Foto: Teatro alla Scala
Ramón Jacques
La
Filarmónica de la Scala comenzó su nueva temporada sinfónica 2015-2106 precedida
de una rica y variada programación de agrupaciones musicales invitadas del
extranjero, que en tan solo diez días previos a este estreno vio pasar por el
escenario del más importante teatro milanés: a la Orquesta Sinfónica de Boston,
la Orquesta Simón Bolívar de Venezuela, la Filarmónica de San Petersburgo, la
Orquesta Sinfónica de Londres, la Orquesta de Paris así como la Orquesta
Giuseppe Verdi de Milán; algo que sorprende y contrasta con el continuo reclamo
que se escucha de parte de artistas, cantantes, músicos, orquestas y teatros de
otras ciudades y regiones de Italia referente a la carencia de recursos y al
poco interés que se está dando a la música y la ópera en la actualidad de este
país. Tomando en consideración el contexto descrito, y refiriéndonos al
concierto que nos ocupa, resultó inaudita la presencia del director
estadounidense Alan Gilbert, conocido
por ser director de la Filarmónica de Nueva York, cuyo debut en este teatro fue
rutinario, carente de entusiasmo, sin una búsqueda profunda de colores y
timbres, movimientos de manos desconcertantes, llegando por momentos a una
parsimonia irritante, que en el ultimo de tres conciertos, ocasionó que un
sector del público se dedicara a provocarlo. Al final resultó uno de esos
conciertos en el que la música y los intérpretes brillaron con luz propia; y
donde la claridad y musicalidad en la interpretación de la Sinfónica 6 “pastoral” de Beethoven provino principalmente de la
homogénea y solida sección de cuerdas de la orquesta. En la segunda parte del concierto se escuchó la
ópera en un acto de Béla Bartók, El Castillo de Barba Azul con un par de
solistas que ofrecieron un nivel vocal excepcional comenzando por Ildikó Komlósi, mezzosoprano húngara
que aportó la oscura tonalidad en su timbre, e hizo uso de su amplio rango
vocal para imprimir dramatismo y dotar de escalofriantes pianos al personaje de Judith; mientras que la voz del bajo
canadiense John Relyea, se adaptó
bien al personaje de Barba Azul, siendo lo suficientemente profunda, esmaltada
y potente para hacer creíble su personaje. De nuevo un reconocimiento a cada
una de las secciones de la orquesta.
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