Fotos:
Teatro Colon de Buenos Aires
Dr. Alberto Leal
Un gran
desafío constituye siempre la presentación de “Don Carlo” de Verdi. Es la ópera
más larga del Maestro y la que más modificaciones tuvo. Fue estrenada en el
Teatro Imperial de la Opera el 11 de marzo de 1867, por encargo de la Opera de
París para la Exposición Universal del mismo año. Por ese motivo fue concebida
como una Grand Opera francesa, con ballet incluido en el tercer acto, como era
de rigor. A pesar de la belleza de la misma no fue bien
acogida en su estreno, tal vez por la presencia en la sala de la Infanta
española y la parcial veracidad de los hechos por parte del libro original de
Schiller. Mucho camino y modificaciones sufrió la obra hasta ser
estrenada en la versión italiana en el Teatro La Scala de Milán el 10 de enero
de 1884 y ésa es la versión más representada hasta la fecha y la elegida
en esta ocasión por el Teatro Colón. En esta versión se ha suprimido el acto
de"Fontainebleau" que aunque aumenta la duración le da más coherencia
al argumento. Se han restituído sin embargo algunos fragmentos usualmente
cortados en las representaciones en italiano, fundamentalmente en la escena de
la prisión con Carlo arrojándole al rostro de su padre su autoria de los
documentos inculpatorios que Rodrigo asumió como suyos para salvarlo,
provocando su muerte a manos de los sicarios del Rey, y el dolor y remordimiento
( CHI RENDE A ME TAL UOM) de este., y el prolongado fragmento “bélico “ del dúo
final entre Don Carlo y Elisabetta. El Teatro Colón no reparó en gastos
en la puesta en escena de esta Opera que fue encarada con fidelidad a la época,
gran fastuosidad casi hollywoodense por parte de su regisseur y escenógrafo Eugenio Zanetti, provocando un deslumbramiento
de la platea que se tradujo en el hecho de que por una vez la figura más
aplaudida al término de las representaciones fuera precisamente el regisseur.
No es que el trabajo de Zanetti sea impecable, pues tiene algunas ideas que no
resultan claras ni de buen gusto, momentos marcadamente kitsch, como en las dos
primeras escenas, pero en general hubo más que elogiar que criticar,
especialmente en el rubro vestuario, con trajes deslumbrantes de diseño y
realización poco vistos en el Colón de los últimos años. Una cuestión
aparte es por qué el Teatro Colón cada vez que repone Don Carlo lo hace con una
puesta en escena nueva, gastando importantes sumas de dinero, sin contemplar la
posibilidad de reponer alguna de las versiones anteriores, de las cuales se
conservan gratos recuerdos. Tiene sentido haber gastado todo este dinero para
tener almacenada otra puesta de Don Carlo que en el mejor de los casos será
utilizada dentro de 10 años cuando el Teatro se decida a volver a incluir la
Opera en su repertorio, si es que –fiel a su propia tradición-no decide hacerlo
con una nueva presentación escénica Ahora
bien, si Zanetti es un talentoso escenógrafo, su enfoque de la obra es más
estético que dramático.
Así los cuidados cuadros fijos con que terminan los
diversos actos, la disposición de los solistas y coro en escena evocaron más
bien modelos pictóricos, pero no se percibió en los movimientos de los solistas
una profundización en las actuaciones individuales que estuviera a la altura
del texto, que incluye algunos de los personajes más ricos, más complejos que
haya presentado Verdi en sus obras y en general toda su versión carece del
dramatismo planteado por el Maestro. Claro,
hay que concederle que tampoco contó con un elenco con una particular
inclinación por la profundización del trabajo dramático. Musicalmente la
partitura fue bien servida por Ira Levin
con un gran trabajo de la Orquesta y el Coro plenamente de acuerdo con sus
antecedentes de los últimos años. No hubo la misma suerte con el elenco
solista, donde sólo hubo dos actuaciones a la altura de los personajes : el
excelente barítono argentino Fabián
Veloz totalmente en dominio de la parte, luciendo un gran volumen vocal,
buena línea de canto verdiana y un uso inteligente de la mezza voce, y el
sólido bajo ruso Alexander Vinograd,
que por una vez nos presentó un Rey relativamente joven, más acorde con el
personaje histórico que el anciano al borde de la senilidad que suele
presentarse. La voz, de bello timbre y solvente en toda su extensión, puede haber
sonado algo menos profunda que lo habitual pues se trata de un bajo cantante,
pero completamente en dominio de la parte. Su actuación fue medida, Hizo más
bien un Rey introvertido, pero totalmente válido. No tuvo
la misma suerte el Teatro con el resto del elenco. En primer lugar es
inexplicable la contratación de Alexei
Tanoviski, un bajo prematuramente envejecido vocalmente, que no estuvo a la
altura del personaje debilitando una de las escenas clave de la Opera cual es
el enfrentamiento entre el Rey y el Inquisidor. Tamar Iveri no acertó para nada el personaje al interpretar a la
joven Elisabetta y su amor contenido e imposible. Vocalmente simplemente pasó
por la parte sin grandes sobresaltos pero sin dejar impresión alguna,
alcanzando un buen momento en las dos escenas finales, donde pudo finalmente
cantar a viva voz exhibiendo una más que aceptable calidad vocal, con agudos
cubiertos y de buen volumen, Beatrice
Uria Monzón que hizo su carrera como mezzo lírica, está ahora cantando como
soprano y su próximo compromiso es con la ópera Tosca. Es una cantante
experimentada, que sabe administrar sus declinantes recursos y ofreció en todo
momento una decorosa actuación, con una sólida versión de la difícil aria final
OH DON FATALE, en la cual inevitablemente lució tensa y esforzada y con un
timbre vocal que traiciona su larga carrera. Lucas Debevec tuvo dificultades con los agudos del Fraile. Rocío Giordano, Iván Meier, Darío Leoncini
y Marisu Pavon completaron el elenco
con buenas voces y eficaces interpretaciones. Y además estuvo Josep Bros como protagonista. Dueño de
una voz de tenor lírico-ligero, adecuada para por ejemplo un Nemorino, tuvo que
esforzarse para dar al personaje el peso vocal requerido y ello fue a expensas
de la línea de canto cuando no de la afinación. Su voz, aunque no es grande,
posee una gran calidad en armónicos que logra que corra por toda la sala y se
lo escuche siempre. Su composición del personaje fue nula. El constante recurso
de portamentos acabó causando hastío en los oyentes. Cantar por primera y única
vez este título en el pequeño auditorio del Escorial no lo habilita para poder
hacerlo en el Teatro Colón con suceso. Ofrecer un Don Carlo si no se tienen cantantes de primera línea capaces
de dar a la partitura el lucimiento vocal requerido y al texto el hondo
dramatismo que proyecta, es una empresa condenada de antemano al fracaso y poco
importa que se la vista con todos los oropeles, porque al fin de cuentas será
como dije en el título, siempre será, “mucho ruido y pocas nueces”.
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