Foto: Brescia&Amisano - Teatro alla Scala Milano
Massimo Viazzo
La Finta Giardinera, el drama jocoso
que fue compuesto por Mozart a los 19 años, y que fue estrenado en el Salvatortheater
de Múnich en enero de 1775, se representó en el Teatro alla Scala por segunda ocasión.
De hecho, se recuerda una producción de 1970 (repuesta en 1971), que no se montó
en la sala del Piermarini sino en el de la Piccola Scala, el histórico teatro
adyacente a la Scala, cerrado en los años 80 y que fue testigo de muchos espectáculos
históricos. Al escuchar la música de
esta ópera uno queda sorprendido, ya que Mozart deja aquí claro lo que seria su
teatro futuro. En la Finta Giardinera se
encuentran, tanto arias como fragmentos concertati
(de altísimo nivel en el final del primero y del segundo acto) que son un
preludio de lo que seria compuesto en las obras de su madurez. Es verdad que el libreto es bastante
convencional como también lo son las situaciones incluidas en la trama, pero el
compositor salzburgués logra frecuentemente sorprender por la calidad del
desarrollo musical. Nos encontramos
frente a una pequeña obra maestra que, con salvo algunos pasajes muy largos,
parece justo un bosquejo preparatorio de sus obras maestras sucesivas.
La producción escénica provino de Glyndebourne
y lleva la firma de Frederic Wake-Walker
quien ambientó la ópera en un salón del castillo de Nymphenburg. Aparentemente
se trata de un lugar cerrado, pero con toques magistrales por la iluminación de
Lucy Carter, y con decoraciones y
estucos de arboles en las paredes y en el techo, en una sala que se convierte
en un jardín-laberinto en el que las pasiones de los protagonistas se manifiestan
de la mejor manera. La idea de la dirección escénica fue que en la primera
parte todos cantaran y recitaran como si tuvieran una máscara. Son todos ‘falsos’
(finti) como la ‘giardinera’ del título, utilizando movimientos estereotipados
y mecánicos, para representar una voluntad de mistificar los verdaderos
sentimientos de cada uno de ellos. Pero cuando aparece la ‘locura’, finalmente
los ‘personajes’ pueden convertirse en ‘hombres’ y verse a los ojos, redescubriendo
así sus verdaderas emociones. Diego
Fasolis a la cabeza de la orquesta barroca del Teatro alla Scala, supo imprimir
dinamismo, vivacidad y fantasía a la partitura mozarteana. En los momentos más
tiernos e íntimos sostuvo a los cantantes con suavidad y transparencia. Al éxito de la velada contribuyó también un
elenco de buen nivel tanto vocalmente como a nivel escénico, así estuvo la pareja
de medio-personajes Sandrina-Belfiore interpretada por Hanna-Elizabeth
Müller
y Bernard Richter, la pareja seria
Arminda-Ramiro cantada por Anette
Fritsch y Lucia Cirillo en travesti, y la pareja bufa
Serpetta-Nardo personificada por Giulia
Semenzato y Mattia Olivieri. A su vez, quedó un poco monocorde la prueba
de Krešimir Špicer en el papel de
Don Anchise. El tenor croata mostró una línea de canto poco homogénea y estuvo muy
forzado su timbre.
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