Fotos crédito: Edison Araya
Joel Poblete
Han pasado dos siglos desde su estreno, y El barbero de Sevilla de Gioachino Rossini sigue instalada por derecho propio como una de las óperas más populares de la historia. Y Chile no ha sido la excepción: desde su debut local en 1830 nunca ha dejado de ser un título recurrente en el gusto de los operáticos de ese país, en particular en el Teatro Municipal de Santiago, donde tras su premiere en 1858 ha regresado en más de 50 temporadas. Precisamente en este 2018 en que se conmemoran 150 años de la muerte del compositor, en la segunda quincena de septiembre el Municipal tuvo de vuelta esta obra como quinto y penúltimo título de su temporada lírica, en la misma elogiada, dinámica y entretenida puesta en escena del régisseur italiano Fabio Sparvoli (con escenografía de Giorgio Richelli, vestuario de Simona Morresi e iluminación de José Luis Fiorruccio), ya presentada previamente en ese escenario con éxito de público y crítica en 2008 y 2013.
El montaje respeta absolutamente los códigos tradicionales de la trama, pero le aporta elementos particulares que le dan agilidad y frescura. El centro visual sigue siendo el atractivo y funcional diseño escenográfico de la casa en que viven la joven Rosina y el doctor Bartolo, una enorme estructura transparente que se puede mover permitiendo distintos ángulos al espectador. Quienes ya hemos visto anteriormente la producción quizás a estas alturas la encontremos un poco repetida al ya conocer las bromas y recursos escénicos a los que recurre, pero a juzgar por los comentarios a la salida de las funciones de quienes nunca la habían visto, la puesta sigue conservando intactos su magia y encanto. Y Sparvoli no sólo acertó nuevamente con algunos de los elementos más memorables de su propuesta -como los movimientos de un grupo de actores que aparece en distintos momentos para realzar lo cómico, el hilarante final del primer acto o el interludio orquestal que representa el temporal y acá es acompañado en escena por paraguas voladores-, sino además los elencos convocados aprovecharon de agregar oportunas bromas y guiños, como las frases en español de Don Bartolo o la cueca (baile tradicional chileno) que bailaban Fígaro y Rosina.
Pero así como la puesta en escena fue fundamental en el éxito de este regreso del Barbero, fue la música la que le dio su definitivo sello triunfal al espectáculo que está ofreciendo el Municipal. Porque en esta ocasión la Filarmónica de Santiago estuvo dirigida una vez más por uno de los mejores especialistas en Rossini de la actualidad a nivel internacional, el maestro español José Miguel Pérez-Sierra, en los dos repartos con que se ofreció la pieza, el elenco internacional y el llamado elenco estelar. Formado en este autor directamente con quien probablemente fue el mayor experto rossiniano del último medio siglo, el italiano Alberto Zedda -fallecido el año pasado-, este director ya demostró su talento en el Municipal primero con I puritani de Bellini en 2014, y posteriormente confirmando ser una autoridad en Rossini con la inolvidable versión de El turco en Italia en 2015 y el año pasado con La cenerentola. Siempre atento al equilibrio entre el foso y los cantantes, Pérez-Sierra consiguió resultados brillantes de la Filarmónica, cuidando los balances sonoros y los contrastes de ritmo, con matices y detalles que no siempre se escuchan a pesar de tratarse de una obra tan conocida como esta. Bajo su energética y entusiasta dirección, momentos como esa verdadera joya que es el final del primer acto fueron en verdad irresistibles. Mientras el elenco estelar incluyó entre sus protagonistas a reconocidos intérpretes chilenos ya fogueados y probados en esta obra con esta misma producción y en los mismos roles -la mezzosoprano Evelyn Ramírez y el bajo-barítono Sergio Gallardo fueron Rosina y Doctor Bartolo en 2008 y 2013, año en que el barítono Patricio Sabaté ya fue Fígaro-, el elenco internacional permitió al público local el privilegio de apreciar en vivo el debut en Latinoamérica de la mezzosoprano rusa Victoria Yarovaya (Rosina) y el tenor sudafricano Levy Sekgapane (Conde de Almaviva), dos cantantes que están destacando especialmente en Rossini en algunos de los principales escenarios europeos, y en particular en el epicentro mundial del canto rossiniano: el Festival de Pesaro.
