Foto: Glenn Davidson
Giuliana Dal Piaz
La Obra de Daniel es (junto con el Sponsus – el episodio evangélico de las vírgenes sabias y las vírgines estultas), el más antiguo drama latino que nos haya llegado con su música original. Compuesto alrededor de 1130 (mas la música es probablemente posterior), narra episodios de la vida del profeta Daniel. Existen dos distintos ludi con diferente texto pero estructura similar, el de Hilario de Orléans y el ludus de los estudiantes de Beauvais (en latín Belvaco), totalmente musicado. Es en esta última versión que está basada la puesta en escena creada por el renombrado director de coro y orquesta canadiense David Fallis, en colaboración con The Toronto Consort y el coro juvenil Viva! Youth Singers of Toronto. La obra relata dos episodios de la vida del profeta Daniel, cuando era todavía un joven prisionero en la corte persa: ya conocido como profeta/adivino por haber correctamente interpretado un sueño del Rey Nabucodonosor, es consultado por su hijo Belshazzar (Baltasar), crapuloso y libertino, para explicar las palabras misteriosas que una mano sin cuerpo dibuja mágicamente sobre una pared durante un banquete: Mane, Thechel, Fares. La explicación es infausta para el Rey Baltasar. No obstante, el Rey agradece al joven profeta, lo encumbra como consejero real y se arrepiente de sus pecados; poco después es asesinado por dos emisarios de Darío, que ambiciona el trono de Persia. Darío sigue honrando a Daniel por su sabiduría pero dos de sus consejeros, envidiosos, calumnian al joven y lo hacen condenar a ser devorado por los leones. En la fosa de los leones, Daniel reza a Dios que lo libere de la muerte; aparece un ángel que con su espada inmobiliza a las fieras, luego el ángel arrastra a otro profeta menor, Habacuc, a la fosa para que le proporcione alimento al profeta Daniel. Cuando ve estos prodigios, Darío hace liberar a Daniel y echar a la fosa a los dos consejeros fraudulentos, que son de inmediato devorados por los leones. Reintegrado a su cargo en la corte, Daniel alaba al Señor y profetiza la llegada de Cristo. El Ludus Danielis forma probablemente parte de las composiciones que intentaban devolver a la sacralidad los poemas y las músicas que en la Francia medieval acompañaban las Fiestas de los Locos o Misa del Asno. Ritmos que, como escribe Paolo de Matthaeis en su "Alexámeno", tenían sus orígenes en antiguos ritos propiciatorios del mundo pre-romano y pre-cristiano. La misma Obra de Daniel conserva una estrofa en que se menciona el "asno hermoso y fortísimo, que soporta paciente grandes cargas" y viene de oriente. Como el mismo David Fallis escribe en las Notas del Director, era su intención poner en práctica lo que declaran los versos iniciales del drama (Ad honorem tui Christe/Danielis ludis iste/in Belvaco est juventus/et invenit hunc juventus) poniendo en escena el Ludus con jóvenes, en este caso los jóvenes coristas de Viva! y unos estudiantes del North Toronto musical Collegiate. Esta decisión le permitió crear una edición del Ludus Danielis lo más parecida posible al original, concebido por jóvenes y destinado a no ser interpretado por actores o cantantes profesionales, y a ser presentado no en un teatro sino en una iglesia, para la diversión y la edificación del pueblo común. Con la misma finalidad, para facilitar la labor de los intérpretes y la comprensión del público, Fallis decidió traducir en un inglés comprensible y rimado todas las canciones de la obra, dejando en latín sólo el coro inicial, el Te Deum conclusivo y unas cuantas estrofas propiamente religiosas, como el edicto del Rey Darío, la plegaria de Daniel y luego su profecía del advento de Cristo. Una compleja tarea para el director musical David Fallis, así como para su hermano, el director de escena Alex Fallis, para Glenn Davidson, responsable de la iluminación y de la proyección de imágenes, y Michelle Bailey, creadora del vestuario. Tarea realzada por cierto por el hecho que la obra se presentara – como ocurría en la Edad Media – en una ex iglesia reestructurada, la Trinity-St.Paul’s Centre, actualmente utilizada sólo como sede de conciertos y obras musicales. El resultado es extraordinario, bajo todo punto de vista. En sus largas túnicas multicolores, los pies descalzos, los jóvenes coristas se mueven lentamente por la nave central, se disponen a los pies del coro de madera donde se desarrolla la acción principal, vuelven a desfilar y a reunirse, siempre cantando con impecable armonía. La música de los varios instrumentos, casi todos de época, como el salterio y la flauta antigua (Alison Melville), el laúd medieval (Terry McKenna), la gaita zamorana y las campanas (Ben Grossman) o el violín medieval, el harpa medieval o la siringa (Kirk Elliott) le da vida a una ejecución ¡fuera de serie! Todos los intérpretes son muy buenos, desde los tenores Olivier Laquerre (Rey Baltasar), Derek Kwan (un noble en la corte de Baltasar, y luego Rey Darío), Paul Jenkins(un noble en la corte de Baltasar, el ángel de la fosa de leones), Bud Roach (un noble en la corte de Baltasar, un consejero celoso en la corte de Darío), y el mismo David Fallis (un adivino en la corte de Baltasar, un consejero celoso en la corte de Darío), al barítono John Pepper (un adivino en la corte de Baltasar, Habacuc), a la sopranoMichele DeBoer (la Reyna, un ángel) – a pesar de una frase musical demasiado aguda al inicio de su “solo” ante el Rey Baltasar, a los bailarines Heidi Strauss y Brodie Stevenson (sirvientes en la corte de Baltasar, sirvientes en la corte de Darío, leones). Excepcional el protagonista, el tenor Kevin Skelton, cuya juventud y el dulce timbre de voz, especialmente adecuado para la música antigua, lo hacen perfecto en el papel del profeta Daniel. Muy bien resuelto el “cambio de lugar” de algunas escenas, obtenido a través de cambios en la iluminación o bien posicionando a unos cantantes en el balcón (por ejemplo, Daniel antes de su llegada a la corte o el ángel armado de espada que frena a los leones), o bien haciendo que los actores mismos “construyan”, con cintas de color, una imaginaria fosa de los leones en la sección anterior del escenario. Sobre una pantalla en forma de disco, como un caleidoscopio gigante, aparecen imágenes que sugieren primero el palacio de Baltasar, luego las tres palabras misteriosas escritas en yiddish, y finalmente el vitral de una catedral gótica.
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