En un nuevo paso para ampliar su repertorio lírico, el Teatro Municipal de Santiago inauguró el viernes 8 su temporada de ópera con un estreno no sólo en Chile, sino además en Sudamérica: Rusalka, de Dvořák. Los resultados fueron en general muy positivos y bien recibidos por el público, en especial por los aciertos musicales, detalle no menor considerando que la incuestionable belleza de la partitura de esta ópera checa supera con creces las limitaciones teatrales y dramáticas de su argumento.
Para la puesta en escena el Municipal convocó al experimentado régisseur argentino Marcelo Lombardero, quien ha demostrado a lo largo de la última década sus aciertos en anteriores memorables montajes en Chile para ese escenario, como La vuelta de tuerca, El castillo de Barba Azul, Lady Macbeth deMtsensk, Ariadna en Naxos y Billy Budd.
La producción de Lombardero contó con el mismo talentoso equipo argentino que ha trabajado con él en otras ocasiones, incluyendo a Diego Siliano en escenografía y proyecciones, Luciana Gutman en vestuario y José Luis Fiorruccio en iluminación, incorporando esta vez también al coreógrafo Ignacio González. En lo estrictamente visual, el resultado es muy atractivo y logra resaltar los elementos mágicos y evocadores de la obra, con su mezcla entre lo humano y lo sobrenatural. Particularmente hermosas fueron las proyecciones de Siliano, que apoyadas por la siempre acertada y atmosférica iluminación de Fiorruccio, trasladaron a los personajes y al espectador a fondos acuáticos, frondosos bosques y lujosos palacios.
Cada vez más difundida y conocida fuera de Europa en las últimas décadas, esta ópera cuenta con una música de impresionante hermosura y encanto, en la que Dvořák no sólo escribe muy bien para las voces, sino además estructura un relato orquestal que bebe tanto de elementos folclóricos como de la tradición más lírica y efusivamente romántica de las últimas décadas del siglo XIX, con sus evocaciones nocturnas de la naturaleza. Pero el problema es que sus personajes no exhiben una base dramática muy firme y por momentos parecen arquetipos, y las situaciones no cuentan con un peso o desarrollo sostenido que permita un despliegue teatral más convincente y atractivo más allá de los límites del cuento que narra, lo que incide en que el conjunto se sienta en más de una ocasión más alargado y reiterativo de lo necesario.
En resumen, lo teatral definitivamente no es una de las fortalezas de Rusalka, y es siempre un desafío para el director de escena lograr que más allá de la belleza de la partitura, el espectador se emocione e interese por lo que pasa en el escenario. Con el indispensable apoyo de las imágenes de Siliano, Lombardero -quien en julio volverá a tener a su cargo en el Municipal otro estreno en Chile, The Rake's Progress, de Stravinsky- intenta dotar de peso y fluidez a la historia y sus personajes a través de muchos cambios de escena y en particular de una personal apuesta que incluye toques de humor: por un lado mantiene la esencia de la trama con su historia de amor imposible, pero incorpora elementos que sorprenden, pero también pueden confundir. Es bella y atractiva la idea de que Rusalka y las ninfas sean criaturas en forma de estatua que cobran vida durante la noche, pero no se entiende muy bien la manera en que presenta a la hechicera Jezibaba y su séquito, y en especial la extraña actitud vulgar y sexista del príncipe durante su aparición en el primer acto, que quizás por un lado pretende mostrar las características negativas de su personalidad que se harán presentes en el segundo acto, pero no calzan muy bien con la hermosa y romántica música que debe interpretar. Por aspectos como éstos, aunque la producción en general funciona, no nos convence ni entusiasma por completo.
El vestuario de Gutman acentúa los rasgos y características de los personajes, y juega mezclando diversas épocas, lo que no es problema considerando que se trata de un cuento que permite cierta atemporalidad. Por su parte, los movimientos coreográficos ideados por González son un interesante aporte, variando entre lo divertido y lo sorprendente, como los particulares desplazamientos de las criadas que trabajaban bajo las órdenes de la hechicera Jezibaba, o la tradicional danza en el palacio, que se transformaba por momentos en algo alocado y esperpéntico.
