Fotos:
Cory Weaver / LA Opera'
Ramón
Jacques
Cada septiembre
marca el arranque de casi todas las temporadas de los teatros operísticos
estadounidenses, y la Ópera de Los Ángeles, uno de los teatros más importantes
del país, que propuso una interesante oferta de títulos, inauguró su propio
ciclo con la ya celebré y apreciada Madama Butterfly de Giacomo Puccini (1858-1924),
en el momento en el que se acerca el epilogo y la conclusión del año
conmemorativo del centenario de la muerte del reconocido compositor operístico.
Una pregunta que se escucha frecuentemente es ¿Por qué se sigue recurriendo a
un título visto y recontra visto? Y la simple respuesta está en la música, y en
la capacidad del compositor de tocar las fibras mas profundas del público, que
la sigue pidiendo, sigue asistiendo y la sigue disfrutando siempre. Allí radica la grandeza del compositor, que
consciente o quizás inconscientemente, creó la manera de hacer aflorar
sentimientos y comunicarlos al público en el teatro en cada repetición del
título. No hay dudas de lo anterior, pero a cada función a la que asisto de la
obra, aunque podría argumentarse que es ya una rutina innecesaria, me demuestra
la universalidad del arte de Puccini quien siempre logra el mismo efecto en el público
del teatro, país y ciudad donde sea escuchado. Pero aquí es donde comienza el trabajo de los
teatros ¿Cómo ofrecer este título con una visión renovada o un ángulo
diferente? El contenido ya se sabe cuál
es, el resultado puede variar según el elenco, el director y la orquesta. El
problema radica en la manera de escenificarla, la envoltura, por decirlo de una
manera coloquial. Es por ello por lo
que la Ópera de Los Ángeles, busco más allá de sus fronteras hasta encontrar
una producción novedosa, si bien el concepto y la idea no lo son tanto y ya han
sido vistos en otras puestas, que encontró en el Teatro Real de Madrid. Una idea hollywoodesca, que situó la
acción y la trama en un set de filmación cinematográfico en la época de los años 30 del siglo pasado. Generalmente
se habla del concepto del teatro dentro del teatro, este sería el del cine
dentro del teatro. La función se realizó
a escenario abierto, y antes del inicio, donde el público podría observar lo
que sucedía en el escenario, como las cámaras de cine, antiguas, al personal
encargado de la grabación que se desplazaba por el escenario ajustando los
preparativos finales - técnicos, maquillistas, comparsas y extras ataviados con
vestuarios de la época. Incluso, un
detalle que me pareció simpático, antes del inicio fue ver James Conlon
caminando sobre el escenario y saludando a los camarógrafos y director de
escena, como si el mismo estuviera supervisando la escena. Minutos después Conlon
bajo al escenario, y posterior a la interpretación del himno estadounidense por
parte de la orquesta, costumbre muy común cuando inicia cualquier temporada
musical, sinfónica, operística o incluso deportiva, comenzó la función. En la misma orden de ideas, mencionaré que las
escenografías consistieron en un enorme cubo giratorio, con enormes columnas y
puertas corredizas, que cada vez que giraba, para cambio de escena, sin
elementos y con la sencillez y minimalismo japones. La escena se realizó dentro de ese cubo y
esas columnas. Con tonalidades oscuras y
doradas, se vio un montaje sencillo, pero atractivo y estético. Al fondo había una pantalla donde se
transmitían algunas imágenes, y proyecciones, como cambios de color en el cielo.
Todos estos diseños e ideas son de Ezio Frigerio, con los adecuados
vestidos de época y orientales bien diseñados por Franca Squarciapino, y
la iluminación concebida por Vinicio Cheli, y aquí ejecutada por el
iluminador mexicano Pablo Santiago.