Yarovaya es una mezzo ideal para Rossini: su hermosa voz, cálida y de generoso volumen, destaca especialmente en los tonos medios y graves, ha desarrollado muy bien su capacidad para la coloratura y por si fuera poco, en lo actoral es una Rosina pizpireta y adorable. En el otro reparto, Evelyn Ramírez fue una vez más una estupenda y vivaz Rosina, y si bien en sus respectivos elencos ambas cantantes ofrecieron buenas versiones de "Una voce poco fa", parecieron mucho más cómodas en el segundo acto, en "Contro un cor". Además de sus pergaminos rossinianos, Sekgapane llegó al Municipal con el ingrediente extra de haber sido elegido ganador de la versión 2017 del concurso Operalia. La voz no es particularmente atractiva, su timbre tiene un sonido casi infantil y el volumen es reducido, lo que en conjunto quizás hace que no guste a todos por igual, pero a nivel de estilo, su canto se adapta muy bien a las enormes exigencias que Rossini hace al rol del Conde, y afronta con seguridad y entrega tanto la coloratura como las notas agudas, lo que le permite entregar una espléndida versión de su muy difícil aria final, "Cessa di più resistere", la misma que no se había ofrecido en esta producción ni en 2008 ni en 2013. En lo actoral es a ratos un poco rígido, pero a medida que avanzó la obra se hizo cada vez más efectivo. En el elenco estelar el rol del Conde permitió debutar en el Municipal al ascendente tenor argentino Santiago Ballerini, quien está desarrollando una cada vez más promisoria carrera internacional. Y su desempeño fue impecable: no sólo canta con buen gusto (es excelente su sutil y delicada interpretación de "Se il mio nome saper voi bramate") y tiene una de las voces de tenor lírico más bellas que se han oído en el Municipal en el último tiempo, sino además es un actor desenvuelto y simpático, con mucha personalidad escénica. Si bien no tiene el dominio y la facilidad de la coloratura que ya ha alcanzado su colega del otro elenco, de todos modos pudo ofrecer una lograda y energética versión de "Cessa di più resistere". Con su simpatía y eficaz despliegue musical, el barítono ruso Rodion Pogossov ya ha contado con el favor del público santiaguino como Papageno en La flauta mágica en 2007 y precisamente encarnando a Fígaro en la anterior presentación de este montaje en 2013, regresando ahora en el elenco internacional incluso de manera más chispeante y encantadora. También de retorno en el rol protagonizando el elenco estelar, el siempre excelente Patricio Sabaté se lució con su habitual solvencia vocal y teatral, conformando también un adorable Fígaro.
Esta producción del Barbero ha sido particularmente afortunada en la elección de quienes han interpretado a Don Bartolo; si en 2008 y 2013 el rol fue respectivamente abordado por los veteranos y notables Alessandro Corbelli y Bruno Praticò, en esta ocasión en el elenco internacional el barítono portugués José Fardilha fue uno de los grandes aciertos de este regreso. Ya conocido por el público local en 2009 como Taddeo en La italiana en Argel y casi una década después en su regreso al Municipal volvió a confirmarse como un excelente intérprete bufo rossiniano, haciendo reír con innata comicidad pero sin caer en la caricatura que muchos colegas a menudo imprimen en el personaje, y cantando con voz bien timbrada, sonora y segura. Como era de esperar, se lució especialmente en "A un dottor della mia sorte". Y también como era de suponer, en el elenco estelar Sergio Gallardo mostró nuevamente que Bartolo es uno de sus papeles más logrados. Por su parte, en el elenco internacional el joven bajo-barítono ruso Pavel Chervinsky fue Don Basilio, el maestro de música de Rosina; este intérprete ya actuó en el Municipal en tres óperas en los últimos dos años -Tancredi en 2016, y el año pasado en Mozart y Salieri en versión de concierto, además de ser el Rey en Aida- y si bien siempre ha sido correcto, ni por material vocal ni por actuación deja una impresión particularmente relevante, lo que volvió a pasar ahora con su discreta participación, que ni siquiera tuvo mayor realce en su célebre "La calunnia". Mucho más acertado estuvo el bajo-barítono venezolano Álvaro Carrillo, en el elenco estelar. Como la criada Berta, en el elenco internacional la soprano suiza Jeannette Fischer fue un auténtico lujo: también con experiencia en escenarios como la Scala de Milán e interpretando a Rossini en Pesaro, destacó en cada una de sus intervenciones, sacó el máximo partido a su "Il vecchiotto cerca moglie" y fue verdaderamente genial cuando improvisaba pasos de baile en el final del primer acto; en el elenco estelar, la ascendente soprano chilena Marcela González cantó este personaje con gracia y entusiasmo. Y una vez más las voces masculinas del Coro del Municipal, dirigido por Jorge Klastornik, se lucieron en su breve pero cómica participación en el cierre del acto primero.
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