Por José Noé Mercado
Publicado en el
periódico De Largo Aliento.
Número 3, mayo
de 2014.
Yuri Temirkanov considera
que las mujeres no pueden ni deben dirigir orquestas porque es fisiológicamente
imposible. Esto ha desatado la vieja discusión sobre el arte y la bandera
ideológica del artista.
La añeja discusión sobre el artista y su bandera ideológica o sus
simples opiniones y preferencias personales recientemente ha cobrado vigencia
con algunas afamadas figuras del mundo musical y operístico. Y con la visita a
Bellas Artes de la Orquesta Filarmónica de San Petersburgo dirigida por Yuri
Temirkanov -los pasados 8 y 9 de marzo-, la controversia también llegó a
nuestro país.
El concertador ruso de 75 años de edad declaró en la conferencia
de prensa a propósito de sus presentaciones en México que las mujeres no pueden
ni deben dirigir porque “fisiológicamente no van con ese oficio”. La opinión,
que desde luego nada tiene qué ver con su calidad musical, de inmediato fue considerada
en redes sociales como misógina y se sumó al dossier del músico que en
días pasados también fue increpado en San Francisco por su cercanía al régimen
del presidente Vladimir Putin y su política antigay.
Una de las voces que reaccionaron con mayor fuerza fue la de la
directora de orquesta mexicana Alondra de la Parra, quien escribió en Twitter,
con mención a las cuentas del Conaculta, el INBA y el Palacio de Bellas Artes:
“Amigos mexicanos queridos: yo sabía de Yuri Temirkanov y sus
absurdos comentarios desde hace ya varios meses. Pero entiendo que estará hoy
en el Palacio de Bellas Artes. Esto sí me parece absurdo, que las autoridades
culturales apoyen a alguien que se expresa así de las mujeres. Que el señor
tenga su opinión arcaica es una cosa, que la exprese públicamente es
impactante, pero que se invite al Palacio con todos los honores es de dar
vergüenza. Ésa es mi opinión. Feliz día de la Mujer. Hay muchos directores
admirables de talla internacional, fantásticos (hombres), a quienes invitar a
nuestro país, como para que inviten al misógino #1 de la música clásica, y para
colmo en el Día Internacional de la Mujer”.
La postura de De La Parra fue apoyada por un sector del ambiente
musical mexicano y de hecho algunos medios impresos hicieron eco de sus
palabras. Pero otro significativo grupo de melómanos y colaboradores de la
prensa no sólo apoyó el derecho de Temirkanov de expresar lo que desee, sino
que coincidieron con él y aprovecharon para cuestionar la carrera, los méritos
y el nivel artístico de la directora.
Otros artistas internacionales allegados al régimen del presidente
ruso son la reconocida soprano Anna Netrebko y el director de orquesta Valery
Gergiev, también cuestionados por grupos activistas que incluso, en septiembre
de 2013, llegaron en masa a la velada inaugural de la temporada del
Metropolitan Opera House de Nueva York. “Putin, abandona tu guerra contra los gays rusos” y “Netrebko,
Gergiev: su silencio está matando a los gays rusos”, fueron algunas de las
consignas gritadas antes de la función de la ópera Eugene Onegin de
Piotr Ilich Chaikovski (documentado homosexual, aunque ahora el gobierno de
Putin pretende demostrar lo contrario), que los directivos de la casa
lírica se negaron a dedicar a la defensa de los derechos homosexuales, como los
grupos contrarios a las políticas homófobas de Putin habían solicitado, por
considerar que su programación artística no es el foro adecuado para dirimir
estas cuestiones.
A otro ícono de la música clásica contemporánea internacional y
del Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela,
el director barquisimetano Gustavo Dudamel, se le ha recriminado por su
participación en los festejos por el Día de la Juventud organizados por el
gobierno chavista, que al mismo tiempo violentaba las protestas sociales en su
contra en las calles de Venezuela.
