Fotos: Alejandro Held
Joel Poblete
Rancagua, una ciudad
chilena ubicada una hora al sur de la capital del país, Santiago, no figuraba
hasta ahora como una plaza lírica en Sudamérica, pero a partir de ahora puede
comenzar a ser tomada en cuenta. Y muy merecidamente, ya que las tres funciones
que marcaron el estreno latinoamericano de la ópera Platée, de
Rameau, entre el 21 y 23 de mayo, fueron un verdadero triunfo musical y
escénico. Primer fruto surgido del convenio de cooperación cultural
firmado en diciembre de 2014 entre Rancagua y Buenos Aires, luego de este debut
chileno Platée tendrá nuevas presentaciones en la capital
argentina, a fines de junio en la Usina del Arte. Hasta hace menos de una
década, en un panorama operístico en Chile donde la preponderancia del Teatro
Municipal de Santiago ha sido indiscutible durante más de 150 años de
trayectoria, los esfuerzos regionales habían sido esporádicos y modestos, pero
en los últimos años distintos escenarios más allá de la capital del país han
estado dando pasos cada vez más seguros en el género lírico, entre ellos el
Teatro Universidad de Concepción, el Teatro Regional del Maule (Talca), Teatro
Municipal de Temuco y el Teatro del Lago (Frutillar). A ellos se ha sumado
desde este 2014 el Teatro Regional de Rancagua: si bien este recinto con
una capacidad para 660 espectadores fue inaugurado hace casi dos años,
había estado destinado a otros géneros musicales y teatrales, pero tras la buena
trayectoria que está desarrollando su Orquesta Barroca Nuevo Mundo, su debut
como escenario lírico en marzo pasado con una producción original de El
barbero de Sevilla rossiniano y esta memorable primera presentación
latinoamericana de Platée, ha sentado un inmejorable precedente
para empezar a considerarlo como otra plaza operística en la región. Y ya
anuncian un Orfeo de Monteverdi para abril del 2016. El
repertorio antiguo en la escena lírica argentina está dando cada vez mejores
satisfacciones, en especial desde la fundación hace 15 años de la Compañía de
las Luces -agrupación que tuvo un rol preponderante en este trabajo conjunto
entre los dos países trasandinos-, que en los últimos años ya ha destacado en
Buenos Aires con otras obras de Rameau como Castor et Pollux e Hippolyte
et Aricie y David et Jonathas de Charpentier, entre
otras. En Chile, aunque sea de manera tímida y gracias al entusiasmo y tesón de
diversas figuras e instituciones, se han dado también excelentes pasos en este
sentido, en distintos escenarios locales: por mencionar los principales, el
estreno en 1999 de La púrpura de la rosa -primera ópera
compuesta e interpretada en Latinoamérica- y de la Dafne de
Caldara, los estrenos locales de obras de Monteverdi como La coronación
de Popea(2004) y Orfeo (2009), El triunfo del
honor de Scarlatti, en 2009 o Alcina de Handel en
2010. Estrenada en Versalles en 1745, Platée es indudablemente
una de las obras más interesantes y atractivas del repertorio barroco, lo que
hacía aún más importante estrenarla al fin en Latinoamérica. En lo argumental,
con su historia de la ninfa fea y presumida que es engañada por los dioses para
hacerla creer que el mismísimo Júpiter está enamorado y dispuesto a casarse con
ella, es una comedia que a pesar de incluir los habituales personajes divinos y
mitológicos de su época se atreve a dar un giro y ser irreverente y
burlona; nunca deja de sorprender y mezclando danza, coros, sátira y
despliegue teatral, es simpática y jocosa, pero también cruel. La música de
Rameau se permite un desfile de sutilezas, subrayados sonoros, cambios rítmicos
y armónicos que pueden sorprender al espectador contemporáneo si se la escucha
con atención. Y aunque el aspecto musical funcionó a un nivel envidiable en esta primera
presentación en Latinoamérica, fue sin duda lo teatral lo que más deslumbró y
mantuvo atrapado al público. Gran mérito del director de escena argentino Pablo
Maritano, cada vez más fogueado en este repertorio; si bien algunos pueden
distinguir elementos que ya se han visto en otras producciones, su propuesta
supo ser creativa, dinámica e ingeniosa y no tiene mucho que envidiar a la más
conocida y difundida de esta obra, la de Laurent Pelly para la Ópera de París
en 1999. Contando con la funcional y efectiva escenografía del chileno
Patricio Pérez -quien además estuvo a cargo de la iluminación- y el buen
trabajo de vestuario de la argentina María Emilia Tambuttii mezclando lo
cotidiano con lo lúdico y kitsch, Maritano creó un espectáculo genial, ágil,
hilarante e inolvidable, ambientado en nuestros días y lleno de detalles y
guiños a la sociedad contemporánea, atento tanto a resaltar los elementos cómicos
más directos como lo que puede considerarse subversivo en una trama tan
atípica como esta.
