Foto: Don Checco
Federico Figueroa
El compositor Nicola de Giosa (1819-1885), nativo de Bari, se anotó un clamoroso éxito con esta óperabuffa estrenada en 1850 en Nápoles. Don Checco gozó de gran aceptación en Italia y también fue representada en otras ciudades europeas (Malta, 1854; Atenas, 1858; Esmirna, 1859; Barcelona, 1858). Después, al igual que el compositor, cayó en el olvido. Esta primera representación escénica en tiempos modernos, colaboración entre el Teatro de San Carlo napolitano y el Festival Valle d’Itria pretende dar luz a este compositor y específicamente a esta obra, considerada como el canto del cisne del género buffo. En la ciudad partenopea las representaciones se ofrecen, acertadamente, en el llamado teatrino di corte di Palazzo Reale, la bellísima sala que sirvía de auditorio privado para la familia real del Reino de las Dos Sicilias y su corte. La puesta en escena de Lorenzo Damato se ha centrado en la teatralidad de la pieza, dejando que la escenografía única, diseñada por Nicola Rubertelli, fuese una comparsa que acompaña, en este caso muy bien, y el vestuario (Giusi Giustino) sirva de ancla a una época (mediados del siglo pasado) desde el impacto visual. El iluminador (Alessandro Carletto) consiguió, dentro de los límites inherentes del equipo técnico disponible en esta pequeña sala, realzar al máximo la simplicidad del conjunto. Damato movió bien a los solistas pero con el coro, sólo masculino, mostró menos destreza. En algunos momentos en el pequeño escenario parecía que necesitaban de un gendarme para dirigir el tráfico. El director musical, Francesco Lanzillotta, interpretó la partitura como un río de música, con suaves meandros y rápidos saltarines, amen de los remansos en los que la música se detenía por completo y daba paso a la palabra desnuda. Estos textos se decían en italiano o napolitano sobre todo el personaje protagonista, el espabilado Don Checco, estupendamente interpretado por Bruno Taddia. La soprano Carmen Romeu, única fémina del elenco descolló como cantante y como actriz. Su bien timbrado instrumento, amplio registro y agilidades domeñadas a la perfección dieron buena cuenta del personaje de Fiorina, hija del hospedero Bertolaccio, quien se opone al matrimonio se su hija con el simplón Carletto a pesar de que los jovenes están enamorados. El barítono Giulio Mastrototaro y el tenor Fabrizio Paesano cumplieron cabalmente con estos dos personajes. El sexteto de solistas lo completaban, con buen hacer en sus cortos personajes, los barítonos Salvatore Grigoli (Roberto) y Vincenzo Nizzardo (Succhiello). El coro estuvo, escénica y musicalmente, a la altura de los solistas.
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