Foto: COC
Giuliana dal Piaz
La ópera más representada en los teatros alrededor del mundo entero, La Traviata de Giuseppe Verdi, abrió en Toronto la temporada 2015-16 de la Canadian Opera Company, en co-producción con la Lyric Opera of Chicago y la Houston Grand Opera. En cartelera con once presentaciones hasta el 6 de Noviembre, la ópera cuenta con la participación de numerosos artistas estadounidenses, desde la directora de escena Arin Arbus, el escenógrafo Riccardo Hernández, la creadora de muñecos Cait O’Connor, la vestuarista Terese Wadden, y el responsable de la iluminación Marcus Doshi, hasta los intérpretes protagonistas de las primeras presentaciones, Ekaterina Siurina (Violetta), Charles Castronovo (Alfredo) y Quinn Kelsey (Giorgio Germont). Dirige la orquesta el director italiano Mº Marco Guidarini, ya conocido en Toronto por haber dirigido, en 2009, la orquesta de la Canadian Opera Company en el Simon Boccanegra de Verdi. Son muchas las distintas versiones de esta ópera que hemos visto, de epoca o en clave moderna, unas de ellas especialmente bellas o impactantes. El Mº Guidarini declaró abiertamente su propia preferencia por una ambientación tradicional y también la directora Arbus optó por la tradición con un escenario de época, moderadamente lujoso y modestamente iluminado, contenido en una “concha” sobre la cual se proyectan en trasparencia las sombras agigantadas, de los personajes en escena en el primer acto, y de los transeuntes que celebran el Carnaval por las calles de París en el tercer acto, como en un juego de sombras chinas. Es éste el único toque de originalidad de una puesta en escena que definiría aburrida, mientras que la escenografía cae en el mal gusto del segundo acto, en que la decoración de la casa de Flora y el color de adornos y vestuario parecen querer sugerir descaradamente la profesión de la misma y de su amiga Violetta. Decepcionó la interpretación de la protagonista, cuya voz – que parece alcanzar el agudo sólo con un esfuerzo constante – no logra transmitir ni la belleza de la melodía verdiana ni el profundo tormento sicológico del personaje: no despierta, para decirlo al estilo de Verdi, “algún pálpito”. La Traviata se sostiene totalmente en la figura de Violetta: si ésta no está a la altura, ni por la calidad de la voz ni por la imagen (“fisique du rôle”), la ópera entera sufre las consecuencias, a pesar de – como en este caso – la altísima calidad de orquesta y coro (y de la dirección de ambos), el óptimo ballet del segundo acto, y las excelentes voces de los demás cantantes. En esta puesta en escena a la soprano no la ayudó tampoco el vestuario: el vestido de baile del primer acto es tan pesado y voluminoso que le quita libertad de movimiento tanto a ella como al tenor durante el dueto amoroso. El vestido de casa del segundo acto es sin gracia, y el camisón del tercer acto es lo más antiestético que se pueda imaginar para una mujer tan formosa. Hasta el indulgente público canadiense fue escasamente conquistado por la interpretación de la soprano, demostrándose renuente a aplaudir en el primer acto y animándose sólo con el progresar del drama. Resulta embarazoso ya que unos cantantes líricos no conozcan la lengua italiana o puedan cuando menos pronunciarla bien: una hazaña especial para los cantantes de ópera anglófonos. Hubo unas fallas en la traducción al inglés de los subtítulos, en un par de ocasiones, una total distorsión del texto original.
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