Joel Poblete
En 2012 la temporada lírica del Municipal de Santiago
cerró con una fallida y decepcionante versión escénica del Don Giovanni de
Mozart, que apostaba por convertir al legendario
protagonista en un vampiro tan seductor como sediento de sangre, y seis años después, a mediados de
abril, acaba de regresar al mismo escenario este título, sin duda una de las grandes
obras maestras del repertorio universal, ahora inaugurando la
temporada de ópera 2018, con una nueva producción, nuevamente no del todo
convincente. Esta fue la segunda entrega de la célebre trilogía
Mozart-Da Ponte que se ofrecerá a lo largo de tres años consecutivos con la
misma dirección musical y equipo escénico, y que tuvo su partida el año pasado
con unas Bodas de Fígaro que no lograron entusiasmar, en
particular por su propuesta teatral y visual, y concluirá en 2020 con Così fan tutte. Aunque en general ofrece varios aspectos más logrados
que el año pasado, nuevamente la propuesta del veterano régisseur francés
Pierre Constant fue el aspecto que menos convenció. Originalmente realizadas
por Constant para el Atelier Lyrique de Tourcoing hace dos décadas -en ese
entonces con dirección musical del recientemente fallecido maestro Jean-Claude
Malgoire-, las puestas en escena de los tres títulos se caracterizan por su
austeridad y mantener un mismo marco visual: como el año pasado en Las
bodas de Fígaro, la funcional y escuálida escenografía de Roberto Platé en
base a una gran estructura con varias puertas, a pesar de algunos detalles que
van cambiando durante la función, se mantuvo casi inalterable durante los dos
actos, aunque en esta ocasión la iluminación de Christophe Naillet
según el diseño original de Jacques Rouveyrollis fue un poco menos plana, y
nuevamente el vestuario de Jacques Schmidt y Emmanuel Peduzzi fue atractivo y
adecuado.
Al igual que el año pasado Constant fue eficaz en lo cómico
-si bien siempre hay que recordar que al margen de lo que esté pasando en
escena, el público se reirá igual leyendo en los sobretítulos lo que pasa- pero
no profundizó demasiado en lo dramático, aunque al menos no traicionó la
esencia de la obra; pero hay tantos detalles que no funcionaron bien que es
imposible no volver a pensar que su apuesta es lo que menos funciona al 100% en
este regreso mozartiano. Por ejemplo, cómo uno de los momentos más bellos de la
obra, el trío "Protegga il giusto cielo", pasó casi a ser un trámite
cuando una cortina se corre dejando ver el estado en que están los asistentes a
la fiesta que ha organizado Don Giovanni, o muchos cambios de escena que
plantea el original y acá no se producían, lo que podría confundir a más de algún
neófito. Y al igual que en 2012, la memorable escena del "convidado de
piedra", uno de los instantes más emblemáticos de la obra y de todo el
género lírico, nuevamente privó al público de ver la estatua del Comendador que
regresa del más allá para saldar cuentas con su asesino, la misma que tampoco
había estado presente antes en la escena del cementerio. Y como pasó hace seis
años, otra vez no se incluyó el segmento final en que tras la desaparición de
Don Giovanni los seis personajes que han quedado vivos dicen qué harán a
futuro, sino que luego de un sorprendente y llamativo golpe de escena, se
desembocó directamente en el sexteto y moraleja que cierra la partitura. En
fin, un conjunto escénico menos decepcionante que el año pasado, pero de todos
modos poco satisfactorio tratándose de una obra tan genial y completa como
esta.
Pero en lo musical, al igual que el año pasado
en Las bodas de Fígaro, las cosas funcionaron mucho mejor,
partiendo por la labor del director que también tomó la batuta en esa ocasión,
el maestro italiano Attilio Cremonesi, quien nuevamente demostró estar muy
bien afiatado con la Filarmónica de Santiago, consiguiendo un acertado balance
entre el foso y el escenario, resaltando la belleza y contrastes de la
partitura. Y afortunadamente en esta oportunidad no cayó como en Bodas en
una tendencia a dirigir mucho más rápido de lo habitual algunos pasajes; en
general la dirección de Cremonesi fue de lo mejor del estreno, y se permitió
probar elementos interesantes y no tan tradicionales, como los acompañamientos
a los recitativos, más expresivos y descriptivos que de costumbre. También el
coro del teatro, dirigido por el uruguayo Jorge Klastornik, estuvo tan bien
como siempre, aunque en esta obra sus intervenciones son más esporádicas y
reducidas en número de integrantes.
