier temporada musical, sinfónica, operística o incluso deportiva, comenzó la función. En la misma orden de ideas, mencionaré que las escenografías consistieron en un enorme cubo giratorio, con enormes columnas y puertas corredizas, que cada vez que giraba, para cambio de escena, sin elementos y con la sencillez y minimalismo japones.  La escena se realizó dentro de ese cubo y esas columnas.  Con tonalidades oscuras y doradas, se vio un montaje sencillo, pero atractivo y estético.  Al fondo había una pantalla donde se transmitían algunas imágenes, y proyecciones, como cambios de color en el cielo. Todos estos diseños e ideas son de Ezio Frigerio, con los adecuados vestidos de época y orientales bien diseñados por Franca Squarciapino, y la iluminación concebida por Vinicio Cheli, y aquí ejecutada por el iluminador mexicano Pablo Santiago.  La dirección escénica fue del director de escena uruguayo-catalán Mario Gas, que tuvo la virtud de enfocarse particularmente en el personaje de Cio Cio San,  en su desarrollo, su comportamiento, y su dramatismo y desesperación, que la llevan casi a  niveles de insanidad, por el sufrimiento que vive, así como su desdén por la cultura japonesa a la que pertenece para adoptar una manera de actúa y vestirse como “estadounidense”   La dirección de Gas fue directa y fluida, llena de garra y emoción, y capaz de captar la atención.  Otra virtud, fue que los extras y comparsas, los encargados de realizar la película jamás intervinieron en la escena o la obstruyeron, permaneciendo a los lados del escenario, y aunque eran visibles para el público, no supusieron una distracción como tampoco lo fueron las cámaras de grabación.  Cabe por último señalar el detalle, que la transmisión de la ópera pudo verse toda en su totalidad, incluso escenas en el interior del cubo escenográfico, en blanco y negro, en la enorme pantalla colocada en la parte superior del escenario, donde debajo se podrían leer los subtítulos y traducciones. La función llegó a ser vista por gente fuera de los confines teatro, como en el muelle de la vecina ciudad de Santa Mónica, donde se congregó una multitud que la vio como si fuera una película en blanco y negro.  Es resumen, el cometido para un teatro con cercanía a Hollywood y el mundo cinematográfico, se cumplió de manera cabal, y forma parte de una larga lista de colaboraciones con estudios cinematográficos, por ejemplo, entre varios, está el exitoso y recordado Trittico de Puccini de hacer algunos años, que logró juntar a Woody Allen con William Friedkin, director de la película el Exorcista.  Desde el punto de vista vocal y actoral, la atención se centró en el desempeño de la soprano coreana Karah Son como Cio Cio San, artista a quien por cierto descubrí cantando el mismo personaje a mediados del año pasado en San Francisco, y aunque es prematuro hablar o predecir el futuro de un artista- su dominio del papel fue total – en actuación y canto- convirtiéndose ya en su caballo de batalla por la cantidad de teatros en los que lo ha cantado.  Su Lo que se vio en escena de la artista fue sorprendente, admirable y convincente.  El nivel de dramatismo que imprimió a su caracterización la hizo una mujer, o joven como indica el papel, determinada, inequívoca, derrochando el dramatismo, la emoción y la sensibilidad necesarias.   Su voz es amplia y posee, brío color y metal; pero su canto, no se basa solo en el nervio, si no que sabe dotar de nitidez, claridad, matices y la conmovedora fragilidad, y la dulzura de unos pianissimos casi susurrados y conmovedores, que es la manera adecuada de cantar este papel.  Sorprendió por su presencia escénica y la estruendosa ovación de pie que se llevó al final, que fue el mínimo premio a su trabajo.   A su lado contó con la Susuki de la mezzosoprano coreana Hyona Kim, quien alternó también en San Francisco con Son, y por su desenvolvimiento actoral y vocal tan categórico, resaltó el personaje de Susuki, que suele ser un personaje en segundo plano, y quizás fueron aquellas funciones de San Francisco por las que Los Ángeles las contrató a ambas.  Muy bien estuvo el Pinkerton del tenor Jonathan Tetelman, quien, en su debut local como la protagonista, mostró presencia y porte en escena.  Su voz es robusta, con brío, homogénea y de elegante fraseo, además de que conmovió con el espléndido uso de su registro más agudo. Michael Sumuel, barítono estadounidense con una carrera ascendente, mostró buenas cualidades vocales, es una voz importante y vigorosa, aunque en sus movimientos y apariencia escénica se vio un poco rígido y desapegado de la historia.  Un cantante que seguro madurará y cuyo nombre se escuchará con más frecuencia.  Activo y malicioso fue el Goro del tenor Rodell Aure Rosell, como determinado estuvo el bajo Wei Wu como Bonzo.  Para mencionar al resto del elenco, algunos cantantes pertenecientes al programa de jóvenes artistas del teatro, y que aportaron lo suyo, estuvieron: la soprano Gabrielle Turgeon como Kate Pinkerton, el bajo barítono brasileño Vinícius Costa como el comisionado imperial, el barítono Hyungjin Son como el príncipe Yamadori, y el barítono Ryan Wolfe como el registrador oficial, y el niño Enzo Ma en el papel de Dolor.  Muy profesional y seguro se mostró el Coro de la Ópera de Los Ángeles, que dirige el maestro Jeremy Frank, en especial en el coro a boca cerrada cantado desde ambos lados del escenario. Es difícil imaginar que después de veinte años en la dirección musical del teatro, James Conlon, dejará el puesto al finalizar la próxima temporada. El experimentado maestro estadounidense ha dejado su sello propio en esta orquesta que interpreta cada partitura con contagioso entusiasmo, pasión y ánimo, atención a los detalles y una búsqueda profunda de los matices orquestales y musicales. Su influencia en el teatro será difícil de sustituir.



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