Fotos: Teatro Colón de Buenos Aires
Dr. Alberto Leal
Estrenada en 1816, El Barbero de Sevilla
es sin dudas la opera bufa por excelencia y siempre es un placer volver a
disfrutarla. Mi primera duda es, si el Teatro Colón es el ámbito
ideal para que un coreógrafo, en este caso mi admirado Mauricio Wainrot – quien
generó coreografías excelente como “Un Tranvía llamado deseo”- realice sus
primeros “palotes” en el mundo de la ópera…En realidad me encuentro con tantos
puntos objetables que trataré de resumir mi experiencia con esta versión.
El Director Miguel Ángel Gómez Martínez, a quien
he visto dirigir Tosca y diversos conciertos no parece sentirse cómodo en este
repertorio. Con tiempos lentos, sin gracia ni chispa su versión fue sin dudas
muy aburrida. Cosa que afectó al espectáculo como un todo. Solo es de reconocer
que mantuvo siempre el balance foso y escenario, muy valioso para un elenco en
el que las grandes voces no abundaban.
Poco contribuyó la puesta, al brindar en el
momento de la obertura un espectáculo digno de Disney, con “Campanita” incluida
en forma de Cupido, un numeroso número de bailarines con una pobre coreografía,
que fue repetitivo a lo largo de la representación. Espectáculo coreográfico u
ópera? La Orquesta respondió de
manera correcta, pero el tema de los lánguidos tiempos fue insalvable. Correcto
el Coro Estable. Debatiéndose
entre ballet y ópera, la puesta de Mauricio Wainrot, aunque en “época” fue en
la primera parte un disparate en todo sentido. Procesión, vírgenes, toreros y
gitanos por doquier, etc, etc. Que nunca respetaron las arias y las escenas de
conjunto bailando y distrayendo el trabajo de los cantantes. Mejoró en la
segunda parte, con una más positiva marcación de los cantantes, pero la suerte
de la puesta ya estaba echada. Graciela
Galán diseño una escenografía interesante y práctica, con frecuente uso del
escenario giratorio. Otro tema fue el vestuario, pareció desconocer que no
puede poner a todo el elenco vestido de gitanos – inclusive a Rosina. En la
época en que transcurre la acción no se puede confundir y vestir a todos los
personajes con bailadores de flamenco, incluyendo todo el elenco femenino con
bata de cola. El hermoso vestuario de Rosina está más acorde con la siempre
recordada “Lola Flores” que con una señorita de la burguesía como era Rosina.
Volviendo al abundante trabajo coreográfico,
nunca presentó momentos interesantes ni tampoco talento y disciplina en los
bailarines. En la función que
asistí el día 30 de Abril, mucha gente se retiró luego del primer acto.
No tiene sentido explayarse puntualmente en más
detalles. Sin dudas los lectores ya tendrán en claro mi posición y poco
aportaría un rosario de detalles que considero erróneos. Vamos ahora
a los cantantes.
Con un elenco en general italiano de segundo o tercer nivel,
el gran triunfador de la noche y quien se llevó los máximos aplausos fue Carlo
Lepore. Cantando con buena voz,
sin problemas aparentes, fue el único del elenco en brindar un auténtico
personaje cómico como pretendió Rossini. Posee muy buenos recursos actorales y
mantuvo siempre un muy buen equilibrio con la orquesta, llevándose los mayores
aplausos de la noche. La mezzo
Marina Comparato posee un agradable timbre de voz, tiene una considerable
habilidad para la coloratura rápida y fue correcta como actriz. Su sector agudo
sonó por momentos tirante y su volumen, aunque no importante, se pudo escuchar
sin problemas. Más
chispa en su actuación y más matices en su canto hubieran mejorado
sensiblemente su
prestación. Mario Cassi, mostró un
centro opaco y un grave poco audible, contra esto sus agudos son emitidos con
gran facilidad y volumen, aunque no mantiene el color del resto de la tesitura. Como
personaje no aportó demasiado. Marco
Spotti posee una voz de bajo cantante de considerable volumen, pareja en toda
la extensión, pero tal vez graves más rotundos son exigidos para el rol.
Modesto como actor, gravitó poco en la representación. El esperado debut del tenor argentino Juan Francisco
Gatell, de interesante carrera en Europa, tuvo luces y sombras. Posee un timbre
agradable, canta con perfecta afinación y no presentan problema alguno las
coloraturas. Pero su voz carece, por el momento de un volumen adecuado para un
Teatro de las dimensiones del Colón. Lo ideal para el rol del Conde es una voz
con más punta y armónicos, que Gatell no posee. Actuó muy suelto y con buena
figura, aunque deslucido con una peluca que no le sienta. Muy buena actuación de Fernando Grassi y buena
prestación de Patricia González, muy bien actuada, pero con un sector agudo
algo tirante. En definitiva, un
Barbero para olvidar rápidamente. El Colón tiene un Instituto de Arte donde
forma regisseurs hace muchísimos años. ¿No hubiera sido más lógico contratar a
alguno de ellos y no a un coreógrafo sin experiencia? Solo las autoridades del
Teatro tendrán su explicación.
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