Foto: Cecilia Bernardini
Giuliana Dal Piaz
El 1º de octubre, el Trinity Saint Paul's Centre en Toronto hospedó a la violinista Cecilia Bernardini y su concierto Musik Mania. La Ma. Bernardini, que actualmente vive en Amsterdam y declara "sentirse" holandesa, es sin embargo, como hija de arte y por formación musical, italiana. Precozmente iniciada al estudio del violín por su padre, el oboista barroco Alfredo Bernardini, a pesar de su juventud Cecilia ya tiene un largo historial de conciertos y éxitos en Europa. Invitada por la Tafelmusik Baroque Orchestra después de una primera casual presentación en 2014 (Bernardini reemplazó a un colega), este año la dirección de la orquesta le pidió expresamente el 4º concierto de Brandeburgo de Bach, y que ella sugiriera las demás piezas. A partir de dicho concierto, Bernardini le construyó alrededor un programa muy original y entretenido: Jan Dismas Zelenka (Hypochondria), Francesco Geminiani (Concerto Grosso La Follia), Antonio Vivaldi (Concierto en Fa mayor "Proteo o il mondo alla rovescia"), Georg Phillip Telemann (suite La Bizarre) e Richard Keiser (sinfonia Il buffo Principe Jodelet). Si tuviera que utilizar una sola palabra para definir el concierto, emplearía el término "el contradictorio". El violín de Cecilia Bernardini guia a los demás instrumentos y con ellos dialoga con gran vivacidad, expresividad y un perceptible sentido del humor. En la obra de Zelenka, son dos de los violines los que se contradicen e intentan imponer cada una su propria visión del mundo. En el concerto grosso La Folía (La locura), Geminiani le confia a dos violines solistas (Cecilia Bernardini y el violinista canadiense Christopher Verrette) el que era el papel del violín solo en la homónima pieza de Corelli. El tema de la “folía” tiene en realidad orígenes muy antiguas: recurre variamente disfrazado a lo largo de toda la historia de la música medieval, hasta que Corelli lo sistematiza y lo populariza, abriéndole el camino a muchísimas variaciones y re-elaboraciones (hasta una de Rachmaninoff en los años ’30).En el 4º concierto brandenburguense de Bach, el ensemble se reduce a 9 elementos (curiosamente, ocho son mujeres) con tres instrumentos solistas, el violín y dos flautas dulces (o "flautas de eco", los define Bach en la partitura). Brevemente en el primer movimiento, por más tiempo en el tercer movimiento del concierto, en el medio de una secuencia melódica el violín solista se lanza en una serie de inesperados virtuosismos, "enloquece", como dice Bernardini misma: de allí, las reflexiones acerca de la locura y la elección del programa. En el concierto Proteo o il mondo alla rovescia (Proteo o el mundo al revés), Vivaldi altera una de sus propias composiciones anteriores, invirtiendo las claves utilizadas por violín y chelo, mientras que el clavecín deja de acompañar a los demás instrumentos para dar en cambio la melodía. El resultado no permite abandonarse al placer pasivo de escuchar, sino que obliga a seguir atentamente las fascinantes acrobacias de cuerdas, flautas y fagot. En la suite de Telemann La Bizarre, el contradictorio es aún más evidente, con los segundos violines que – seguidos luego por las violas – no dejan de "entrometerse" con la melodía de los primeros violines. Sólo en los movimientos finales de la suite los instrumentos parecen recobrar la sintonía. La pieza conclusiva de Richard Keiser, la sinfonía de inicio de El ridículo Príncipe Jodelet, es rica en citaciones, entre ellas el tema anterior de la “follía”. Llamada repetidamente al escenario por los aplausos del público, Cecilia Bernardini ofreció como bis otra divertida pieza de Telemann, Los marinos ridículos, en la cual los concertistas enfatizan el final de cada frase musical con un gran golpe del pie. Un concierto extraordinario ¡bajo todo punto de vista!
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