Foto: Amanda Majeski, Kate Aldrich - Javier del Real
Alicia Perris
La Clemenza di Tito de Wolfang Amadeus Mozart. Ópera seria en italiano en dos actos. Libreto de Pietro Metastasio, adaptado por Caterino Mazzolà. Nueva producción del Teatro Real, procedente del Festival de Salzburgo. Director musical: Thomas Engelbrock, directores de escena: Ursel y Karl-Ernst Herrmann. Escenógrafo, figurinista e iluminador: Karl-Ernest Herrmann. Director del coro: Andrés Máspero. Reparto: Tito: Yann Beuron, Vitellia: Amanda Majeski, Sesto: Kate Aldrich, Servilia: María Savastano, Annio: Serena Malfi, Publio: Guido Loconsolo. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. 19 de febrero de 2012.
Esta partitura fue estrenada en Praga el 6 de septiembre de 1791 y su autor se apagaba en Viena apenas dos meses después. Se trata de un encargo que el compositor aceptó en ocasión de la coronación de Leopoldo II como rey de Bohemia. Esta vez no lo acompaña la inspiración de Lorenzo Da Ponte, que le había escrito Don Giovanni, Così fan tutte y Las bodas, sino Metastasio, que le da un color absolutamente diferente a la ópera. La Clemenza nos ofrece la posibilidad de disfrutar de un proyecto más clásico de lo que se vino paladeando desde el comienzo de esta temporada. Y Mozart siempre es bien recibido por todos. Lo que podría hacernos sonreír es esa bonhomía de un emperador que no encaja demasiado en la larga y con frecuencia sangrienta historia de los Césares de Roma, a menudo psicológicamente dislocados, caprichosos y tan alejados de la cordura, la equidad y la capacidad de reinventarse que el guionista le presta a este Tito, más teatral que real. Sin embargo, como a menudo el universo de la ópera es un juego consentido por unos y por otros de apariencias, medio engaños y “bienséance”, como dirían los franceses, La Clemenza que ahora propone el Real es un divertimento con una excelente aunque conocida puesta en escena. Los cantantes, algunos de cuyos roles estaban escritos para castrati, están a la altura de un espectáculo bien concebido y ejecutado, con una dirección musical fina y sensible de Thomas Hengelbrock. Yann Beuron desarrolla con eficacia su papel, aunque no siempre suscita todo el entusiasmo que cabría esperar, la soprano Amanda Majeski tiene un dominio vocal muy adecuado y se mueve con soltura por el escenario, a pesar de su envergadura, aunque seduce sobre todo la elegancia y la femineidad (¡qué paradoja!) de la mezzosoprano Kate Aldrich. Más que agradable su desempeño vocal, al igual que el del resto del elenco, en las voces de Maria Savastano, Serena Malfi y Guido Loconsolo, los tres muy bien. En los procelosos tiempos que nos inquietan en este comienzo de siglo, las palabras del emperador, más la sombra de un deseo que la conciencia de una verdadera realidad, deberían darnos sin embargo, un poco de confianza y de fe en el futuro y en un poco más amable discurrir de los acontecimientos que jalonan nuestra vida. Como dicen en La Clemenza: “Si el imperio, dioses amigos, precisa de un corazón severo, quitadme el imperio o dadme otro corazón. Si la confianza de mi reino con el amor no aseguro, desprecio la que sea fruto del temor”.
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