Además de los solistas, contó como excelentes cómplices en
los diestros y gráciles bailarines del Ballet de la Compañía de las Luces
en las magníficas y exigentes coreografías del argentino Carlos Trunsky, y muy
especialmente en la veintena de cantantes que integran el coro de la
Compañía de las Luces, quienes brillaron como cantantes y como juguetones y
afiatados actores. Bajo la experimentada batuta de Marcelo Birman, director general de
enseñanza artística del Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires y
entusiasta impulsor de la Compañía de las Luces desde 2000, para esta ocasión
se reunió una agrupación musical conformada por los integrantes de la Orquesta
Barroca Nuevo Mundo y la Orquesta Compañía de las Luces. Birman, quien ha
estado detrás de anteriores hitos barrocos en Latinoamérica como el estreno
sudamericano de otra obra de Rameau, Hippolyte et Aricie, en Buenos
Aires en 2011, desarrolló una lectura atenta, detallista y llena de matices,
con un buen equilibrio entre el foso y la escena, y a pesar de ocasionales
desajustes al principio del estreno, el formidable sonido que logró obtener de
sus juveniles instrumentistas fue todo lo diáfano y evocador que uno puede esperar
de una orquesta barroca. El espléndido elenco convocado, integrado
también por artistas de ambos países (casi todos con anteriores participaciones
en aplaudidas versiones de títulos del repertorio barroco, en particular los
intérpretes argentinos habían realizado anteriores producciones con la Compañía
de las Luces), brilló por igual en lo vocal y lo escénico; y al igual que el
coro y los bailarines, todos los cantantes se mostraron tremendamente
histriónicos, partiendo por la desopilante Platée que encarnó el tenor chileno
Alexis Ezequiel Sánchez: caracterizado y maquillado con un look que recordó a
la estrafalaria Divine en películas de John Waters como Pink Flamingos y Female
Trouble, en su rol travestido el cantante no sólo abordó con propiedad y
seguridad la partitura, sino además se lució actoralmente, haciendo reír con la
ingenuidad y la ridiculez de su protagonista, pero también conmoviendo con la
humillación y su furia final. El Júpiter del barítono argentino Norberto
Marcos fue otro de los elementos más logrados: su voz atractiva, sonora y bien
timbrada y su canto rotundo fueron a la par con su jocosa caracterización del
dios, mientras su compatriota, el tenor Pablo Pollitzer, estuvo notable por
partida doble, como el alcoholizado Thespis y como un Mercure que bien
podría haber sido un productor o un funcionario burocrático, luciendo un
material muy adecuado a este repertorio, seguro en todo el registro y en las
agilidades, y muy diestro como comediante. El barítono chileno Patricio Sabaté
agregó un nuevo acierto a su ya contundente y elogiada carrera en la escena
lírica de su país y también brilló al encarnar y cantar muy bien dos roles,
Cithéron y el sátiro. Otro barítono, el argentino Sergio Carlevaris, fue un
Momus bufonesco y de adecuado canto. En un reparto de solistas mayormente
masculino, destacaron dos cantantes chilenas que además son originarias de
Rancagua, lo que le dio un carácter aún más especial y simbólico a nivel local
a este estreno latinoamericano: si ya al final del primer acto, luego de un
alocado baile junto a Platée, la soprano Patricia Cifuentes cautivó como
Clarine, en los dos siguientes estuvo verdaderamente formidable como La
Locura, amenazando con robarse la función con la seguridad y desenfreno que
abordó el canto incluyendo las coloraturas y recursos histriónicos, pero
también con la muy divertida y blanquecina encarnación física y actoral de tan
particular e impredecible personaje. La otra rancagüina del elenco fue la
mezzosoprano Evelyn Ramírez, quien cantó tan bien como siempre luciendo su
timbre oscuro y cálido y se mostró desenvuelta y vivaz como Thalie en el
prólogo y particularmente efectiva como una Juno celosa y al borde de la
histeria. La tercera cantante femenina del reparto de solistas fue la soprano
argentina Soledad Molina, muy convincente en su participación en el prólogo
como Amor. Los aplausos de pie y los bravos al final del estreno confirmaron
que este debut latinoamericano de Platée no sólo fue un
espectáculo imperdible, sino además debería ser un recuerdo histórico en los
anales de la ópera en Latinoamérica.
