La
digna metáfora, periodismo cultural
Número 08, 11 de mayo de 2015.
Lo ganado y lo perdido
Ramón Vargas en la OBA
¿Qué
ha hecho el reconocido tenor al frente de la Ópera de Bellas Artes? Parece que
esta vez su grande estatura como cantante no colinda con la del funcionario que
ahora es…
Por José Noé Mercado
Entre propios y extraños, una pregunta medular
surgió en el ámbito lírico de México en 2013. Ocurrió cuando el tenor Ramón
Vargas fue anunciado como director artístico de la Ópera de Bellas Artes (OBA).
Una interrogante que en mayo de 2015, a dos años de mantenerse en el cargo, no
sólo continúa vigente sino que resulta sustantiva para evaluar lo ocurrido en
la materia.
El enigma podría plantearse en múltiples
niveles: ¿por qué aceptó el puesto? Un exitoso cantante —aún en activo y con el
indudable prestigio de una carrera profesional desarrollada por más de tres
décadas en importantes teatros y festivales del orbe—, ¿qué gana al estar al
frente de una institución sin vitalidad; al ser la cabeza de una compañía cuyos
vicios, limitaciones y deficiencias estructurales él mismo señaló en el pasado?
La cuestión consiste en dilucidar qué necesidad
o beneficio tiene Vargas al sumarse como el engranaje directivo de una vieja
maquinaria operística que parecería agotada, de funciones vitales equiparables
a las de un cadáver caminante y cuyos últimos cuatro antecesores no lograron —o
no quisieron— permanecer en la encomienda más de año y medio.
La respuesta obvia fue esgrimida por el
propio funcionario y repetida por sus incondicionales: las ganas del
experimentado y generoso cantante de hacer algo por la ópera nacional y los
talentos que surgen para este arte dentro de nuestras fronteras.
El discurso en esa vertiente fue adornado
por elementos retóricos que podrían entenderse también cual sutiles menosprecios
como el que Vargas, desinteresado de cualquier otro propósito, no tiene ninguna
necesidad real de ocupar el puesto; que en otras latitudes podría ganar más
dinero o bien que quería aportar su granito de arena a un país en el que
operísticamente hablando hacía falta casi todo.
Empezando por un Estudio de la Ópera de
Bellas Artes que brindara a los jóvenes la preparación especializada que no reciben
en las escuelas artísticas —punto al menos discutible y no sólo por las labores
docentes y académicas que se realizan en ellas—, o la implementación de un
sistema nacional que mostrara a los estados cómo presentar ópera de excelencia
—en realidad un mal intento de alquiler de producciones paternal y centralista
que casi todos los institutos de cultura del país se negaron a pagar para el
lucimiento de otros y que en rigor despreció los esfuerzos líricos consolidados
en provincia durante años.
El natural escepticismo que producen los discursos
oficiales, el sospechosismo tan mexicano y el análisis fundamentado y serio por
igual, con el tiempo hicieron apetecible y necesario aventurar otras respuestas
que complementen la explicación al solo altruismo lírico de Ramón Vargas para
aceptar el desafío, visto y entendido ya no sólo como el héroe tenoril que
llegó a ser, sino como un funcionario cultural, cuya institución dirigida parece
continuar en picada, a juzgar, de nuevo, por la limitada oferta de títulos y
funciones que ofrece, así como por la media de calidad alcanzada en ellas. Es
decir, por la constante de la OBA antes y durante la gestión del cantante. Por
la inmovilidad institucional de la compañía.
¿Qué ha ganado Vargas, entonces? Un sueldo
mensual de 5 mil dólares menospreciados sólo en el discurso y en la insensibilidad
del acontecer económico de nuestro país y del mundo, incluido el de numerosos
teatros líricos que atraviesan numerosas crisis, recortes presupuestales o
cierres totales.
Un empleo en el que ninguna autoridad le ha
exigido un esfuerzo de tiempo completo, que justamente lo foguea como directivo
o funcionario, en miras de un suave aterrizaje de su carrera profesional como
cantante que sin duda ha comenzado, sin que ello signifique que no retenga aún
buena parte del talento que lo llevó a diferentes cimas. Una labor secundaria que
atiende virtualmente, a la distancia, o que genera viáticos insustanciales y
traslados en un contexto en el que se alega falta de recursos presupuestales.
Un trabajo en el que a nivel de ideas se le
ha permitido configurar el perfil de una compañía de ópera, con programación e
invitaciones artísticas a su gusto y criterio —incluidas las giradas a sí
mismo, a amistades o enemistades añejas que ha logrado doblegar para ponerlas a
su servicio—, y que si en la realidad deben estrellarse contra las críticas de
la prensa y la opinión pública, los recortes de presupuesto, la normatividad, las
inercias sindicales y burocráticas, en rigor habla de su misma carencia de gestión
y cabildeo y de la debilidad para que ese perfil de OBA dé un rostro distinto
al que ha tenido durante décadas.
Un empleo directivo que por definición
equivale a poder, reconocimiento y prestigio —este último dentro y sobre todo
fuera del país— y por el que ningún superior le solicita rendición de cuentas
públicas, cumplimiento de objetivos o reflexión sobre posibles conflictos de
interés como funcionario-cantante; y cuyo sostenimiento más que por entrega de resultados
encomiables parece fruto del abandono. Del olvido. Incluso del castigo.
Eso es parte de lo que ha ganado Ramón
Vargas como director artístico de la OBA gracias a su estampa como cantante. Lo
que resulta paradójico es que aun con toda esa suma de privilegios es mucho más
lo que ha perdido.
La credibilidad de su gestión se cuenta
entre lo esfumado, ante una programación incierta, con ayunos, cancelaciones,
reemplazos, cortoplacista y que no logra dar dos pasos fuera del repertorio
elemental. Ante una expectativa y espera del siguiente error; sí: ante la mala
leche de su primer círculo de confianza, que filtra continuamente lo que ocurre
en la oficina de mando con su director.
Y Vargas lo sabe.
“Es como un Big-Brother”, ha dicho en
privado, sin poder remediarlo. “Se camina contra todo: inercias, malas
voluntades, sindicalismos, frustraciones y, sobre todo, falta de respeto para
los artistas de parte de gente de muy arriba, de los que mandan en México. No
hay una política clara en las artes y todo eso influye en la parte más débil y costosa
que es la ópera. Así es difícil hacer cualquier proyecto. Vaya, nunca pensé que
fuera a ser fácil. Pero se ha vuelto imposible”.
Dejar el cargo, en esas condiciones, sería
un fracaso. Contundente y por muchos celebrado. Sin duda, inusual en la lustrosa
trayectoria del cantante. Pero mantenerse en él lo seguirá siendo mucho más,
porque a diario será refrendado por el funcionario, puesto que en la OBA nada
cambia. Sólo se envejece.
Se va a enojar RV contigo, te comentó una dama. Yo le diría: Yo no vengo a hacer amigos o a conservarlos, ni a que me amen o me odien; me pagan por decir lo que pienso y a algunos les gusta y a otros no. Si no les gusta, no lo lean. Y eso sí estoy abierto casi siempre al diálogo, excepto cuando me salen conque "estás mal porque no piensas como yo" entonces, fin de la plática. (Credo del crítico cultural)
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