Foto: Brescia&Amisano - Teatro alla Scala
Massimo Viazzo
Riccardo Zandonai, compositor
italiano que creció en el clima musical de la ‘Giovane Scuola’, y que muy
pronto se interesó en experiencias armónicas y en colores transalpinos y centroeuropeos,
es prácticamente recordado por un solo título: Francesca da Rimini. La ópera, que trata sobre una obra dramática
de Gabriel D’Annunzio y se inspira en el conocido episodio de la Divina Comedia
de Dante, es de hecho una gran obra maestra del teatro musical italiano, que
sin embargo no es muy popular. La Scala
hizo bien en programarla a casi sesenta años de las celebres funciones con
Magda Olivero y con Mario Del Mónaco. En
esta ocasión, María José Siri en el
personaje de Francesca no defraudó, por el contrario, gustó por la seguridad de
su emisión, la suavidad de su fraseo y la finura en su timbre; por su parte, no
convenció Marcelo Puente, el
interprete de Paolo, cuya voz de interesante color bruñido no estuvo bien
proyectada, y pareció carecer del esmalte necesario para cantar de la mejor
manera un papel basado a menudo en el declamato.
Potente, vigoroso y desbordante estuvo el Gianciotto Malatesta de Gabriele Viviani, mientras que Luciano Gangi personificó un
Malatestino, justamente persuasivo e insinuante, pero siempre cantado con
nítida dicción, técnica fortalecida y
squillo. Entre el resto los demás papeles, todos profesionalmente
correctos, un aplauso se lo merece sin dudas, la expresiva Smaragardi de Idunnu Münch. El espectáculo dirigido por David Pountney tuvo un gran impacto
visual con una escena circular cerrada en el fondo por un imponente medio busto
femenino, símbolo de la belleza y la pureza (que más adelante en el transcurso de
la ópera fue atravesado por numerosas lanzas), y en el frente por una
estructura de hierro móvil, una especie de muralla semicircular con una red de
escaleras y aberturas de varios tipos, que lucio acechante y amenazante. Digno de recordar fue el final del primer
acto con la entrada silenciosa de Paolo en una armadura dorada, sobre un
caballo dorado, y acompañado de las suntuosas páginas sinfónicas compuestas por
un Zandonai en estado de gracia. También
tuvo un gran efecto el final del segundo acto con la transformación de la
estructura escenográfica en un verdadero tanque de guerra con un gigantesco
cañón al centro, apuntado hacia la platea.
Fabio Luisi, quien ha
trabajado bastante en teatros alemanes, se encontró de maravilla con esta rica
partitura, evidenciando los empastes en los timbres y la riqueza armónica, sin
perder nunca de vista el paso teatral. La orquesta y el coro del Teatro de la
Scala estuvieron en gran forma.
No comments:
Post a Comment
Note: Only a member of this blog may post a comment.