Foto: Brescia&Amisano
Massimo Viazzo
Les Troyens llegó a la Scala con un
montaje coproducido con el Covent Garden de Londres, la Staatsoper de Viena y
la Ópera de San Francisco firmado por David McVicar, una producción que
satisfizo sobre todo al público (la mejor parte) que desea lecturas escénicas
claras, lineales, inmediatas, sin actualizaciones, provocaciones o sorpresas
dramatúrgicas. Por lo tanto, en el escenario –una escena convexa, oscura y de
fierro representaba la ciudad de Troya en la primera parte del espectáculo,
mientras que Cartago era una ciudad en miniatura en el centro del escenario
rodeada de tribunas cóncavas iluminadas por una luz que captaba los colores
típicos del desierto africano, con todo aquello que se esperaba, incluido un
grandioso caballo de Troya, una suerte de robot gigantesco metálico construido
con tornillos y engranajes que amenazaba en la parte final de La prise de Troie. Fantástica estuvo la
concertación de Antonio Pappano que logró dar una extraordinaria unidad
dramática a una partitura compleja y gigantesca. La orquesta del Teatro alla
Scala sonó compacta y homogénea con una búsqueda constantes del mejor fraseo y
sin ningún sedimento técnico. El coro,
verdadero protagonista, estuvo sensacional, perfecto en la entonación y muy
atento a los pasajes más rápidos, siempre en sincronía. Notable estuvo también el trió de
protagonistas con un Gregory Kunde que supo interpretar a un arrogante y feroz
Enea dándole una voz robusta, centellante en los agudos y siempre vigorosa.
Anna Caterina Antonacci dio voz y cuerpo a una memorable Cassandra por
profundidad expresiva con una voz de timbre fascinante y solido en cada
registro. También gustó Daniela Barcellona por el cuidado en la emisión y por
una voz segura que pareció apropiada para expresar la exaltación y los
abatimientos amorosos de la reina cartaginés.
Del resto del apreciable elenco también estuvo el Narbal de Giacomo
Prestia, el Ascanio de Paolo Giardina, así como Alexandre Duhamel en el papel
de Panteo y Paolo Fanale quien cantó con elegancia y bravura la bellísima canción del marinero Hyla del quinto
acto. Al final ovaciones para todos.
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