La ópera se ofreció con dos repartos, y cada uno de
ellos tuvo sus respectivos triunfos. Se contó con algunos interesantes debuts
en el Municipal: en el elenco internacional, en el rol titular el barítono
turco Levent Bakirci se mostró seguro, desenvuelto y convincente como actor,
con buena voz y un canto adecuado -quizás sólo "Fin ch'han dal vino"
le puso más obstáculos- y bien proyectado; pero en el segundo reparto, el
llamado "elenco estelar", la labor del barítono polaco Daniel
Miroslaw fue aún más completa y convincente, con un libertino carismático y
lleno de energía, bien cantado. En el primer elenco, el bajo-barítono francés
Edwin Crossley-Mercer fue un juvenil y divertido Leporello, que no cayó en
excesos humorísticos para ser divertido pero logró ganarse la simpatía del
público, y cantó muy bien con una voz de reducido volumen pero muy pareja en
todas sus zonas, lo que contrastó con el intérprete del rol en el elenco
estelar, el chileno Sergio Gallardo, quien fue tan eficaz como siempre en lo
actoral pero en lo vocal sonó opaco y no tan lucido. Y el bajo estadounidense
Soloman Howard, quien ya está desarrollando una ascendente trayectoria
internacional, sorprendió en ambos repartos en sus breves pero contundentes
intervenciones como un Comendador de voz voluminosa, poderosa y sonora.
Por su parte, la soprano también estadounidense
Michelle Bradley, quien el año pasado causó una excelente impresión en su
primera actuación en Chile como parte de la gala del Teatro del Lago en
Frutillar, no sólo debutaba ahora en el rol de Doña Ana sino además abordaba su
primer papel solista de mayor extensión en un teatro lírico, tras sus
incursiones en papeles secundarios el año pasado en el MET de Nueva York,
incluyendo su Clotilde en la Norma de Bellini junto a Sondra
Radvanovsky y Joyce DiDonato, que inauguró la temporada de ese teatro y se vio
en la transmisión en HD a todo el mundo. La voz de Bradley es en verdad
estupenda, potente, de un color oscuro y gran volumen que logra dosificar de
acuerdo a la partitura; si bien su material no es totalmente idóneo por ahora
al estilo mozartiano, demostró sensibilidad para interpretar a su personaje,
una actuación sobria y creíble, y la forma en que resolvió sus exigentes
momentos solistas "Or sai chi l'onore" y "Non mi dir"
conformaron un prometedor debut de una artista que muy pronto puede dar cada
vez más que hablar si maneja con cuidado su carrera. Y el elenco estelar
también deparó una buena revelación en ese personaje: la soprano rusa Oksana
Sekerina, impecable en canto y actuación, intensa y expresiva y definitivamente
mucho más adecuada como Doña Ana.
En el elenco internacional, el tenor Joel Prieto,
quien ya ha cantado en las temporadas del Municipal como Beppe en Pagliacci (2010)
y Tamino en La flauta mágica (2014), regresó para abordar a
Don Ottavio, resolviendo bastante bien "Dalla sua pace" e "Il
mio tesoro", si bien en la segunda la coloratura no fue tan fluida, pero
su voz, aunque de no demasiado volumen, de todos modos se adecuó al personaje.
En el elenco estelar, el argentino Santiago Bürgi -conocido por el público del
Municipal por La carrera de un libertino, La condenación de
Fausto y La cenerentola- pareció más seguro y resuelto en
el rol, aunque también su coloratura en "Il mio tesoro" fue algo
intermitente, y en la primera aria probó unas peculiares variaciones de toque
casi belcantista.
Los tres cantantes chilenos del elenco internacional
estuvieron en un excelente nivel, confirmando la sólida impresión que han dejado
en anteriores actuaciones. La soprano Paulina González fue una espléndida Doña
Elvira, divertida pero siempre digna, sin caer en el ridículo o el patetismo;
la cantante ya ha demostrado en otras ocasiones que Mozart le sienta muy bien a
su voz, y no sólo se afiató muy bien con sus colegas internacionales, sino
además estuvo entre lo mejor de su reparto, en particular por su entrega de
"Mi tradì quell'alma
ingrata"; en el otro reparto, la soprano Pamela Flores estuvo algo justa
de voz en algunos momentos, pero resolvió la parte con inteligencia y oficio en
lo vocal y buen juego en lo teatral. La también soprano Marcela González fue
una sensual y poco convencional Zerlina en otro reciente Don Giovanni en
Chile, el del Teatro Regional de Rancagua en 2016, pero en esta ocasión el
enfoque del rol fue mucho más apegado a la tradición, algo que no afectó el muy
buen desempeño de la artista, encantadora y vivaz en lo actoral, delicada y muy
acertada en lo vocal; en el otro reparto, la ascendente soprano Yaritza Véliz
fue una deliciosa Zerlina, mezcla de dulzura con coquetería y picardía, y
bellamente cantada. Y el bajo-barítono Matías Moncada fue un buen Masetto, al
igual que el barítono cubano Eleomar Cuello en el elenco estelar.
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