Ramón
Jacques
Compuesta
en 1850 por Giuseppe Verdi, gracias a un encargo del teatro La Fenice de
Venecia, Rigoletto fue uno de los títulos más apasionantes de mediados
del siglo XIX, a pesar de enfrentar críticas y censura por motivos políticos y
estéticos, en su trama, que está ambientada en Mantua donde su personaje
principal, el duque, era un gobernante absoluto, libertino y de poca moral;
además de que se mostraba un crimen, temas polémicos para el escenario. Rigoletto
tuvo su estreno en este majestuoso recinto el 11 de marzo de 1851, el mismo
donde dos años después, el 6 de marzo de 1853, se estrenó otro de los grandes éxitos de Verdi como es La
Traviata. Desde un inicio, a Rigoletto se le consideró un título exitoso, y desde
entonces nunca se ha mantenido alejado de los escenarios operísticos
internacionales, y menos de este teatro veneciano que lo repuso nuevamente esta
temporada. La reposición de este título, que atrajo una gran cantidad de público,
que abarrotó todas las localidades del teatro, dejo sensaciones encontradas,
especialmente en lo que se refiere a la parte visual del espectáculo, por la
moderna puesta del célebre y joven director Damiano Michieletto, cuya
concepción, estrenada aquí en el 2021, y que se originó en el 2017 en la De
Nationale Opera de Ámsterdam, trasladó la historia a un tiempo moderno, en el
interior de un manicomio donde Rigoletto, aquí un payaso y no el bufón de la
corte, se encuentra recluido. La trama y la acción de la ópera son los
atormentados recuerdos y alucinaciones de los días anteriores que culminaron
con el asesinato de Gilda. El duque, los cortesanos, Sparafucile y Gilda, no
son más que vivos recuerdos o fantasmas que salen de su mente y su imaginación.
La habitación del hospital psiquiátrico donde se encuentra – de buena manufactura
e ideada por Paolo Fantin- así como los vestuarios de los personajes,
enfermeras y médicos que cuidan de él, todos en color blanco (ideados por Agostino
Cavalca); representan vivas imágenes que solo el personaje tiene en su
cabeza, mientras que en algunos momentos en el fondo del escenario se
transmitían escenas de Rigoletto, de Gilda y dibujos de su niñez, y otros
recuerdos. Las transmisiones fueron realizadas por Alessandro Carletti,
y la iluminación de Roland Harvoth, ayudó a crear ese ambiente de
zozobra, inquietud y delirio del personaje. La escenografía consistió en un
cuarto en dos niveles, con una amplia ventana enjaulada, y una cama que en
ciertos momentos volaba en la parte superior del escenario, mientras que en los
muros al fondo se abrían boquetes para que ingresaran los cortesanos, el duque,
Sparafucile, Maddalena etc. El concepto es indudablemente bueno, el problema radicó en que Michieletto a lo largo de la velada, no
logró de manera convincente separar en escena lo real de lo imaginario; como cuando
Rigoletto lloraba dirigiéndose a una muñeca que representaba a Gilda, ¿Era
necesario que estuviera a un lado la soprano intérprete del papel cuando en
otros momentos su voz se escuchaba a lo lejos? La suma de varios detalles que
parecieron no ser resueltos en escena, más la sobreactuación de locura del personaje
principal, que por llegó a ser exageradamente irritante para el público fue lo
que provocó la estruendosa reprobación con abucheos, silbidos y gritos a los responsables
del montaje al finalizar la función. Por otro lado, la parte musical del
espectáculo valió la pena comenzando con la presencia del barítono Luca
Salsi, quien participó en este montaje en Ámsterdam como en su estreno aquí
en el 2021, fue un refinado Rigoletto por su tonalidad baritonal segura,
colorida y vigorosa. Su despliegue de expresividad y en la emisión fue
sobresaliente, con homogeneidad en todos los registros, y su desempeño vocal no
estuvo comprometido por las exigencias escénicas impuestas por la dirección
escénica. La soprano Maria Grazia Schiavo, mostró en un nivel admirable
desplegando un manejo seguro de la voz, agilidad y nitidez en la coloratura. Su
voz ha adquirido mayor cuerpo, sin perder la elasticidad que tuvo en sus años
como intérprete de música barroca. En escena, personificó un frágil Gilda que
vivió y sufrió con pasión. Como el Duque tuvo un buen desempeño el tenor
peruano Iván Ayón Rivas, quien agradó por su robusta y lirica voz, de
notable coloración y matices, aunque era innecesario darle esa cierta
entonación dramática o lastimosa, que parece no corresponder al personaje. La
mezzosoprano Marina Comparato, personificando a Maddalena con voz oscura no con
mucha expansión, e irradió la sensualidad y la personalidad que requiere el papel. El bajo Mattia Denti,
fue un correcto y aterrador Sparafucile, y el resto de los solistas cumplieron en
cada una de sus partes de manera adecuada en una lista de buenos interpretes
italianos como: Gianfranco Montresor (Monterone), Armando Gabba
(Marullo), Carlota Vicchi (Giovanna), Roberto Covatta (Borsa), Matteo
Ferrara (Conde de Ceprano), Rosanna Lo Greco (Condesa de Ceprano) y Sabrina
Mazzamuto (el paje). Las fortalezas de un teatro de este nivel, como
siempre, radican en sus cuerpos estables, como lo fue el Coro, dirigido por el
maestro Alfonso Caiani, que demostró temple, homogeneidad; así como la
orquesta, en esta ocasión bien dirigida por el pulso del experimentado maestro Daniele Callegari, que mostro brío
y entusiasmo, extrayendo de los músicos la brillantez de la partitura que demuestran
conocer a profundidad y la interpretan con buen gusto extrayéndole emoción y
color.
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