En todo caso, el aspecto musical estuvo muy bien cubierto, partiendo con la dirección del titular de la Orquesta Filarmónica de Santiago, el ruso Konstantin Chudovsky, atenta a subrayar toda la belleza y sensibilidad de la partitura, aunque por momentos descuida un poco el balance entre foso y escenario y cubre mucho a algunos de los cantantes.
El elenco convocado cumplió en buena medida con las expectativas de un estreno como este. El año pasado la soprano rusa Dina Kuznetsova también inauguró la temporada de ópera del Municipal debutando en Chile como protagonista de otro estreno checo en ese país, Katia Kabanova. En el rol titular de Rusalka dio la impresión de estar mucho más cómoda que hace un año en la obra de Janáček: le tocó nuevamente sufrir y mostrarse melancólica, pero en esta ocasión en un personaje que no es humano, y otra vez confirmó que es una actriz convincente, que supo mostrarse frágil y etérea, expresando muy bien sus sentimientos a través del canto, con un material hermoso y de color típicamente eslavo. Y encarnando al príncipe, el tenor eslovaco Peter Berger debutó en Chile luciendo una voz oscura pero que pudo afrontar sin problemas las no pocas demandas del rol, que ofrece algunos de los momentos más bellos de la partitura; por su escaso relieve psicológico y las cambiantes actitudes que el libreto le exige sin mayor profundización, este papel es algo ingrato en lo actoral, por lo que si no convenció mucho dramáticamente no es culpa del cantante o de la producción, aunque los curiosos despliegues escénicos en el primer acto -ya mencionados en este comentario- hicieron que el personaje pareciera incluso más confuso de lo que es habitualmente.
En sus anteriores actuaciones en Chile, la mezzosoprano rusa Elena Manistina ha destacado en tres de los más demandantes papeles verdianos para su cuerda -Ulrica, Amneris y Azucena-, y ahora encarnando a la bruja Jezibaba se mostró muy cómoda en su registro, brillando tanto en los tonos agudos como en los más graves, y en lo escénico, de acuerdo al montaje de Lombardero, más que una hechicera parecía una ama de llaves misteriosa y algo divertida y siniestra a la vez, lo que de todos modos funcionó bien en para el personaje, aunque por momentos fue algo confuso. Lo mismo en parte ocurrió con Vodník, el espíritu de las aguas al que dio vida el bajo Mischa Schelomianski con estupenda y sonora voz y un canto cálido y sentido: fue sin duda tremendamente atractivo y efectivo el recurso de que pudiera cantar tanto dentro y fuera de escena incluyendo una enorme proyección de su imagen cantando simultáneamente, pero cuando tenía que aparecer en escena e interactuar con la protagonista o con otros personajes, no pareció muy convincente o definido como presencia dramática.
A pesar de que sólo aparece, y no por
demasiado tiempo, en el acto II, la princesa extranjera es un rol bastante
exigente en lo vocal, y la soprano letona Natalia Kreslina -quien ya cantara en
2009 en el Municipal en otro estreno en Chile, protagonizando el segundo elenco
de Lady Macbeth de Mtsensk- estuvo a la altura de las
circunstancias, no sólo con sus sólidas notas agudas sino además exhibiendo una
actuación tan desenfadada como su canto, en un personaje que la puesta en
escena mostró acertadamente como una suerte de femme fatale. En roles secundarios,
tuvieron un excelente desempeño cantantes chilenos, en especial el barítono
Javier Weibel como el guardabosques -que en esta puesta en escena parecía más
caracterizado como el chef del palacio del príncipe- y la soprano Cecilia
Pastawski como su sobrino, el aprendiz de cocina: en sus escenas en los actos
segundo y tercero los dos se afiataron fluidamente en lo vocal y escénico, y no
sólo cantaron muy bien, sino además lucieron una simpatía y comicidad que
fueron muy bien recibidos por el público. Coquetas y juguetonas, las tres
ninfas del bosque fueron muy bien interpretadas por las sopranos Andrea Aguilar
y Pamela Flores y la mezzosoprano Gloria Rojas, mientras fuera de escena,
en su breve intervención el barítono Ramiro Maturana cantó como el cazador con
un timbre cálido y hermoso. Por su parte, aunque su participación en esta
obra es bastante fugaz y episódica, el Coro del Teatro Municipal, dirigido
por Jorge Klastornik, tuvo una labor tan buena como de costumbre.
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