Rancagua, una ciudad
chilena ubicada una hora al sur de la capital del país, Santiago, no figuraba
hasta ahora como una plaza lírica en Sudamérica, pero a partir de ahora puede
comenzar a ser tomada en cuenta. Y muy merecidamente, ya que las tres funciones
que marcaron el estreno latinoamericano de la ópera Platée, de
Rameau, entre el 21 y 23 de mayo, fueron un verdadero triunfo musical y
escénico. Primer fruto surgido del convenio de cooperación cultural
firmado en diciembre de 2014 entre Rancagua y Buenos Aires, luego de este debut
chileno Platée tendrá nuevas presentaciones en la capital
argentina, a fines de junio en la Usina del Arte. Hasta hace menos de una
década, en un panorama operístico en Chile donde la preponderancia del Teatro
Municipal de Santiago ha sido indiscutible durante más de 150 años de
trayectoria, los esfuerzos regionales habían sido esporádicos y modestos, pero
en los últimos años distintos escenarios más allá de la capital del país han
estado dando pasos cada vez más seguros en el género lírico, entre ellos el
Teatro Universidad de Concepción, el Teatro Regional del Maule (Talca), Teatro
Municipal de Temuco y el Teatro del Lago (Frutillar). A ellos se ha sumado
desde este 2014 el Teatro Regional de Rancagua: si bien este recinto con
una capacidad para 660 espectadores fue inaugurado hace casi dos años,
había estado destinado a otros géneros musicales y teatrales, pero tras la buena
trayectoria que está desarrollando su Orquesta Barroca Nuevo Mundo, su debut
como escenario lírico en marzo pasado con una producción original de El
barbero de Sevilla rossiniano y esta memorable primera presentación
latinoamericana de Platée, ha sentado un inmejorable precedente
para empezar a considerarlo como otra plaza operística en la región. Y ya
anuncian un Orfeo de Monteverdi para abril del 2016. El
repertorio antiguo en la escena lírica argentina está dando cada vez mejores
satisfacciones, en especial desde la fundación hace 15 años de la Compañía de
las Luces -agrupación que tuvo un rol preponderante en este trabajo conjunto
entre los dos países trasandinos-, que en los últimos años ya ha destacado en
Buenos Aires con otras obras de Rameau como Castor et Pollux e Hippolyte
et Aricie y David et Jonathas de Charpentier, entre
otras. En Chile, aunque sea de manera tímida y gracias al entusiasmo y tesón de
diversas figuras e instituciones, se han dado también excelentes pasos en este
sentido, en distintos escenarios locales: por mencionar los principales, el
estreno en 1999 de La púrpura de la rosa -primera ópera
compuesta e interpretada en Latinoamérica- y de la Dafne de
Caldara, los estrenos locales de obras de Monteverdi como La coronación
de Popea(2004) y Orfeo (2009), El triunfo del
honor de Scarlatti, en 2009 o Alcina de Handel en
2010. Estrenada en Versalles en 1745, Platée es indudablemente
una de las obras más interesantes y atractivas del repertorio barroco, lo que
hacía aún más importante estrenarla al fin en Latinoamérica. En lo argumental,
con su historia de la ninfa fea y presumida que es engañada por los dioses para
hacerla creer que el mismísimo Júpiter está enamorado y dispuesto a casarse con
ella, es una comedia que a pesar de incluir los habituales personajes divinos y
mitológicos de su época se atreve a dar un giro y ser irreverente y
burlona; nunca deja de sorprender y mezclando danza, coros, sátira y
despliegue teatral, es simpática y jocosa, pero también cruel. La música de
Rameau se permite un desfile de sutilezas, subrayados sonoros, cambios rítmicos
y armónicos que pueden sorprender al espectador contemporáneo si se la escucha
con atención. Y aunque el aspecto musical funcionó a un nivel envidiable en esta primera
presentación en Latinoamérica, fue sin duda lo teatral lo que más deslumbró y
mantuvo atrapado al público. Gran mérito del director de escena argentino Pablo
Maritano, cada vez más fogueado en este repertorio; si bien algunos pueden
distinguir elementos que ya se han visto en otras producciones, su propuesta
supo ser creativa, dinámica e ingeniosa y no tiene mucho que envidiar a la más
conocida y difundida de esta obra, la de Laurent Pelly para la Ópera de París
en 1999. Contando con la funcional y efectiva escenografía del chileno
Patricio Pérez -quien además estuvo a cargo de la iluminación- y el buen
trabajo de vestuario de la argentina María Emilia Tambuttii mezclando lo
cotidiano con lo lúdico y kitsch, Maritano creó un espectáculo genial, ágil,
hilarante e inolvidable, ambientado en nuestros días y lleno de detalles y
guiños a la sociedad contemporánea, atento tanto a resaltar los elementos cómicos
más directos como lo que puede considerarse subversivo en una trama tan
atípica como esta.
