Foto de escena de Michael Cooper
Giuliana Dal Piaz
Con esta ópera de Gaetano Donizetti, la
Canadian Opera Company cierra su Temporada 2017-2018, y lo hace exitosamente, cuando
menos desde el punto de vista del público, que aplaude entusiasta e
incondicionalmente. El director teatral británico Stephen
Lawless ya había producido para la COC María
Estuarda (2010) y Roberto Devereux
(2014), con la colaboración del renombrado escenógrafo belga Benoît Dugardyn, fallecido
hace poco. Como en las dos óperas anteriores – que sin embargo cuentan acontecimientos
posteriores, desde el punto de vista cronológico –, se mantiene la austera escenografía
en la cual Dugardyn se inspiraba en el Globe Theatre en tiempos de Shakespeare,
con una serie de paredes en madera, nueve de ellas móbiles, para construir cada
vez pasillos, la sala del trono, la recámara de Bolena en la que se se dispara
la trágica trampa ideada por el Rey para deshacerse de su segunda esposa. Donizetti y su libretista Romani no se
preocupan gran cosa por la verdad histórica: no hay aquí mención alguna de la
“incapacidad” de Ana Bolena de dar a luz
un varón vivo, razón auténtica para que Enrique VIII la eliminara, sino que todo
parece motivado por el enamoramiento del Rey para una dama de compañía de la Reina. Ni siquiera ellos, sin embargo, la
historia hubieran alterado hasta poner en escena a la hijita de Ana, la futura
gran Isabel Iª Tudor, que, cuando su madre murió, aún no cumplía los 3 años. Otra
alteración del libreto que me hace pensar en un guiño de ojo a hechos de
nuestra época es el torpe intento de violación de Bolena de parte de Percy: en
el original, es éste quien desenvaina su espada, amenazando matarse para inducir
a la Reina a seguirlo viendo, y la exclamación del Rey, “nudi acciar nella mia
reggia” (aceros desnudos en mi palacio), se refiere a la espada de Percy y no
al puñalito del pobre Smeton, que aquí acude – parece – a defender físicamente
a la Reina y no a prevenir un suicidio...De algo estoy segura: en América del
Norte son muy raras las voces realmente extraordinarias por timbre y tonalidad,
a menos que los cantantes de ópera no hayan llevado a cabo un entrenamiento más
o menos largo en Italia. Así como es muy raro en ellos el dominio de la
pronunciación italiana, como si el libreto no tuviera gran importancia: al fin
y al cabo, allí están los subtítulos en inglés para seguir la acción. Un crítico
musical local ha incluso escrito: “qué extraño resulta escuchar una pieza sobre
historia de Inglaterra cantada en italiano”... Todo mundo parece ignorar u olvidar
que la musica fue compuesta para el texto y en simbiosis con ello, y que las palabras
tienen un ritmo y una musicalidad propios que integran la de las notas. A
finales de cuenta, me parece que la verdadera comprensión y casi el sentido mismo
de la ópera italiana, se estén perdiendo de este lado del Atlántico, a pesar de
los esfuerzos de compañías como la óptima Canadian Opera Company. La escenografia es escueta pero
representa bien por un lado la esencial soledad de la Reina, rodeada por la
sospecha y el terror, y por el otro el espíritu de la época, con el coro que
ocupa, como el público del teatro isabelino, las galerías superiores, mientras
que una tarima con arriba el trono, aparece o desaparece del escenario según se
necesite.
Me ha parecido excelente la performance de la soprano Sondra
Radvanovsky, cuya voz se extiende desde unas notas graves dignas de una
contralto y desde unos piano y pianissimo, por los cuales ella es merecidamente
famosa, a las notas más altas, en las cuales, sin embargo, el timbre se vuelve
por momentos metálico. Su actuación es óptima, dando vida a una Bolena compleja,
con un amplio abanico de emociones muy bien representadas. No es igualmente positivo mi juicio de la
soprano estadounidense Keri Alkema que interpreta el papel de Jane Seymour,
además escrito para una mezzo-soprano. Su pronunciación del italiano es dudosa,
su canto y actuación son escasamente matizados y totalmente desprovistos del encanto
sutilmente sensual que esa damisela debe por cierto haber ejercido sobre Enrique
VIII, para que éste le ofreciera matrimonio y corona... El vestido que Seymour
lleva por toda la ópera, hasta su aparición final en el balcón como Reina, es muy
entonado a la época pero no la favorece, enfatizando su figura matronal. El bajo-barítono Christian Van Horn (Enrique
VIII) es adecuado para el papel, y resulta razonablemente imponente, pero su
“arrogancia” en la escena no logra expresar, en su italiano malo, la torva
realeza del soberano Tudor. El tenor Bruce Sledge (Percy), no es muy
buen actor, pero dispone de un buen timbre y su enfoque vocal es por lo general
bueno, tanto en las arias como en los duos, pero da la impresión de cantar con esfuerzo
y sus agudos no son agradables. Buenos intérpretes, en cambio, vocalmente
y teatralmente, la mezzo-soprano Alison McHardy, Smeton ingenuo y devoto, y el
bajo-barítono Thomas Goerz , desafortunado hermano de Ana, así como el tenor estadounidense
Jonathan Johnson como Hervey, hombre de confianza de Enrique VIII. La orquesta de la Canadian Opera Company,
dirigida en esta ocasión por el Mº italiano Corrado Rovaris, ha dado de la música
de Donizetti una interpretación estilísticamente correcta pero no seductiva de
mente y corazón. Sólo el coro de la COC y su directora Sandra Horst nunca
decepcionan.
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