La dirección escénica fue del director de escena uruguayo-catalán Mario
Gas, que tuvo la virtud de enfocarse particularmente en el personaje de Cio
Cio San, en su desarrollo, su
comportamiento, y su dramatismo y desesperación, que la llevan casi a niveles de insanidad, por el sufrimiento que
vive, así como su desdén por la cultura japonesa a la que pertenece para
adoptar una manera de actúa y vestirse como “estadounidense” La
dirección de Gas fue directa y fluida, llena de garra y emoción, y capaz de
captar la atención. Otra virtud, fue que
los extras y comparsas, los encargados de realizar la película jamás
intervinieron en la escena o la obstruyeron, permaneciendo a los lados del
escenario, y aunque eran visibles para el público, no supusieron una
distracción como tampoco lo fueron las cámaras de grabación. Cabe por último señalar el detalle, que la
transmisión de la ópera pudo verse toda en su totalidad, incluso escenas en el
interior del cubo escenográfico, en blanco y negro, en la enorme pantalla
colocada en la parte superior del escenario, donde debajo se podrían leer los
subtítulos y traducciones. La función llegó a ser vista por gente fuera de los
confines teatro, como en el muelle de la vecina ciudad de Santa Mónica, donde
se congregó una multitud que la vio como si fuera una película en blanco y
negro. Es resumen, el cometido para un
teatro con cercanía a Hollywood y el mundo cinematográfico, se cumplió de manera cabal, y forma parte de una
larga lista de colaboraciones con estudios cinematográficos, por ejemplo, entre
varios, está el exitoso y recordado Trittico de Puccini de
hacer algunos años, que logró juntar a Woody Allen con William Friedkin, director de la película el Exorcista. Desde el punto de vista vocal y actoral, la
atención se centró en el desempeño de la soprano coreana Karah Son como
Cio Cio San, artista a quien por cierto descubrí cantando el mismo personaje a mediados del año pasado en
San Francisco, y aunque es prematuro hablar o predecir el futuro de un artista-
su dominio del papel fue total – en actuación y canto- convirtiéndose ya en su
caballo de batalla por la cantidad de teatros en los que lo ha cantado. Su Lo que se vio en escena de la artista fue sorprendente,
admirable y convincente. El nivel de
dramatismo que imprimió a su caracterización la hizo una mujer, o joven como
indica el papel, determinada, inequívoca, derrochando el dramatismo, la emoción
y la sensibilidad necesarias. Su voz es
amplia y posee, brío color y metal; pero su canto, no se basa solo en el
nervio, si no que sabe dotar de nitidez, claridad, matices y la conmovedora fragilidad,
y la dulzura de unos pianissimos casi susurrados y conmovedores, que es
la manera adecuada de cantar este papel.
Sorprendió por su presencia escénica y la estruendosa ovación de pie que
se llevó al final, que fue el mínimo premio a su trabajo. A su lado contó con la Susuki de la
mezzosoprano coreana Hyona Kim, quien alternó también en San Francisco con Son, y por su
desenvolvimiento actoral y vocal tan categórico, resaltó el personaje de
Susuki, que suele ser un personaje en segundo plano, y quizás fueron aquellas
funciones de San Francisco por las que Los Ángeles las contrató a ambas. Muy bien estuvo el Pinkerton del tenor Jonathan
Tetelman, quien, en su debut local como la protagonista, mostró presencia y
porte en escena. Su voz es robusta, con
brío, homogénea y de elegante fraseo, además de que conmovió con el espléndido
uso de su registro más agudo. Michael Sumuel, barítono estadounidense
con una carrera ascendente, mostró buenas cualidades vocales, es una voz
importante y vigorosa, aunque en sus movimientos y apariencia escénica se vio
un poco rígido y desapegado de la historia.
Un cantante que seguro madurará y cuyo nombre se escuchará con más frecuencia.
Activo y malicioso fue el Goro del tenor Rodell Aure Rosell, como
determinado estuvo el bajo Wei Wu como Bonzo. Para mencionar al resto del elenco, algunos cantantes pertenecientes al programa de
jóvenes artistas del teatro, y que aportaron lo suyo, estuvieron: la soprano Gabrielle
Turgeon como Kate Pinkerton, el bajo barítono brasileño Vinícius Costa
como el comisionado imperial, el barítono Hyungjin Son como el príncipe
Yamadori, y el barítono Ryan Wolfe como el registrador oficial, y el
niño Enzo Ma en el papel de Dolor. Muy profesional y seguro se mostró el Coro de la Ópera de Los Ángeles, que dirige el
maestro Jeremy Frank, en especial en el coro a boca cerrada cantado desde
ambos lados del escenario. Es difícil imaginar que después de veinte años en la
dirección musical del teatro, James Conlon, dejará el puesto al
finalizar la próxima temporada. El experimentado maestro estadounidense ha
dejado su sello propio en esta orquesta que interpreta cada partitura con
contagioso entusiasmo, pasión y ánimo, atención a los detalles y una búsqueda
profunda de los matices orquestales y musicales. Su influencia en el teatro
será difícil de sustituir.