Además de los solistas, contó como excelentes cómplices en
los diestros y gráciles bailarines del Ballet de la Compañía de las Luces
en las magníficas y exigentes coreografías del argentino Carlos Trunsky, y muy
especialmente en la veintena de cantantes que integran el coro de la
Compañía de las Luces, quienes brillaron como cantantes y como juguetones y
afiatados actores. Bajo la experimentada batuta de Marcelo Birman, director general de
enseñanza artística del Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires y
entusiasta impulsor de la Compañía de las Luces desde 2000, para esta ocasión
se reunió una agrupación musical conformada por los integrantes de la Orquesta
Barroca Nuevo Mundo y la Orquesta Compañía de las Luces. Birman, quien ha
estado detrás de anteriores hitos barrocos en Latinoamérica como el estreno
sudamericano de otra obra de Rameau, Hippolyte et Aricie, en Buenos
Aires en 2011, desarrolló una lectura atenta, detallista y llena de matices,
con un buen equilibrio entre el foso y la escena, y a pesar de ocasionales
desajustes al principio del estreno, el formidable sonido que logró obtener de
sus juveniles instrumentistas fue todo lo diáfano y evocador que uno puede esperar
de una orquesta barroca. El espléndido elenco convocado, integrado
también por artistas de ambos países (casi todos con anteriores participaciones
en aplaudidas versiones de títulos del repertorio barroco, en particular los
intérpretes argentinos habían realizado anteriores producciones con la Compañía
de las Luces), brilló por igual en lo vocal y lo escénico; y al igual que el
coro y los bailarines, todos los cantantes se mostraron tremendamente
histriónicos, partiendo por la desopilante Platée que encarnó el tenor chileno
Alexis Ezequiel Sánchez: caracterizado y maquillado con un look que recordó a
la estrafalaria Divine en películas de John Waters como Pink Flamingos y Female
Trouble, en su rol travestido el cantante no sólo abordó con propiedad y
seguridad la partitura, sino además se lució actoralmente, haciendo reír con la
ingenuidad y la ridiculez de su protagonista, pero también conmoviendo con la
humillación y su furia final. El Júpiter del barítono argentino Norberto
Marcos fue otro de los elementos más logrados: su voz atractiva, sonora y bien
timbrada y su canto rotundo fueron a la par con su jocosa caracterización del
dios, mientras su compatriota, el tenor Pablo Pollitzer, estuvo notable por
partida doble, como el alcoholizado Thespis y como un Mercure que bien
podría haber sido un productor o un funcionario burocrático, luciendo un
material muy adecuado a este repertorio, seguro en todo el registro y en las
agilidades, y muy diestro como comediante. El barítono chileno Patricio Sabaté
agregó un nuevo acierto a su ya contundente y elogiada carrera en la escena
lírica de su país y también brilló al encarnar y cantar muy bien dos roles,
Cithéron y el sátiro. Otro barítono, el argentino Sergio Carlevaris, fue un
Momus bufonesco y de adecuado canto. En un reparto de solistas mayormente
masculino, destacaron dos cantantes chilenas que además son originarias de
Rancagua, lo que le dio un carácter aún más especial y simbólico a nivel local
a este estreno latinoamericano: si ya al final del primer acto, luego de un
alocado baile junto a Platée, la soprano Patricia Cifuentes cautivó como
Clarine, en los dos siguientes estuvo verdaderamente formidable como La
Locura, amenazando con robarse la función con la seguridad y desenfreno que
abordó el canto incluyendo las coloraturas y recursos histriónicos, pero
también con la muy divertida y blanquecina encarnación física y actoral de tan
particular e impredecible personaje. La otra rancagüina del elenco fue la
mezzosoprano Evelyn Ramírez, quien cantó tan bien como siempre luciendo su
timbre oscuro y cálido y se mostró desenvuelta y vivaz como Thalie en el
prólogo y particularmente efectiva como una Juno celosa y al borde de la
histeria. La tercera cantante femenina del reparto de solistas fue la soprano
argentina Soledad Molina, muy convincente en su participación en el prólogo
como Amor. Los aplausos de pie y los bravos al final del estreno confirmaron
que este debut latinoamericano de Platée no sólo fue un
espectáculo imperdible, sino además debería ser un recuerdo histórico en los
anales de la ópera en Latinoamérica.
Estuve en estreno y la verdad es que lo disfrutamos de principio a fin. Platee es una gran personaje y Alexis Sanchez, en ningún momento perdió su papel, sus gestos y actitudes en todo momento eran acorde con el personaje.
ReplyDeleteEstamos muy contentos que Rancagua, nos este dando la oportunidad de ver espectáculos de esta categoría, en nuestra misma región.
Muy bueno, también, fue ver la respuesta del público que casi repleto el teatro.
Nos habíamos arriesgado con El Barbero de Sevilla y ahora despues de ver Platee, no dudaremos en ir a ver la sgte.