Lakmé, cuyo argumento se desarrolla en la India colonial, pertenece a ese exotismo que inundo Europa en el siglo XIX, que fue una corriente que quiso recrear lugares lejanos con ideologías y costumbres distintas a las que prevalecían en el mundo occidental de la época. Lamentablemente Delibes, el compositor, es más conocido por su música para ballets como Coppélia, Sylvia, y sus más de veinte operas y operetas permanecen en el olvido. Son en realidad escasas las ocasiones en las que se ha representado Lakmé en años recientes, y en la mayoría de los escasos son teatros franceses las que la programan. Simplemente en este 2014, de las cuatro producciones que se tienen programadas tres serán en Francia y una en Chile. Meritoria fue la elección del Teatro Municipal de Santiago, ya que dejando al lado la débil trama del amor imposible que termina en tragedia, el teatro ha ofrecido un cuidado montaje de muy buen gusto, como es habitual, y un sólido elenco de cantantes principales. La partitura posee además pasajes orquestales y vocales de superlativo esplendor. La muy joven soprano rusa Julia Novikova dibujó una frágil, femenina y creíble Lakmé, destacando además por su luminosa y colorida vocalidad y cautivante agilidad, con la que logro seducir en sus arias y dúos con el tenor, sin olvidar el célebre “Dúo de la flores” al lado de la Mallika de la mezzosoprano Nerea Berreondo quien a pesar de su canto dúctil y seductor, paso desapercibida durante la función. Gérald se benefició de la presencia del tenor canadiense Antonio Figueroa, quien desplegó un canto elegante, claro de impecable dicción a pesar de no ser de mucha extensión y cuerpo. Aimery Lefèvre cantó con impecable dicción, calidez baritonal y desenvolvimiento escénico como Frédéric; no fue asi el caso del barítono brasileño Leonardo Neiva que cantó en forte y por momentos destemplado el papel de Nilakhanta. Correctos estuvieron el resto de los intérpretes y el coro demostró estar muy bien trabajado. El concepto escénico de Jean Louis Pichon fue con apego al libreto, manteniendo los ballets, con decorados hindúes, brillante luminosidad solar y vestuarios de elegante confección. Solo la escenografía Jérôme Bourdin de círculos concéntricos en perspectiva, encerró y limitó la escena haciéndola claustrofóbica. Fastuosa fue la conducción de Maximiano Valdés quien de la orquesta extrajo la musicalidad y la sensualidad de la partitura. RJ
Opera-Musica Foto: Die Feen - Wagner - Théâtre du Châtelet, Paris - 04/2009(c) Marie-Noëlle Robert.
Monday, August 4, 2014
Lakmé de Delibes en Santiago de Chile
Lakmé, cuyo argumento se desarrolla en la India colonial, pertenece a ese exotismo que inundo Europa en el siglo XIX, que fue una corriente que quiso recrear lugares lejanos con ideologías y costumbres distintas a las que prevalecían en el mundo occidental de la época. Lamentablemente Delibes, el compositor, es más conocido por su música para ballets como Coppélia, Sylvia, y sus más de veinte operas y operetas permanecen en el olvido. Son en realidad escasas las ocasiones en las que se ha representado Lakmé en años recientes, y en la mayoría de los escasos son teatros franceses las que la programan. Simplemente en este 2014, de las cuatro producciones que se tienen programadas tres serán en Francia y una en Chile. Meritoria fue la elección del Teatro Municipal de Santiago, ya que dejando al lado la débil trama del amor imposible que termina en tragedia, el teatro ha ofrecido un cuidado montaje de muy buen gusto, como es habitual, y un sólido elenco de cantantes principales. La partitura posee además pasajes orquestales y vocales de superlativo esplendor. La muy joven soprano rusa Julia Novikova dibujó una frágil, femenina y creíble Lakmé, destacando además por su luminosa y colorida vocalidad y cautivante agilidad, con la que logro seducir en sus arias y dúos con el tenor, sin olvidar el célebre “Dúo de la flores” al lado de la Mallika de la mezzosoprano Nerea Berreondo quien a pesar de su canto dúctil y seductor, paso desapercibida durante la función. Gérald se benefició de la presencia del tenor canadiense Antonio Figueroa, quien desplegó un canto elegante, claro de impecable dicción a pesar de no ser de mucha extensión y cuerpo. Aimery Lefèvre cantó con impecable dicción, calidez baritonal y desenvolvimiento escénico como Frédéric; no fue asi el caso del barítono brasileño Leonardo Neiva que cantó en forte y por momentos destemplado el papel de Nilakhanta. Correctos estuvieron el resto de los intérpretes y el coro demostró estar muy bien trabajado. El concepto escénico de Jean Louis Pichon fue con apego al libreto, manteniendo los ballets, con decorados hindúes, brillante luminosidad solar y vestuarios de elegante confección. Solo la escenografía Jérôme Bourdin de círculos concéntricos en perspectiva, encerró y limitó la escena haciéndola claustrofóbica. Fastuosa fue la conducción de Maximiano Valdés quien de la orquesta extrajo la musicalidad y la sensualidad de la partitura. RJ
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