Saturday, February 27, 2010

Recital Tamsin Waley Cohen y Gregorio Nardi en FLAMEnsamble, Florencia

Foto: Tamsin Waley Cohen ©; Tamsin Waley Cohen, Gregorio Nardi, Il Cortile -Museo Bargello - Firenze © Veonica Citi.
Massimo Crispi

Parece que para escuchar novedades y sobre todo para conocer a los músicos que florecen en el mundo, más allá de las estrechas fronteras de este nuestro país, cuyo “evento” musical parece ser la canción del Festival de Sanremo, donde un trió compuesto por un ex-príncipe, un cantante pop y un tenor (sí, un tenor...) cantó “te amo Italia”, como si fuese un equipo de futbol, será necesario frecuentar las temporadas de sociedades de música de cámara secundarias. Pero ello no significa que forzosamente sean menores en importancia, porque son esas temporadas las que cumplen el trabajo de fertilización, de riego y cosecha, en la búsqueda de ofrecer al público flores raras y verdadera información. Además que allende esas realidades locales, que no son tan locales ya que al final resultan ser más cosmopolitas que sus hermanas mayores, existe la dictadura del star-system que impone a las verdaderas o supuestas estrellas, con programas de recitales siempre iguales y que excluyen a aquellos que quieren dar sus primeros pasos para expresar su arte, y que son a menudo mejor que las “estrellas”.

En el caso de la temporada de cámara del FLAME (Florence Art Music Ensamble) que se lleva acabo en el Museo del Bargello de Florencia, consagrada a la interpretación de las sonatas de Beethoven para flauta, violín, violonchelo y piano, la inteligencia de los que programaron esa temporada permite a la par de las obras clásicas, que se puedan escuchar obras contemporáneas, y ese contacto con la modernidad es hoy fundamental y educativo, ya que se pueden escuchar obras de compositores modernos como: Scelsi, Panni, Cavallari, Stockhausen y Huber.

El 25 de febrero asistimos a un muy interesante concierto con la joven violinista inglesa Tamsin Waley-Cohen y con el pianista florentino Gregorio Nardi que presentaron la Sonata n. 7 in do minore op. 30 n. 2 y “La Primavera” op. 24. Entre las dos sonatas la violinista propuso tres cortos fragmentos para solo de violín de George Benjamín, compositor británico que cumplió 50 años y que es muy conocido en Inglaterra, o así parece serlo. Pero hay que decir unas palabras sobre Waley-Cohen antes de continuar, porque esa artista merece un retrato con un poco más de detalles. Con solo 24 años, la violinista inglesa ha tenido etapas importantes ganando concursos como el Royal Overseas League String Prize en el 2005 y en el J&A Beare Bach competition en el 2007 y ha sido solista de orquestas como la Royal Philharmonic y otras mas, además de que tiene la gran suerte de tocar desde el 2007 el violín Stradivarius que perteneció al celebre violinista húngaro-canadiense Lorand Fenyves, que desapareció en 2004, y a cuyas clases maestras asistió Waley-Cohen. El sonido de ese instrumento es muy difícil de describir. Se podría comparar al de una voz humana de excelsa calidad, cuyo canto cuenta el alma más intima de los autores, la historia nunca escrita de sus emociones y sentimientos, pasando por los siglos, y por las mágicas manos de los que saben abrir la cerradura secreta, para manifestarse por primera vez a la audiencia. Tanto Waley-Cohen como Nardi “cantaron” todo el concierto, desde la primera hasta la última nota, regalándonos un aspecto de Beethoven casi desconocido, privado de los oropeles post-románticos, pero al mismo tiempo pasional y elegante. “La primavera” lució así en toda su dimensión, casi rococó y con la finura del fraseo, sin nunca emitir un sonido incorrecto, y con una libertad y una gracia que hace tiempo no escuchábamos.
Gregorio Nardi difundió un pianísimo muy lleno de tonalidades, que nos permitió descubrir caras de Beethoven que quizás estaban escondidas tras una cortina de humo negro, así como hizo también la violinista con su instrumento, quien pareció como ver el Juicio Final de Miguel Ángel después de la limpieza, abriendo puertas de habitaciones cerradas por siglos y observando con maravilla sus contenidos. Interesantes fueron también los tres fragmentos para violín de George Benjamin: Lullaby for Lalit, Canon for Sally, y Lauer Lied. La escritura de Benjamin en esas obras no es tan virtuosa pero la expresividad y la elegía son la clave de la lectura, no dejando de investigar todas las propiedades técnicas y expresivas del instrumento, y como lo hizo la Waley-Cohen, no pudo haber sido mejor. Mucho interés, además de puro placer, fue también el bis. Una transcripción de “Abendlied” de Robert Schumann para violín y piano nada menos que por József Joachim, el violinista amigo de Brahms y que tanto tocó con Clara Schumann. Nardi subrayó que era una joya rara porque entre la infinidad de transcripciones, la de Joachim no se había tocado desde su época. El Stradivarius de Tamsin Waley-Cohen nos sedujo también en esta vez.

Es superfluo subrayar que la presencia de esta princesa del violín en Italia esta limitada (hasta el dia de hoy) a las temporadas de FLAMEnsemble e dell’Accademia San Felice de Florencia, cuando su nombre se puede ver ya en importantes salas de conciertos de Europa. Podríamos subrayar también que hoy en Italia, cada día y de una manera más y más constante, se elogia a figuras principescas que con la música y el arte nada tienen que ver. Menos mal que existe quien fertiliza las semillas de una planta y las cuida.







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