En una carta abierta publicada a inicios de febrero, la pianista
Gabriela Montero se dirigió a Dudamel. Le dijo que Venezuela se hunde cívica,
política y moralmente: “Gustavo: tienes razón en enfocar tu energía creativa en
esa bella flor de música y juventud, y nadie puede negar que has aportado
alegría y vitalidad a la música clásica a nivel nacional e internacional. Yo
soy la primera en felicitarte por ello, pero te equivocas en ignorar el oasis
tóxico en el cual se encuentra esa solitaria flor, a punto de morir y de
asfixiarse, consumida por la putrefacción que la rodea. ¿Hasta cuándo seguirás
ciego a la lamentable realidad de tu país?”.
Dudamel respondió el 13 de febrero con una breve carta enviada a El
Universal de Caracas, que sólo despertó más críticas: “El 12 de febrero es
un día especial porque fue el día en que nació un proyecto que se ha convertido
en emblema y bandera de nuestro país en el mundo (...) Nuestra música
constituye el lenguaje universal de paz, por ello lamentamos los hechos
acontecidos el día de ayer (...) le decimos un no rotundo a la violencia y un
sí contundente a la paz”.
Sobre este asunto, el crítico musical Ramón Jacques compartió su
punto de vista para De largo aliento:
—Los músicos y cantantes suelen asegurar que el hecho de convivir
diariamente con el arte sonoro y el trabajo de los grandes compositores del
pasado los humaniza, los sensibiliza y los convierte automáticamente en una
suerte de intelectuales que pueden opinar, dar consejos, criticar y hablar
sobre una variedad de temas, de los que en muchas ocasiones no tienen el menor
conocimiento. Sin embargo, el hecho de ser personas públicas libres de
expresarse en diversos medios, les otorga una responsabilidad social y moral
hacia su público, los valores de la cultura que tanto defienden, y sobre todo
la sociedad, su público y su país.
“Ante diversos cuestionamientos y la posibilidad de pronunciarse
de una manera enfática y responsable, utilizando su privilegio de humanista,
Gustavo Dudamel optó por privilegiar sus intereses volteando la cara a los
hechos y emitió un escueto y poco comprometido comunicado. ¿Dónde quedaron sus
principios de artista, pensador e intelectual? Con eso se demuestra que ante
todo van los intereses personales, y que en la oportunidad que tenía por
comportarse como humanista terminó por hacerlo como un simple y vulgar humano”,
finalizó el entrevistado Ramón Jacques.
El crítico musical y clarinetista Iván Martínez subraya también en
entrevista que “no hay que olvidar que la relación del arte con el poder
siempre ha existido; con el poder político, económico, religioso, militar. La
relación es inherente dada la naturaleza de nuestro quehacer: sin mecenazgo no
hay arte”.
La diferencia a analizar en cada ejemplo particular, señala
Martínez, “radica en cómo y por qué cada artista toma las decisiones y
posiciones que asume. Y aquí hay que decir que hasta el silencio es una toma de
posición. Ahora, cada caso es diferente y no se puede juzgar de la misma
manera: no es lo mismo la posición y el entorno que enfrentan Anna Netrebko y
Valery Gergiev, que el de Gustavo Dudamel frente a la dictadura venezolana, o
el amplio grupo de artistas ingleses que se pronunció recientemente contra el
gobierno de Vladimir Putin. Y ni cabe mencionar el contexto en el que figuras
como Wilhelm Furtwängler o Arturo Toscanini se enfrentaron a los tiranos de su
tiempo. Como críticos tenemos un deber, que va acompañado por el que tenemos
como ciudadanos de una parte del mundo con mayores libertades; es parte de
nuestra humanidad”.
Estas temáticas, aunque recientes y actualizadas, no son nuevas.
Numerosos artistas a lo largo de la historia han preferido participar de la
vida pública sólo a través de su obra, manteniendo sus preferencias ideológicas
en el ámbito privado.
Algunos otros incursionan vigorosamente en la discusión política y
social y a veces se convierten en valiosos e imprescindibles símbolos
colectivos. Pero no es raro que muchos sirvan para la legitimación de
variopintos regímenes que los proyectan como lujosas insignias
propagandísticas.
A veces el talento artístico, si es suficiente, puede disociarse
de las creencias o militancias personales de quienes lo poseen. En otras no y
la obra creada simplemente se convierte en panfleto del poder en turno, muy
lejos de aquel ideal platónico de que el arte debería perseguir no sólo lo
bello (lo estético), sino también lo bueno (lo ético). Y es que no pocos se
conforman con lo primero.
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