Foto Copyright:Stefania Piccoli
Attilio
Piovano
Realmente
fue una forma hermosa, inusual e intrigante, la que eligió la Camerata Ducale
como homenaje a Rossini por el 150º aniversario de su muerte: confiándole la
cita del pasado 5 de mayo en el teatro cívico de Vercelli, como parte del
Festival Viotti, a la lujosa voz y los dotes comunes de performer de la mezzosoprano Manuela
Custer, óptimamente acompañada al piano por el refinado y culto Massimo Viazzo.
Dos versátiles intérpretes, ambos de vasta experiencia y ricos palmares artísticos. Por el mérito de
haber ideado y confeccionado un singular programa ‘ad hoc’ de páginas extrapoladas de las más celebres partituras
teatrales (salvo una excepción), no se trato de un recital de evergreen operístico, si no de un
itinerario articulado en una secuencia de piezas vocales cautivantes y
heterogéneas, combinadas con las gustosas bromas pianísticas de los llamados Péchés de vieillesse. No bastó que los
dos artistas no se ‘limitaron’ a interpretar admirablemente un programa que generaba
curiosidad, si no que además supieron dar vida a una velada multicolor, equilibrada
entre un recital y un verdadero teatro musical, gracias al destacado talento
actoral de Custer que entretuvo al público ‘bordando’ las piezas una por una,
con divertidas anécdotas, ocurrentes puntadas, agradables reflexiones, que
variaron entre un considerable rango de cuerdas de actuación (supo plegar su dúctil
voz a diversos acentos, jugando con inflexiones de dialectos: como el
veneciano, boloñese, con irresistible diversión). Por su parte, Viazzo, mantuvo
en alto el bastón, introduciendo con humor
las piezas pianísticas (en su mayoría rara vez escuchadas) que interpretó con
impecable técnica y con agradable ejecución; piezas que a veces, a pesar de que
Rossini afirmó autodefiniéndose con subestimación esnob, como un pianista de
tercer orden; requieren cualidades de un verdadero virtuoso. En cuanto a las paginas
vocales se refiere, en la apertura de los tonos de cuento de hadas, un poco
melancólicos de la Légende de Marguerite,
que es en realidad un remake de Una volta
c’era un re de la conocida Cenerentola Custer lo hizo de la mejor manera,
jugueteando después en las páginas de inspiración infantil con inestimable
mímica y la pantomima de los estornudos. (Le
Dodo des Enfants y La Chanson du Bébé). Después vino la espumeante Se il vuol la Molinara, fruto de un
Rossini de apenas nueve años, y varias ediciones de Mi lagnerò tacendo de Metastasio que permitieron a Custer mostrar
su transformación vocal, desde lo trágico hasta lo semi serio y más allá; los
acentos ibéricos de la Canzonetta
spagnuola, el atractivo À Grenade,
el gracioso pastiche dell’Arietta
all’antica, y no faltó tampoco su viaje ideal al Oriente (L’amour à Pekin) a la Venezia
dell’Anzoleta antes de la regata, siguiendo los pasos de Marco Polo. En la
parte del piano, Viazzo supo pasear con nonchalance
y aristocrática seguridad la dulce Caresse
à ma femme hasta los tonos lisztianos del exigente Memento Homo, desde el extraño y moderna Marche et Réminiscences pour mon dernier voyage que requiere al
pianista también capacidad de fino declamador, para citar las diversas
apariciones de temas operísticos, hasta el brillante Caprice Style Offenbach, hibridando además con refinado toque, las mil
harmonías de la genial Ave Maria su due. Lo
más destacado en el bis, fue el celebérrimo y siempre agradable Duetto buffo dei gatti en el que los intérpretes,
ambos en el teclado, intercambiaron idealmente sus partes tocando y cantando alegres
y atrevidos maullidos que divirtieron al público, en lo que fue un éxito pleno.
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