Foto: Brescia&Amisano
Massimo Viazzo
¡Fue una fiesta para Franco
Zefirelli, ya que su amada e histórica Aida del año 63, se puso de nuevo en
escena en el Teatro alla Scala! El superintendente Alexander Pereira la
programó con motivo del cumpleaños 95 del director de escena toscano. A la distancia de más de medio siglo, esta
producción demuestra aun su quintaescencia evocativa que por derecho se
considera entre sus mejores trabajos. Todo en esta Aída es como un espectador
se lo puede imaginar: con templos, la esfinge del Nilo, donde hay ritualidad,
pompa y misterio. Las escenografías de Lila De Nobili están inspiradas en la
mejor tradición del siglo 19, así que el espectáculo de Zefirelli puede
considerarse como que ha emanado directamente de esa tradición. Si bien es cierto, Aida no podría más ser
representada de este modo. El Egipto
oleo grafico zefirelliano no tiene más razón de ser. Muchas cosas han pasado y cambiado ya, por
ejemplo, la concepción del espacio escénico, donde los cantantes comenzaron a
parecerse más a actores, y los directores de escena a ‘releer’ los libretos
buscando (a veces demasiado) los significados ocultos. Esta Aída entró ya por derecho en el mausoleo
de los espectáculos de referencia de las obras maestras verdianas, por lo que
es justo definirla como ‘histórica’. Recuerdo que esta reposición fue firmada
por Marco Gandini. La parte musical fue concertada desde el
podio por un muy atento e inspirado Daniel
Oren. Ya desde el inicio del
preludio, una movilidad dinámica y agógica poco común dio a entender que se
estaba frente a una dirección de orquesta no rutinaria, si no en una en la que
la búsqueda y el análisis tomarían el control. Muy bien estuvo el director
israelí calibrando a la orquesta, aun en los momentos más grandiosos y
rutilantes. En general, del homogéneo
elenco, gustó el squillo tenoril de Jorge de León, un Radamés que llegó de último
momento para sustituir al indispuesto Fabio Sartori; la delicadeza y tenacidad
de la Aida de Krassimira Stoyanova
(aunque su dicción pareció ser un poco problemática; la presencia vocal y
escénica de Violeta Urmana, una
Amneris de varias facetas y determinada, mientras que Amonasro fue interpretado
por un cautivante George Gagnidze.
Muy apreciados también estuvieron los dos bajos: Vitalij Kowaljow y Carlo
Colombara, el primero, interprete de un carismático Ramfis, y el segundo
como un correcto y seguro rey de Egipto. Finalmente, el cuerpo de ballet del
Teatro alla Scala pudo mostrar todo su valor, como también lo hizo el coro,
aunque esta ya no es una novedad.
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